Brian K. Vaughan trabajó en ‘Perdidos’. Lo hizo de la tercera a la quinta temporada, como guionista, productor y supervisor. Este era uno de los selling points que permitieron que la crítica le diera una oportunidad a ‘Under the Dome’, ya que siempre hay curiosidad por ver qué hacen los discípulos de J.J. Abrams, Damon Lindelof y Carlton Cuse. Por ejemplo, Edward Kitsis y Adam Horowitz demostraron con ‘Once Upon a Time’ que el juego de los flashbacks y de los misterios a largo plazo tenían otro potencial. Y, ahora que ha terminado la primera temporada de la cúpula, puede decirse que el paso de Vaughan por la isla se notó.
La pregunta que surgió durante los últimos episodios no fue qué es la cúpula, para qué sirve o quién la instaló alrededor de Chester’s Mill. Es más bien algo como: ¿por qué el responsable no hizo algo tan entretenido y estimulante como los últimos episodios? ¿Por qué optó por algo tan rudimentario como centrarse constantemente en problemas de supervivencia que hemos visto una y otra vez y de forma totalmente genérica? Bueno, sé la respuesta. Pero por esta razón ‘Under the Dome’ jamás será una buena serie. Como máximo en sus mejores momentos será correcta o, mejor dicho, pasable.
Un ‘CSI’ de supervivencia
La serie en un principio fue desarrollada para Showtime. Iba a tener margen de maniobra para explorar los grises morales (y de tener poca clase la mayor parte del tiempo, que eso es otro tema). Pero finalmente acabó en la CBS, el hogar de ‘CSI’, ‘NCIS’ y cualquier procedimental que se precie, y Vaughan optó por una estructura sencilla. La serialización, al fin y al cabo, es un riesgo en verano. Sólo tiene sentido en ciertos canales minoritarios cuyo público busca exactamente esto. Pero para un canal generalista acostumbrado a los casos, podía significar que ningún espectador se interesara lo suficiente como para comprometerse a seguirla cada semana.
De aquí que ‘Under the Dome’ tuviese unos personajes y unas situaciones tan planas. En el pueblo atrapado dentro de la cúpula sólo hay héroes (los jóvenes, Julia y Barbie, que fingen que tiene un pasado reprobable pero que solamente comete actos venerables) y unos cuantos villanos (Big Jim y Junior, o sea, el diablo y la semilla del mal, y algún que otro pueblerino que se enfrenta a estos dos y muerde el polvo). Y las situaciones, coherentes pero previsibles. Ahora falta electricidad, ahora agua y ahora falta una policía con algo de olfato, por favor.
Era una forma fácil de sentar las bases del pueblo y no aturdir al espectador con cuestiones morales. Las había, sí, pero con tan pocas ansias de ambigüedad y profundidad que bien podrían ser las de una miniserie tonta de los noventa. En el libro, dicen, Junior mata a Angie a la primera de cambio y aquí son amigos tras tenerla secuestrada. También entiendo que optaran por esto pero, si al final no haces un psicópata con todas las de la ley, mejor perfila una deriva hacia la oscuridad con algo más de verosimilitud. De otra forma, tendrás un villano pero jamás podremos comprender como espectadores que los habitantes de Chester’s Mill no se dieran cuenta que era un demente abusivo y de mirada más turbia que un charco de fango.
¡Corre, corre, que esto acaba!
Pero los últimos episodios fueron al grano. En lugar de avanzar en la trama de la mini-cúpula como si fuese algo suplementario, abrazaron el misterio y pusieron al villano de la función al límite con la aparición de Maxine Seagrave (la siempre maravillosa Natalie Zea). No compro, que conste, el club de la lucha que montó, que apareció de la nada, que los protagonistas desconocían pero al que acudían el resto de ciudadanos. Pero sirvió para entender el funcionamiento de Chester’s Mill, para entender qué escondían Big Jim, el reverendo y el sheriff, y porqué se creía que era un pueblo idílico.
También para poner al villano contra las cuerdas: el ejército ya conoce sus trapicheos y despotismo, él descubrió el secreto que Barbie escondía y optó por llevar a cabo un atroz plan para mantener su estatus dentro de esa sociedad. Lo que significa sabotear cualquier plan de quitar la cúpula, asesinar al héroe y convertirse en el líder local. En este aspecto, en los tres episodios finales ‘Under the Dome’ fue altamente disfrutable. Se dejó de tonterías, los diálogos iban al grano, los anti-carismáticos personajes hablaban por fin de aquello que queríamos y distraían al espectador con la mini-cúpula, la mariposa y el huevo de dentro.
¿Hay respuestas?
Sí. Parecía que no irían tan allá pero algo nos reveló ‘Under the Dome’, algo que teníamos que saber y que igualmente considerábamos un interrogante abierto porque habíamos vivido ‘Perdidos’ y creíamos que cualquier estupidez era plausible: detrás a la cúpula están los extraterrestres. Por lo menos esta interpretación hice yo después de ver la explicación que les dio ese campo de fuerza, que explicó que había asimilado la imagen de la madre de Norrie para que pudieran comunicarse.
¿Es suficiente? Es pronto para saberlo. Todavía está el enigma de las estrellas rosas, deben contarnos qué significa que Julia sea la monarca y cabe ver hasta qué punto Vaughan sabe hacia donde lleva la adaptación de Stephen King. Sólo sé que, si bien causó frustración que renovara para una segunda temporada, está claro que él siempre se planteó la serie de televisión como algo más longevo, así que tampoco hay indicios que vaya por el mal camino (no peor que este).
Y la primera temporada, a fin de cuentas, ha sido un entretenimiento veraniego flojo pero soportable. Tuvo un final que, más que dejarnos con un cliffhanger, pareció quedarse a medias (¿tres episodios con la cacería de Barbie en el centro y al final nos dejan con la duda de si le cuelgan en un acto social cruel que no encaja en el funcionamiento del pueblo? ¡Venga ya...!). Hubo personajes con cero atractivo y un misterio que se desarrolla con el piloto automático. ¿Pero alguien esperaba más? Yo no. Y, como ni me esperaba tres episodios finales decentes, hasta la veo con buenos ojos. Los mismos con los que miro a Mike Vogel, que no es poco.
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