Hace unos meses nos llegaba ‘El sueño de Ellis’ (‘The Immigrant’, James Gray, 2013), una emotiva y bastante dura historia sobre inmigrantes que llegaban a Estados Unidos y la tierra de las oportunidades se convertía en una pesadilla. Hace ya muchos años un director poco conocido como Alfred L. Werker dirigió ‘Gateway’ (1938), protagonizada por el inolvidable Don Ameche, y cuyos hechos trascurren en la famosa isla, donde a principios del siglo XX muchos inmigrantes esperaban ser aceptados para entrar en el país. No sé si Gray conoce dicha película, ambas dan comienzo con la misma secuencia de la estatua de la libertad como símbolo de esperanza.
El film de Werker va evidentemente por otros derroteros. Toda la acción transcurre en la citada isla, pero el tono del film de Werker dista mucho del de Gray, evidentemente. Hablamos de un film amable, con ribetes cómicos por doquier, y un romanticismo muy típico de la época dorada de Hollywood, y sin demasiada inspiración en la puesta en escena por parte de Werker, director bastante desconocido, que con todo realizó algún film muy destacable dentro del Film Noir como ‘Orden: Caza sin cuartel’ (‘He Wlked by the Night, 1948), sin duda su película más famosa.
La historia de ‘Gateway’ es una historia de clases, los de arriba y los de abajo. Como en ‘Titanic’ (id, James Cameron, 1997), pero intercambiando los papeles, el protagonista siente verdadera fascinación por una mujer perteneciente a la segunda clase. Ellos son Don Ameche, en un papel de galán extraordinario, y Arleen Whelan, en un personaje que bien podrían haber interpretado las coetáneas Miriam Hopkins o Irene Dunne. Tras una muy sutil metáfora sobre las puertas que desean cruzarse, también barreras impuestas por la sociedad, ambos pasan una agradable velada en primera clase. Él, regresa a su país, ella, irlandesa, viaja para reunirse con su amor.
Pequeñas grandes historias
Pero Cupido y un guionista llamado Lamar Trotti, adaptando una historia de Walter Reisch —ambos con un currículum impresionante—, hacen que el amor aparezca entre los dos, aunque haya que esperar hasta el final —en una película que dura 72 minutos, como muchas de la época— para que éste triunfe de la mejor forma posible. Para ello el personaje de Ameche se valdrá de tretas más propias de una mujer —eran otros tiempos y los grandes personajes femeninos eran propiedad de unas pocas actrices privilegiadas— para salirse con la suya. Esa historia caminará por senderos previsibles, pero sólidos.
Puede que ‘Gateway’ sea un film pequeño, que incluso banaliza sobre los grandes dramas personales de todo aquel que llegase a la isla de Ellis y sólo podía esperar un milagro. Sin embargo, en las historias secundarias puede notarse ese drama, que sí era auténtico, real, triste. Ahí están las historias secundarias, tratadas brevemente, pero con solidez y tino, que sirven como reflejo de una realidad de la que la película trata a veces de huir porque nos encontramos ante una love story, no ante un drama social. Con todo, lo previsible de lo primero se subsana con acertados ramalazos de drama, muy en el subtexto.
Porque Werker no abandona en ningún instante ese tono de comedia en un contexto que no lo es en absoluto, incluso en lo que concierne a los personajes principales. Algunas de las decisiones de los secundarios, pienso en el del prometido de la protagonista y su padre, tópicos machistas donde los haya, no son del todo bien recibidos, pero de alguna forma hay que conducir la película hacia el final que desea el espectador. ‘Gateway’ no niega concesiones a un público que muy probablemente iba al cine a olvidarse de los problemas reales, como hoy día. ‘Gateway’ lo logra a ratos, y posee característicos de la talla de Harry Carey y John Carradine para animar la función.