Para ser un cineasta tan íntimamente asociado al (vago y difuso) concepto de cine de autor, Woody Allen es también un destacado antiesnobista. ¿Qué es 'Manhattan' (id, 1979) si no el relato de unos cuantos cretinos intelectuales ineptos en la gestión de sus vidas sentimentales y morales?
Aunque hay pocas películas en su filmografía tan claramente antiesnobs como esta 'Días de Radio' (Radio Days, 1987) donde su Brooklyn noble, excéntrico y judío se contrapone al ostentoso, hipócrita y vaporoso mundo de los famosos de la radio.
Bien, admitamos una cosa: tal vez haya sido el propio Allen, con sus frecuentes apropiaciones del cine de autor, el que se haya ganado esa asociación. Ahí está 'Recuerdos' (Stardust memories, 1980) como un felliniano otto é mezzo. O 'Interiores' (Interiors, 1978) como un Allen esforzado en gritar y susurrar como Ingmar Bergman.
En los ochenta, muchas de sus apropiaciones no solamente fueron exitosas si no sutiles. 'Hannah y sus hermanas' (Hannah and her sisters, 1986) se hace con la preciosa estructura estacional del Bergman tardío de 'Fanny y Alexander' (Fanny und Alexander, 1982) sin apenas dotarse de otro tic bergmaniano que un excelente y huraño Max Von Sydow en un papel secundario.
Y 'Días de Radio' es, por supuesto, su 'Amarcord' (id, 1973). Sin embargo hay muchas diferencias, por eso mismo la apropiación en Allen suele ser además de ingeniosa, en sus mejores ocasiones, tan fuerte y potente como la de su modelo.
Un mundo inexistente
El cine de Fellini tiende a la desmedida y a construirse en viñetas y Amarcord es, para bien o para mal, el comienzo de ése estilo tardío. En su apropiación, Allen hace lo contrario: una película sobrevolada, de apenas ochenta minutos y musicada para hacerse ligera, divertida, casi frenética (todo lo frenética que puede ser una película de Allen).
Narrada por él mismo, la película consigue hacer accesible una táctica en verdad sofisticada: se encadenan sketches solamente al ritmo del jazz y de la ilusión de una programación radiofónica, se combina lo imaginario con lo vagamente posible, y lo exagerado con lo conmovedor.
Celebramos las epopeyas musicales o musicadas de un George Lucas joven o de Scorsese, pero rara vez admitimos a Allen su capacidad, ya anacrónica en los setenta y ochenta, de hacer del jazz la sustancia de sus películas. En Días de Radio lo lleva al extremo. El jazz guía, hila, encadena y rompe las secuencias.
Que Diane Keaton aparezca cantando en fin de año es parte del juego, del mismo modo que la heroína diluida sea una Mia Farrow inocente como Sally White, la aspirante a estrella que protagoniza varias viñetas de la película.
El aura legendaria
Sally es presentada como una modesta camarera y muchas de sus historias son resueltas con varios finales por el propio narrador. Nadie sabe qué fue de ella, sin embargo el Allen director nos enseña a mirar su evolución en la leyenda.
Cuando es camarera y es seducido por una estrella de la radio que quiere usar su poder para convencerla, Allen se demuestra un refinado estilista.
¡El espejo delata al seductor, a la mentira! El plano lateral se llena de sentido y funciona como un efectivo recordatorio de lo que sucederá. Al mismo tiempo, el narrador recuerda y se distrae con el número de jazz que muy probablemente presenciaron los protagonistas de esta escena. Después, regresa a ellos y al espejo.
Minutos después cuando Sally ya tiene dignidad laboral y se ha conseguido labrar un nuevo lugar, Allen la filmará de otra manera completamente distinta.
Un espectáculo secreto
Su relato transcurre entre la memoria y el sueño, y también en el descubrimiento mismo del cine. Que lleguen tarde y en el instante en que Katharine Hepburn es besada por Jimmy Stewart en 'Historias de Filadelfia' (The Philadelphia Story, 1940) es, también, invención, pero, a veces, dice Allen, merece la pena recordar las cosas de un modo inconexo y verdadero.
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