Breve vindicación de M. Night Shyamalan, destinada a recordar su talento y las razones de su relevancia
1. Es un Autor Insobornable.
A diferencia de la gran mayoría de cineastas, el éxito-revelación del cineasta indio, ‘El Sexto Sentido’ (The Sixth Sense, 1999) es un punto de partida, un pequeño comienzo de lo que será un discurso mucho más interesante y complejo que le ha llevado a ser acusado de una lista ingente de tópicos y deberes, todos basados en que sus películas deben tener un (satisfactorio) giro final. Lejos de eso, Shyamalan ha tejido una filmografía en la que los momentos líricos cobraban mayor importancia, hasta llegar a un momento de aislamiento que iba directamente en contra del formato en el que trabajaba (blockbusters aparatosos, industriales).
2. La joven del Agua.
Este salto mortal sin red es, quizás, una de esas películas que, con todos sus defectos, merece ocupar el lugar de clásico indiscutible. Trabajando con el operador habitual de Wong Kar-Wai, el magnífico Christopher Doyle, Shyamalan encontró un aspecto visual arrollador para dar a la luz (y a la sombra) un cuento de hadas que se mezcla con la nocturnidad de un apartamento, unas criaturas que pueden ser sugerentes al borde de una piscina y de un jardín.
Haciendo un uso, entre sublime y autoindulgente, del humor suplió todas las exigencias del guión, exterminó al crítico y lanzó una advertencia (guerrillera) al espectador e incluso se permitió refutar parcial e inteligentemente su anterior película, aquella ‘El Bosque’ (The Village, 2004) que fue la primera (gran) sacudida a una sociedad puritana y belicosa que continuaba bajo el mandato de un presidente empeñado en hablar, maniqueamente, del Mal (en mayúsculas). Si allí las comunidades albergaban una visión cerril y reaccionaria del mundo, aquí una pequeña comunidad podía encerrar el mayúsculo destino de la humanidad, todo ello codificado en los relatos mitológicos. Lo que Shyamalan estaba haciendo, y muchos no se dieron cuenta, es la síntesis de todas sus obras y a su vez su versión más radical: hombres heridos y sin fe, cuentos populares que encierran las claves del universo cotidiano, las consecuencias de la muerte para los que sobreviven….
3. Incluso su peor película contiene su aliento.
El gran problema de ‘Airbender. El último guerrero’ (The Last Airbender, 2010) no era su cineasta, sino ese guión y ese remontaje, con la sombra alargada de la productora, siguiendo el manido esquema de Joseph Campbell y George Lucas en vez de dar vuelta y libertad total a un director que, sin embargo, se mostró capaz de rodar cosas como esta. Si el cine de acción no podía ser una experiencia estética, Shyamalan nos probó equivocados.
4. Porque ha firmado la mejor película de superhéroes.
Ninguna de las adaptaciones oficiales de superhéroes ha brillado con tanta sutileza y poesía como lo hace ‘El Protegido’ (Unbreakable, 2000) que configura el relato superheroico a un aspecto común, cotidiano, tejiendo un relato de resonancias mitológicas envidiable: la idea de que el fan fatal de los superhéroes, el coleccionista, es su mayor supervillano se probó fructífera ¿acaso no es esa la idea tras el villano de ‘Los Increíbles’ (The Incredibles, 2005)?
5. James Newton Howard que estas en los cielos.
Las colaboraciones entre compositor y cineasta (Herrmann/Welles o Horner/Cameron por no citar siempre las más obvias) dan resultados enormes en cualquier cineasta, potencian y el caso de Newton Howard con Shyamalan es un crescendo imposible. ¿Mis favoritas? Esos adagios dignos de Bernard Herrmann en los títulos de crédito de ‘Señales’ (Signals, 2002), ese salto mortal sin red con Bob Dylan en ‘La joven del agua’ (Lady in the Water, 2006) o la banda sonora de ‘El incidente’ (The Happening, 2008), una felicidad imposible.
6. Películas de monstruos (interiores)
Desde que Alfred Hitchcock decidiera que las aves eran la materia para un género improbable, la monster movie de interiores (porque, queridos lectores, la protagonista de aquella cinta era la catástrofe sexual de Heddren y los problemas maternales de Rod Taylor), no he visto cineasta más osado en conceptos. Convertir a la naturaleza, los árboles y el aire lo que proporcionaba era una hermosa y valiente oda al amor y a la crisis de pareja, cargada de reescrituras propias, incluyendo una coda a ‘Señales’ (Signs, 2002).
7. Es el gran heredero de Jacques Tourneur.
He invocado ya a Hitchcock, pero el aliento poético, disparado y espiritual, de Shyamalan lo sitúa en una raza improbable de cineastas: los poetas forjados en las producciones de Val Lewton, en concreto en las que dirigió Jacques Tourneur. Si hay alguna posibilidad de que ‘La mujer pantera’ (Cat People, 1948) sea entendida como manifiesto poético, Shyamalan es su gran discípulo: su cámara se mueve con sutileza, sus encuadres buscan siempre el rostro del individuo y sus sombras, no estamos ante el barroco (ya enfatizado por la generación de los años ochenta) sino ante el redescubrimiento de las capacidades expresivas de la elipsis.
8. Una espiritualidad (verdaderamente) post-spielbergiana.
Que Steven Spielberg confiese en la biografía de John Baxter que siempre recordara ‘El mayor espectáculo del mundo’ no me parece una casualidad: Cecil B. DeMille hacía espectáculos arrolladores y bíblicos y en aquella película abordaba el show business como algo tan enorme y magistral como el viaje de Moisés. ¿O tal vez fuera que Moisés era tan espectacular y circense como ‘El mayor espectáculo del mundo’ (The greatest show on earth, 1952)? Dejo las maldades para otro post, pero si Spielberg tomó a DeMille para descubrirnos las luces en el cielo de un hombre corriente, Shyamalan ha ido más allá: el hombre corriente es, también, su propia revelación, su propio campo. Un vigilante de seguridad, un cura retirado, un modesto trabajador de apartamentos y un profesor: todos ellos sufrirán un viaje, sin momentos excesivamente grandilocuentes, en el que cambiará su percepción cósmica sin que el movimiento sea demasiado brusco. Lo que hay que proteger y lo que hay que entender es, sorpresa, el amor, incluso el perdido.
9. Por su (interminable) Descubrimiento de autores y talentos.
¿Había considerado alguien el potencial dramático de Bruce Willis antes de Shyamalan? ¿Sabíamos del prodigio magnético y expresivo de Bryce Dallas Howard? ¿Qué sería de nosotros sin ese primer contacto con una arrebatadora Zooey Deschanel? ¿Y esos trabajos, prodigios de la micro-expresividad, que brindan William Hurt o Samuel L. Jackson como villanos nada convencionales? Si hay alguien que ha demostrado que las estrellas pueden trabajar más allá de registros habituales o de cultivar una imagen o un tipo de papeles, es él.
10. Porque él ama a Resnais.
Y nosotros con él.
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