Ayer por fin pude ir al cine a ver la esperada Pintar o hacer el amor (Peindre ou faire l’amour) de los hermanos Larrieu.
Coincido totalmente con la opinión de mi compañera Beatriz sobre la película, y también en que es mejor no desvelar nada, para que se pueda disfrutar al máximo de la atmósfera intrigante que crea y del impacto inicial de algunos de los hechos.
Sí vuelvo a hablar de Pintar o hacer el amor es porque leyendo una entrevista a los directores, en la que se les pregunta como ha sido trabajar con estrellas del cine francés, me ha gustado mucho una de las respuestas que han dado.
Deseamos hacer películas para dar una imagen a alguien que carece de ella. Claro que cuando se trata de actores conocidos, tienen muchas imágenes, pero no fue tan difícil. Nos producían la misma sensación que un músico de jazz puede sentir a la hora de tocar un standard; es a la vez simple, claro, conocido por todos, pero puede ser interpretado de mil maneras, incluso puede reinventarse
En realidad se están refiriendo a Daniel Auteuil y Sabine Azéma (que están soberbios) pero me ha parecido que la comparación de un actor, con un standard de jazz, era de lo más idónea para definir la sensación que se tiene al ver de nuevo actuar a Sergi López. Luciendo prácticamente el mismo aspecto en todas sus películas, con su acento catalán, sus andares, sus gestos, sus mirada tan particular... Y amoldándose al mismo tiempo a cada uno de sus personajes, creándolos, llenándolos de matices, mostrándonos un Sergi López distinto en cada papel, a los que habíamos visto anteriormente.
En definitiva, que en Pintar o hacer el amor, vuelve a comerse la pantalla, y yo sólo he querido aprovechar que hoy es el día de Superman, para hablar otra vez un poquito de este magnífico actor, y aunque (de momento) no vuele ¿Por qué no decirlo? De este también auténtico SUPERHOMBRE con mayúsculas y con todas las letras.