Había ya hambre de ‘Mad Men‘, y tantas ganas que teníamos de cogerla por banda están haciendo que los capítulos se nos escapen de las manos. Sin comerlo ni beberlo, estamos ya a mitad de la temporada, y no podemos decir que haya sido una primera mitad tranquilita. Prácticamente todos los personajes han tenido su toque este año, algunos con un episodio entero dedicado, otros con pequeñas pinceladas, pero ya sabemos qué tal les va a casi todos ellos tras el salto temporal con el que hemos comenzado el año. Y puestas las cartas sobre la mesa, ahora toca jugar.
‘Mad Men‘ es la serie de Don Draper, pero este año está teniendo menos protagonismo que otras temporadas. Su extrema felicidad con Megan es interesante sólo cuando hay problemas, y aunque es cierto que los está habiendo, la serie se está centrando mucho más en los personajes secundarios, que no son pocos. Desde Joan con su nueva maternidad hasta Pete con su sempiterna soberbia y ese intento de escarceo, pasando por Roger y su flirteo con el LSD tan popular en los años 60. Todo ello hasta desembocar en el mejor capítulo de la temporada, el sexto.
La nueva vida de Don junto a Megan está dando juego este año, y nos pone en duda sobre si verdaderamente ha cambiado o su actitud es sólo producto de la novedad. Casarse con una jovencita de 20 años, sin cargas y capaz de cantarte en francés hace que tengas que buscar pocas cosas fuera de tu matrimonio, y aun así el fantasma del antiguo Don Draper sigue acechando. Lo vimos con esas terribles pesadillas mientras estaba enfermo, y lo vemos casi en cada capítulo a través de las discusiones con Megan; y la última acabó bastante mal.
En un episodio que recuerda mucho a la estructura de aquél mítico de ‘Los Simpson’, con tres historias que confluyen a la vez a través de tres personajes diferentes, ‘Mad Men’ se ha marcado el mejor episodio de lo que va de temporada. Integra la mayoría de los elementos de la serie; el humor, a través de Roger y el LSD; el drama, con la desaparición de Megan y esa persecución por el apartamento de la pareja; y la soledad, a través de la historia de Peggy. Tres historias mezcladas con exquisitez y cuya estructura se descubre casi sin darnos cuenta.
Dos de las MUJERES (sí, con mayúsculas) de la serie están pasando un mal momento. Betty Draper sorprendió a muchos con esa papada, con la que uno no sabe si reírse por lo artificial que es o preocuparse por la verdad que esconde. La historia del nódulo tiroideo apenas aguantó un capítulo, pero dejó claro que Betty no es ahora más feliz después de haberse separado de Don, y que Don no ha olvidado tampoco a la madre de sus hijos. Pero claro, lo hacen con tanta sutilidad que no hay forma de saber realemente qué se les pasa por la cabeza a los personajes.
Por otra parte, Christina Hendricks está viviendo uno de sus momentos de gloria a nivel interpretativo. Separada de la agencia, sin esconderse en sus vestidos apretados y en su capa de maquillaje, Joan nos está regalando unos momentos para enmarcar. Con una madre incapaz de guardarse sus opiniones y un marido que quiere más a su país que a su familia, la pelirroja está más sola que nunca, con un niño fuera del matrimonio y una casa que se le cae encima. Tuvo su momento álgido en la mesa del salón junto a su marido, donde le recordó la violación que tanto nos impactó la pasada temporada.
Todo ello sin dejar atrás la realidad de la sociedad a mediados de los 60, con la comunidad negra obteniendo mayor visibilidad (gran acierto de la serie meter a un personaje negro para verlo todo con más perspectiva) y unos disturbios sociales que asustaban a gran parte de la población. Entre los eventos que ocurrieron en el futuro inmediato de la serie encontramos la muerte de Walt Disney, la irrupción de Yoko Ono en Los Beatles y, sobre todo, la legalización completa de los matrimonios entre personas de distinta raza. Siete episodios, y mucho por ver.
En ¡Vaya Tele! | ‘Mad Men’ y la felicidad de Don Draper
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