Anoche Telecinco emitió la segunda y última parte de 'El pacto' con unos resultados relevantes. Está visto que la combinación de problemas adolescentes, director reconocido (ésta es de Fernando Colomo), y el formato de fácil consumo como es la miniserie, son una buena combinación para la cadena. De hecho, el próximo fin de semana piensan repetir con 'Inocentes', una propuesta de la que no recuerdo noticia, cosa que le da alas a la teoría del filón. Eso sí, como todas las miniseries acaben como 'El pacto' van a terminar pronto con la gallina de los huevos de oro porque a mí me ha dejado una sensación contradictoria.
El primer episodio me pareció más que digno, bien llevado y con una estructura que, si bien se apoyaba en el irremediable gancho que se vería en la segunda parte, avanzaba con fluidez y contaba la historia sin demasiados altibajos. Más que destacable la actuación de las chicas, con Marina Salas a la cabeza, que hicieron que en una semana diferentes organizaciones exigieran la retirada de la producción aun sin saber cómo terminaba. Todo apuntaba que iba a haber un pacto de verdad, a que la ficción se estaba tomando en serio a sí misma y a que por fin nos estaban contando una historia superando el lastre del "basado en hechos reales".
Pero los defectos del primer episodio, que también los había, pesaron aún más en la segunda parte porque la historia hacía aguas. En la conclusión de 'El pacto' el buen papel de las actrices quedó relegado a un segundo plano, las actitudes de los adultos, muy estereotipadas e interpretadas con demasiada intensidad para mi gusto, cobraron una importancia que terminó con el buen sabor de boca que me había dejado la primera parte. En la conclusión la estructura narrativa se tiño de elipsis, un recurso que no me termina de gustar y del que creó que se abusó, y el guión volvió a la cruda realidad, con moralina incluida y con carteles informativos acerca del embarazo adolescente.
Para mí, decepcionante e innecesario. Habría preferido una opción más maquiavélica, un pacto fundado en una venganza irracional y loca, antes que esta lección de buenas costumbres en el contexto de una clase social alta y encarnada en un grupo de niñas mimadas. ¿De verdad se puede combinar lecciones morales usando personajes que no representan a la mayoría de la población afectada por el problema? Bueno, poder se puede, claro, pero no le encuentro sentido. Eso sí, a mí el primer episodio me engañó y eso hay que renocérselo a la serie porque no es tan fácil vender humo sin que se note.
Lo que en principio me pareció un historia interesante terminó convirtiéndose en un folletín más lleno de tópicos que me costaba creer porque los personajes de las niñas perdieron en una semana todo su carácter y su consistencia. El incremento de importancia del profesor guapetón, los tejemanejes del director del colegio y, para terminar, una ridícula clase de educación sexual cambiaron totalmente el foco de la historia de las jóvenes a los adultos. Como las cosas hay que valorarlas en su conjunto y yo prefiero la primera opción de niñas locas, tengo que decir que finalmente la serie no me ha gustado, aunque por unos momentos creí que por fin Telecinco había hecho algo diferente.
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