‘La furia de los vikingos’ (‘Gli invasori’, 1961) es la tercera película dirigida por Mario Bava tras las célebres ‘La máscara del demonio’ (‘La maschera del demonio’, 1960) y ‘Hércules en el centro de la Tierra’ (‘Ercole al centro della terra’, 1961). La intención de la productora Galatea era la de aprovechar el enorme éxito de una de las cumbres del cine de aventuras, ‘Los vikingos’ (‘The Vikings’, Richard Fleischer, 1958), de la cual repitió algunos aspectos argumentales.
Lo que suele llamarse “imitación creativa” —algo que actualmente se lleva a límites insospechados que bien podrían tacharse directamente de plagios descarados—, y que se caracteriza por aprovechar de mejor manera ciertos apuntes, o elementos, de la obra original, gracias a la labor del director adecuado. Eso es lo que ocurre en el presente film, que supera con creces la limitación de la imitación. Supone, injustamente, uno de los films menos conocidos de su director.
Influencia bien asimilada
El argumento, en clara referencia al bestial trabajo de Fleischer, narra cómo dos hermanos vikingos son separados accidentalmente tras una cruenta batalla entre británicos y vikingos. Un enfrentamiento que se señala en las descripciones de ambos bandos, quizá con algo de esquematismo. Los vikingos son animales violentos pero con un alto sentido del honor y la lealtad, los ingleses mucho más refinados pero más propicios a la traición, la cual siempre se paga caro en este tipo de películas.
Con un presupuesto mayor que sus films previos, y una mayor dependencia del argumento —recordemos que Bava era sobre todo un gran evocador con la imagen, narrando casi siempre únicamente a través de ella—, el director italiano logra un mayor equilibrio a la hora de tratar interiores y exteriores, algo que no sucedía en el film sobre Hércules. El enorme gusto pictórico del autor, su tratamiento cromático, alcanza aquí una de sus máximas expresiones, creando sugerentes atmósferas, e imágenes de gran fuerza, algunas de ellas cercanas al cómic.
A pesar de algún personaje secundario un poco molesto —por echar mano de un tipo de humor un poco burdo—, ‘La furia de los vikingos’ tiene un ritmo perfecto, que combina con destreza los momentos de acción —destacables por su violencia— con los más calmados, en algunos de los cuales Bava alcanza una gran intensidad con ecos poéticos. Basta citar el instante de la muerte de Eron (Cameron Mitchell), con el que el director realiza un claro, y no poco sentido homenaje, a su popular ópera prima.
El poder de la imagen
Si en ‘La máscara del demonio’, con una Barbara Steele, jugando a un doble papel, ofrecía dos caras de la misma moneda, en la presente Bava utiliza a dos hermanas para las dos gemelas, con las que ‘La furia de los vikingos’ alcanza cotas de romanticismo muy altas, con dos historias de amor diferentes pero que semejan la misma. De nuevo la dualidad presente, como en la portentosa confusión/creencia de un agonizante Eron que puede despedirse, antes de morir, de su amada. Bava empezaba a marcar aquí, con más mano firme, el amor como motivación, y razón de lucha.
Aunque el film bebe poderosamente, en lo argumental, de la citada obra de Fleischer —con algunos instantes que son réplica casi exacta, como la secuencia de escalada, pero en lugar de hachas, flechas—, se aparta de ella logrando autonomía propia sólo a través de aquello en lo que Bava fue un absoluto genio, el tratamiento de la imagen. Con una planificación cuidadísima y los actores siempre en controlado movimiento dentro del encuadre —el uso del scope en esta película es una lección de cine—, Bava logra que el espectador entre en su mundo, haciéndole partícipe de una épica rara vez vista en este tipo de films.
Cameron Mitchell trabajaría en otras dos ocasiones para Mario Bava. En una de sus cumbres, ‘Seis mujeres para el asesino’ (‘Sei donne per l'assassino’, 1964), y en ‘Los cuchillos del vengador’ (‘I coltelli del vendicatore’, 1966), un retorno al cine vikingo, con claras reminiscencias del péplum —al igual que ‘La furia de los vikingos’—, que conforma con la presente un muy atractivo tándem.
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