Gran parte del mejor cine de terror y/o fantástico actual se encuentra en el cine europeo. Alejado totalmente de las anodinas propuestas salidas de Hollywood, resulta curioso que la mayoría de los productos no encuentren distribución al menos en nuestro país, en el que muchos títulos espléndidos aún esperan ser estrenados. Los casos de ‘Déjame entrar’ (‘Låt den rätte komma in’, 2008, Tomas Alfredson) o ‘Zombis nazis’ (‘Død snø’, 2009, Tommy Wirkola), independientemente de su calidad, son como excepciones que confirman la regla, aunque en estos dos casos hablamos de films mucho más suaves que otros como la excelente ‘Eden Lake’ (id, 2008, David Watkins), la correcta ‘Martyrs’ (id, 2008, Pascal Laugier) o las polémicas ‘Frontière(s)’ (id, 2007, Xavier Gens) y ‘À l’intérieur’ (id, 2007, Alexandre Bustillo y Julien Maury).
Muchas de estas películas, que ahondan en la maldad humana, poseen un alto contenido violento —dejemos a un lado si está justificado o no— que en algunos casos sobrepasan el nivel de lo soportable. Son películas duras de ver, y difíciles de vender para las distribuidoras, pensando tal vez que nuestro acomodado espectador no está preparado para semejantes manjares cinematográficos. Con lo morboso que es el ser humano para temas escabrosos es muy probable que alguna de estas películas hubiese sido un relativo éxito en caso de gozar de una distribución como Dios manda. Afortunadamente, y gracias a Internet, unas pocas de esas desconocidas son ya títulos de culto.
‘The Children’ (id, 2008, Tom Shankland) no llega a la dureza expositiva de muchos de los títulos mencionados y contiene todos los elementos para ser distribuida en nuestro país pudiendo aspirar a una decente carrera comercial. Exhibida en el Festival de Sitges en la edición del año pasado, resulta un poco sorprendente que no encuentre distribución cuando el anterior film de su director, ‘WAZ’ (‘w Delta z’, 2007) —un pobre y a ratos absurdo thriller que bebía y bebía de fuentes como ‘Seven’ (‘Se7en’, 1995, David Fincher) o ‘Impacto súbito’ (‘Sudden Impact’, 1983, Clint Eastwood)—, que también se proyectó en el citado festival un año antes, circuló por nuestras carteleras con total libertad, eso sí, sin llamar apenas la atención.
En su segundo largometraje como realizador Shankland realiza otra operación de reciclaje, bebiendo de numerosas fuentes, algunas de ellas muy conocidas por los espectadores de estos lares. Sin embargo esta vez, y a diferencia de su anterior trabajo, la operación tiene vida propia más allá de la simple referencia, lo cual, vamos a ser sinceros, es bastante difícil de conseguir en estos tiempos en los que ya todo está escrito y hablado. Reconocerá el lector cinéfilo veterano —y algún jovenzuelo también, que los hay con inquietudes— la principal referencia del film: ‘¿Quién puede matar a un niño?’. La famosa, y muy conocida fuera de nuestro país, cinta de Narciso Ibáñez Serrador, navega durante todo el metraje de ‘The Children’.
Ochenta minutos llenos de tensión en los que el espectador se cuestiona lo mismo que en el film de Ibáñez Serrador. Los malvados de la historia son unos pequeñajos, hijos de las dos parejas de adultos que salen en el film, cuyo ingenio para proporcionar dolor alcanza unos niveles de crueldad inimaginables. A los ojos de sus padres son las criaturas más maravillosas del universo —atención a cómo en el film se echa la culpa a la etapa de adolescencia mientras que la infantil es protegida sobre todas las cosas, al menos en un principio—, resulta imposible hacerle daño a un niño, al menos a la misma altura a la que esas criaturas lo proporcionan en el film. Pero Shankland ofrece ya desde el principio un apunte de ciencia ficción, muy bien sugerido, que tal vez aminora la fuerza de la propuesta.
Es en ese punto donde la película me ha recordado un clásico del género, ‘El pueblo de los malditos’ (‘Village of the Dammed’, 1960, Wolf Rilla) —John Carpenter realizó un anodino remake de la misma con Christopher Reeve a la cabeza del reparto— aunque Shankland se las ingenia para no dejar claro del todo si estamos ante la invasión de una forma de vida que funciona a modo de parásito, o se trata de un virus que afecta al comportamiento humano. Esa ambigüedad le queda como un guante a la película cuya esencia se encuentra resumida en una frase de diálogo que se pronuncia de pasada y que alude a la inocencia infantil, a lo influenciable que un niño resulta, pudiendo hacer de ellos lo que se quiera. Tal y como se deduce del final, el virus habría comenzado por los más indefensos, los niños, dándole la vuelta a la tortilla. Son los niños los que, bajo el manto de su aparente fragilidad, hacen lo que quieren de los adultos.
Shankland dirige con ritmo, con brío —cosa que no hacía en su anterior trabajo— creando exquisitas set pieces siendo la mejor de ellas aquella en la que se produce la primera muerte de un humano en la película. Hasta tres acciones en paralelo se suceden antes de dicho instante, un prodigio de montaje que provoca una tensión que va in crescendo hasta culminar en un fatídico hecho. El interés no decae un sólo momento, a pesar de lugares comunes, y los actores cumplen en su mayoría.
Tenéis la película editada en DVD al otro lado del charco —bendita amazon—, mientras su estreno en nuestro país espera durmiendo el sueño de los justos.
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