[Continuación de una historia que tuvo su tercer episodio en esta entrada].
“Comprendo que estés confuso”, dije tratando de guiar a Lucas por el laberíntico entramado de la narración, “pero por raro que parezca es el inicio. Después se extendió en pequeños detalles que me los reservo, no obstante me expuso claramente que necesitaba ver su imagen para ponerse a tono: ‘Sin Woody Allen no disfruto. Es más ni me inmuto.”
“Yo no reaccionaba ante lo que mis oídos estaban oyendo. ¿Qué enredo me estaba contando? ¿Podía alguien con algo de inteligencia creerse semejante embuste? No debía dudarlo porque en cierto modo yo había vivido una experiencia parecida. Analizaba la situación mientras continué escuchándola: Convencí a Stewart para que se hiciese con una videoteca completa de Woody, para mí ya era como alguien familiar, puesto que con Manhattan no tenía suficiente. Valía cualquier modelo suyo para sentir el apetito sexual, me explicaba. Imitando y vistiéndose como Humphrey Bogart en ‘Casablanca‘ para conquistar a las mujeres en ‘Sueños de un seductor‘, sobre todo cuando terminaba seduciendo de nuevo a Diane Keaton, o disfrazado de un espermatozoide angustiado por conocer en cual tipo de eyaculación saldría en ‘Todo lo que usted quiso saber acerca del sexo y no se atrevió a preguntar‘, o la imagen que más la excitaba, vestido con esmoquin y caricaturizado como un robot, con toda la cara pintada de blanco, un cuenco en la cabeza, orejeras, sus gafas negras y un mando para regular su nivel de domesticación, que colocando a Stewart de espaldas a la televisión admiraba mientras pensaba que era Woody Allen quien la amaba.
“Con ese primer plano de ‘El dormilón‘ alcanzaba los mejores orgasmos”, decía. “Y eso era lo que le sucedía con las películas de la primera época de Woody Allen, las que precedieron a ‘Manhattan‘. Con las películas siguientes, las que podríamos denominar de la segunda época, como por ejemplo ‘Hannah y sus hermanas‘, ‘Delitos y faltas‘, ‘Maridos y mujeres‘ o ‘Poderosa Afrodita‘, le bastaba que entre los protagonistas hubiera cierta atracción, o que engañasen a sus parejas en la ficción con otro actor, o que simplemente el diálogo discurriera por temas relativos al sexo para que ella estuviera dispuesta a todo. Y siempre lo estaba.”
“Luego, para conseguir una mayor verosimilitud y puesto que el original no estaba al alcance de su mano, se conformó con ir transformando poco a poco a Stewart. Le compró unas gafas negras con la misma montura que las que usaba Woody Allen, le hizo despeinarse igual que él, le cambio el ropero y le convenció para que se vistiera con unas camisas y jerseys parecidos a los que él utilizaba, le obligó a que aprendiera a tocar el clarinete, que estuviera continuamente obsesionado con temas como la religión, la muerte y el sexo, e incluso, que tratase siempre de inventarse historias donde entrelazara el amor de una joven protagonista y las influencias literarias de un hombre mayor. Con el tiempo, Stewart terminó por apuntarse a unas sesiones con un psicoanalista, aunque esto lo hizo por su cuenta.”
“Evidentemente él ya no lo pudo soportar más y aconsejado por el psicoanalista rompió con ella. Fíjate si estaría obsesionado que además de llevarla a una heladería, como sucede en ‘Manhattan‘, hasta empleó y recitó a Woody Allen en esa escena para dejarla, como si el círculo se hubiera cerrado y en una vuelta a los orígenes de la locura: ‘Creo que no deberíamos seguir viéndonos. Porque pienso que estas demasiado enrollada conmigo, ¿sabes? Enrollada conmigo…‘ Aunque Allison sufrió bastante, lo perdonó porque se había molestado en satisfacerla en ese triste momento.
“Esto me está pareciendo excesivo”, comentó Lucas. “Pensé lo mismo”, dije. “Allison debió de imaginarse que lo pensaría porque sacó de su bolso una foto y me la enseñó”. Cogí mi cartera y comencé a buscar la fotografía. “Y no te lo vas a creer. Era la viva imagen de Woody Allen. Parecía su hermano gemelo. Mírala aquí la tienes. ¿A qué es increíble?”
“No tengo casi palabras para expresarlo”, añadió. “Es sorprendente”. “A la vez que Allison me mostró la fotografía”, continué, “agarró mi mano y se insinúo: Deberíamos liarnos otra vez. Ser amantes.” Quería ponerme la miel en los labios, incitarme a caer nuevamente en sus brazos y convertirme en su marioneta. Rechacé su insinuación porque no estaba dispuesto a transformarme en otro doble de Woody Allen.
“Es todo tan extraño, tan enrevesado, que merece ser digno de estudio”, opinó Lucas. “Sí, y lo más inverosímil, rayando casi el masoquismo”, proseguí, “es como sus caminos se volvieron a cruzar uniendo de nuevo sus vidas. Sin embargo, tengo la sensación de que ella nunca va a olvidar que la dejase.”
Hice una pausa, y una sonrisa malévola se extendió por toda mi cara. Por la expresión y el resplandor de los ojos de Lucas se me ocurrió pensar que él no se había creído la historia, que me la había inventado, una excusa para demostrarle que había olvidado a su hermana.
“Te he contado la historia, por imposible que parezca, de la manera como ocurrió”, dije. “Vale, si yo te creo. Ahora entiendo tu actitud, pero reconozco que era un pastel muy apetitoso. Una tentación para cometer todos tipo de perversiones. Lo que no sé es si al final yo hubiera terminado adoptando tu decisión”. “No te creas, fue muy fácil de tomar”, dije cortando su reflexión. Con Woody o sin Woody, la relación no creo que hubiera funcionado porque, cuando a las pocas semanas lo hubiésemos vuelto a dejar, habría terminado corriendo por la calle buscando a Susana, como Woody Allen al final de ‘Manhattan’.
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