Stephen Daldry, que antes de ser director de cine fue un prestigioso director de teatro (conoció la fama en Broadway), debutó con ímpetu en la refrescante ‘Billy Elliot’, para confirmar su talento en la excelente ‘Las Horas’. En ambas demostró un gran nivel en la dirección de actores, y ser un más que digno narrador de historias melodramáticas y profundamente íntimas, desgarradoras a menudo. Además, dado lo universal de sus historias, y su estilo académico y sobrio, fue nominado al Oscar por ambas.
Ahora vuelve a estar nominado por la adaptación de Der Vorleser, del escritor alemán Bernhard Schlink, adaptación que ha sido llevada a cabo por el mismo escritor que bordó en ‘Las horas’ un complejo entramado de 3 historias de mujeres (adaptando entonces a Michael Cunningham). Pero mientras allí todas las posibildades del relato mantenían un dificilísimo, y aún así robusto, equilibrio, no ocurre lo mismo con ‘The Reader’, una buena y noble película que podía haber dado bastante más de sí.
De nuevo, como en ‘Las Horas’, no hay una unidad de tiempo, pues viajamos a lo largo de muchos momentos (1953, 1966, 1976, 1988, 1995) por los meandros de una relación imposible. El principal problema es que por mucho que se esfuercen los cineastas en crear una unidad, ésta no existe. Y la causa es una historia potente pero truncada. Nos cuentan la historia de un amor entre dos personas de edad muy dispar, que como suele suceder termina en fracaso. Y también nos cuentan la historia de un secreto terrible de la época del nazismo y de la única persona que puede redimirlo. El problema es que los protagonistas de las dos historias son los mismos personajes.
Y aunque en un primer momento, ambas historias parecen encontrar un momento de unión memorable, todo se desvanece rápidamente, como si fuera un espejismo, y la densidad y la tensión del relato decaen de forma notable. No puede Daldry, o no quiere, agarrar por los cuernos su trama, y todo se va desmadejando progresivamente, hasta un final conciliador e insatisfactorio que rompe el tono de todo lo que las imágenes nos habían propuesto. Con dos partes muy diferenciadas, la primera, más corta, es con mucho la más interesante y la que deja las migas de pan que el espectador tiene que ir recogiendo en la segunda, mucho más larga y repetitiva. Lo malo es que una vez obtenidas esas migas no hay nada más, y no bastan.
Una vez más, Daldry firma con precisión, con ausencia total de divismo, aunque quizá exagerademente contenido y académico, ausente por tanto todo riesgo y búsqueda formal, otorgando la mayor importancia a un grupo de actores soberbio, que funciona sin fisuras. No sólo Ralph Fiennes está como suele, sino que el joven David Kross hace un trabajo formidable como el joven Michael Berg, dando una ejemplar muestra de intensidad y de verdad. Ahora bien, Kate Winslet es de otra galaxia, y la película sin duda se beneficia muchísimo de otro trabajo suyo excelente.
Parece que el abanico de registros, y el número de papeles dispares que esta portentosa actriz puede llevar a cabo es casi infinito. Con toda justicia hablamos de la mejor actriz en habla inglesa de su generación, que a sus treinta y tres años es ya toda una leyenda. Su Hanna Schmitz es un prodigio de contención e inteligencia, de dominio de todos los resortes de la interpretación, en todos los tonos y ritmos. Sin querer eclipsar a nadie, termina haciéndolo por la mera fuerza de su presencia. Sin aires de grandeza, pero aún así a lo grande, da cuerpo a un personaje fascinante, herido, misterioso e inabarcable, del que no nos revelan todas sus deudas, ni sus razones, con el pasado.
Porque este es un papel muy diferente a la gran mayoría que ha interpretado, pero que hace suyo con una naturalidad y una verdad que hay que verlo para creerlo. Y tiene la generosidad de hacer partícipe de los mejores momentos del filme al gran David Kross. Juntos son lo único realmente destacable del filme, que se nutre de sus rostros como si los drenase, pues por lo demás no hay nada que se pueda destacar. Dicen que Winslet ganará en pocas horas su primer Oscar, y si así es sin duda lo gana por uno de sus mejores trabajos.
De todas formas muchas cuestiones interesantes se quedan en el papel: ¿hasta qué punto la ley puede juzgar según qué hechos del pasado, manipulados por la historia reciente?, ¿quiénes fueron los verdaderos responsables de las matanzas indiscriminadas? ¿cómo se sentían los reponsables de los campos de exterminio? ¿cómo se sentían las generaciones posteriores alemanas respecto a la pesadilla nazi? Todo queda en nada.
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‘The Reader’ (‘El lector’), sexo, vergüenza y secretos
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