A pesar de que el cine, al igual que la inmensa mayoría de formas de expresión artística que puedan venirnos a la cabeza, se encuentre en el polo opuesto de lo lógico y lo matemático, en ocasiones nos topamos con fórmulas que, nada más ser planteadas, anticipan un éxito prácticamente asegurado en el que el margen de error es casi inexistente.
La descomunal 'Alita: Ángel de combate' ejemplifica esto a la perfección, demostrando lo que ocurre al situar como principales factores de la ecuación a un artesano de la talla de Robert Rodríguez y a un auténtico visionario —pocos cineastas merecen ese calificativo tanto como él— como James Cameron. El resultado, como no podría ser de otro modo, se ha traducido en un blockbuster revolucionario y relevante; una de esas cintas que marcan la diferencia y a la que lo único que puede echársele en cara es las ganas de más que deja tras su último fundido a negro.
Tecnología, espectáculo y emoción
Únicamente por sus precedentes, el último trabajo para la gran pantalla del cineasta mexicano desde la inédita secuela de 'Sin City' tenía todas las papeletas para errar el tiro y sumarse a la extensa lista de mangas y animes defenestrados —salvo honrosas excepciones— en unas adaptaciones live action que, obviando su fidelidad o falta de ella al material original, dejaban mucho que desear en términos cinematográficos y narrativos.
Por suerte, y para regocijo de los que estábamos dominados por el escepticismo frente a esta nueva versión de la obra de Yukito Kishiro, 'Alita: Ángel de combate' ha terminado desmarcándose de sus homólogas; brillando —con intensidad variable— en todos y cada uno de sus aspectos al extraer lo mejor del código genético y del talento de sus dos máximos responsables, proyectado en un espectáculo asombroso y emocionante.
Pocos casos invitan a reivindicar con tanto hincapié la importancia de la figura del productor como el que nos ocupa. Y es que 'Alita' no hubiese sido posible sin la implicación de James Cameron, quien ha logrado deleitar con una nueva e incontestable revolución visual que se revela como el salto evolutivo natural de lo que nos ofreció hace una década con la fantástica 'Avatar'.
El filme de 2009 sentó unas bases tecnológicas y logísticas que 'Ángel de combate' ha llevado un paso más allá, huyendo de los frondosos y coloridos bosques de Pandora para dar forma a un universo en clave cyberpunk que transpira verosimilitud en cada uno de sus fotogramas. Esto se extrapola a unos personajes impecables entre los que destaca, cómo no, una Alita rebosante de vida e integrada a la perfección que hace olvidar instantáneamente que es un personaje creado a través de performance-capture.
Aunque, por encima de esta atronadora exhibición de músculo, de unas alucinantes secuencias de acción capaces de desencajar mandíbulas y de la mejor utilización del 3D vista hasta la fecha, lo que hace funcionar plenamente al largometraje se encuentra concentrado en sus elementos más básicos y elementales: el diseño y concepción de una protagonista con la que se empatiza de forma instantánea y la soberbia y artesanal dirección de un Robert Rodríguez que extrae oro de una arquetípica historia coming-of-age con cierto regusto a déjà vu.
Es precisamente la previsibilidad de una trama que no teme circular por territorios más que comunes el punto más amargo de una 'Alita: Ángel de combate' que, tras cerrar el arco dramático de su personaje principal y hacer circular en pantalla los títulos de crédito, me ha dejado atrapado en las calles de Iron City mientras sueño con lo que pueden llegar a dar de si las potenciales futuras entregas de una hipotética saga. Y esto es algo que sólo genios de la talla de Rodríguez y Cameron pueden conseguir cuando vuelcan sus esfuerzos en poner patas arriba la industria.
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