Una de las cumbres de John Boorman, ‘Excalibur’ (id, 1981) –proeza fílmica que hermana a Gustav Carl Jung con la mitología artúrica− es evocada por su director en ‘Esperanza y gloria’ (‘Hope and Glory, 1987), uno de sus films más prestigiosos –con importantes nominaciones a los Oscars incluidas−. De hecho, tal vez sea esta película la que representa, en esencia, la completa filmografía de Boorman, tan irregular y sorprendente como fascinante y esencial.
Ya sólo por su segunda película, ‘A quemarropa’ (‘Point Blank, 1967) –cima del cine negro al servir de puente entre las formas europeas coetáneas y las clásicas estadounidenses−, Boorman merece un cierto respeto. ‘Esperanza y gloria’ ofrece otra vertiente, producto que estiliza algunas de las obsesiones de su director con una premisa parecida, sólo en apariencia, a la de un film que aquel mismo año coincidió en los cines con la presente: ‘El imperio del sol’ (‘Empire of the Sun’, Steven Spielberg, 1987), nominada a más Oscars, pero “menores”.
Al igual que el film del Rey Midas, aquí tenemos la guerra –también la Segunda Guerra Mundial− vista desde la perspectiva de un niño, aunque en el caso del film de Boorman dicha visión está contextualizada en los bombardeos que sufrió Londres, concretamente en el Blitz, al inicio de la guerra, y en la comunidad inglesa que los sufrió. Una vez más el director es el guionista y esta vez recurre a detalles autobiográficos. El resultado es apasionante y también decepcionante en algún tramo.
Alejada de la épica y emoción del film de Spielberg, Boorman construye una especie de fábula infantil, centrada sobre todo en la familia del pequeño Bill Rohan al que da vida un muy cercano y realista Sebastian Rice-Edwards; alter ego del director, recuerdo transformado por el paso del tiempo y a través de la fantasía cinematográfica. No por casualidad, el cine tiene vital importancia en la vida del protagonista, y a veces juega con una lente o realiza fotografías a sus familiares.
Los ojos de un niño
Con personajes muy reales la parte más interesante del film es precisamente sus dos primeros tercios, en los que la devastación, cada vez más creciente debido al bombardeo, se adueña del barrio colindante de la capital británica. La guerra y sus consecuencias, tan cercanas y lejanas al mismo tiempo, con esa perspectiva infantil que hace que todo sea una especie de juego en los que se trivializa, de forma terrible, temas como el uso de armas, el sexo –“mamá se queda quieta y papá se mueve deprisa encima de ella, así es como se hace” dice la hermana de Bill en cierto instante −y el amor. Conteniendo episodios tan llamativos como los del paracaidista alemán o los niños tomando y robando en las casas bombardeadas.
‘Esperanza y gloria’ interesa mucho menos cuando los adultos interrumpen –con la olvidada Sarah Miles luciéndose− a veces ese prisma infantil, quizá algo realizado adrede para recordarnos que el hilo de unión es una terrible guerra; y el film pierde por completo el tono cuando hace una parada final en una especie de oasis alejado, en la gran casa del abuelo de Bill, un viejo cascarrabias espléndidamente interpretado por Ian Bannen, pero que realmente no aporta nada a los logros conseguidos en el tramo anterior. Eso sí, dicho tramo concluye, y con él la película, con la destrucción de la escuela debido a un bombardeo, el sueño de todo niño, el triunfo infantil sobre lo adulto –“Gracias Adolf” dice un crío mirando al cielo−.
Precisamente ese detalle hace de ‘Esperanza y gloria’ un film tan interesante, que sortea con inteligencia un terreno espinoso, el de mezclar tragedia, partida de un hecho dramático real como una gran guerra, y fábula. En realidad los niños protagonistas infantilizan, con su inocente e inexperta mirada, un mundo de adultos abocado a la desgracia debido a sus propias decisiones. Ese grupo infantil que construye sus propias leyes mientras juega a buscar tesoros y descubre el libre albedrío del lenguaje prohibido. El film tuvo una secuela realizada el año pasado, ‘Reina y patria’ (‘Queen and Country’) que se ha estrenado este mes, de forma limitada, en nuestro país.
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