‘The Night Manager’ se encrudece al final de su primera temporada

‘The Night Manager’ se encrudece al final de su primera temporada

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‘The Night Manager’ se encrudece al final de su primera temporada

Cuando John le Carré firma una historia de espías que adapta Susanne Bier para BBC One con Tom Hiddleston, Hugh Laurie y Olivia Colman de protagonistas, prestas atención. Le Carré es conocido por su bibliografía de ficción sobre el espionaje, sobre el que sabe mucho después de trabajar para los Servicios Secretos y el Servicio de Inteligencia británicos; toda una fuente de trapos sucios sobre procesos, políticas y trapicheos.

En ‘The Night Manager’ (‘El Infiltrado’ en España) tenemos como protagonista a Jonathan Pine (Hiddleston), un exsoldado británico reconvertido en conserje de noche de hoteles de lujo que ve envuelto en una trama de tráfico de armas al enviar una documentación delicada que cae en sus manos. La agente de inteligencia británica Angela Burr (Colman) decide reclutarle para infiltrarle en el círculo íntimo de Richard Roper (Laurie), quien usa su figura de filántropo como máscara, y ponerle contra las cuerdas.

Era un proyecto que ha costado** 3 millones de libras por episodio** (el dinero se ve, desde luego). Era arriesgado apostar por una historia que lleva circulando años por la industria del cine y nunca acababa de cuajar. Desde luego, precisaba de estas seis horas para adaptar el contenido, e incluso personalmente se me ha quedado corto el desarrollo en algunos puntos que luego comentaré.

El magnetismo de Jonathan

El primer capítulo es excepcional. Es atípico cuando lo comparamos con otros títulos donde el suspense y la tensión son parte importante de la mezcla, ya que se tiende a poner todas las castañas sobre el fuego para atrapar al espectador. Sin embargo, en ‘The Night Manager’ tienen claro lo importante que es construir a Jonathan Pine; lo que le mueve, su integridad moral, su corrección, el magnetismo que emana a ojos de los demás (no sólo de los que se sienten atraídos sexualmente por él, aunque su carisma le lleve irremediablemente a ello). Ese es el objetivo del primer episodio; eso, y transmitir el estilo elegante en todos sus aspectos que empapa la serie.

Su capacidad y su atractivo es algo definitorio de un personaje que, a medida que avanza la historia, confirma cómo es consciente de ese poder y cómo lo utiliza para desempeñar la tarea que ha decidido aceptar de los operativos de inteligencia. Tom Hiddleston está perfecto y cómodo desempeñando este papel, con su mirada misteriosa, su sonrisa (a veces perturbadora) y su don de gentes que consiguen cegar al mismísimo Richard Roper.

Esta característica del personaje lleva a la serie a precipitar el avance en algún momento. El salto que da Jonathan en el tercer capítulo dentro de la organización de Roper se antoja poco construido, ya que de repente se encuentra con mucha información proporcionada por Jed, la novia de Roper, o su hijo. La construcción del atractivo del personaje cimienta esto, pero resulta un avance tan brusco que se antoja poco verosímil tratándose de algo tan relevante en la historia y la relación de los dos protagonistas.

Una red sólida de personajes

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La primera mitad está más centrada en desarrollar las relaciones de unos y de otros, no sólo a través de los ojos de Jonathan Pine y su infiltración sino también a través de las dificultades que Angela Burr encuentra constantemente en su camino. Es la propia inteligencia británica quién le pone la zancadilla constantemente, y cuenta con muy pocos aliados; entre ellos Joel, un encasilladísimo David Harewood.

Sabes que cuentas con un gran guión cuando todos los personajes tienen un universo propio; una vida que está patente aunque no te la cuenten. Angela y Joel tienen un pasado y eso se traduce en una química. Pero también se perciben las idiosincrasias de cada uno en las interacciones resultantes de la trama principal de espionaje. No se trata sólo de generar una tensión o subrayar algo sobre un personaje a partir de algún secreto o algún dato del pasado (algo que la serie alimenta con Jed, por ejemplo), sino el no caer en la unidimensionalidad; en que los personajes existen y han existido más allá de su vida en la serie.

La dura dimensión de la historia

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Después de esta primera mitad de mostrar relaciones, posiciones e intereses, el centro vira en dirección a un desarrollo más liderado por la trama y sus consecuencias no sólo en los personajes, sino en cuestiones más globales, sociales o políticas. Se ha hecho una labor de contemporización de la novela de Le Carré (publicada en 1993) a una realidad internacional de conflictos muy actualizada (y cruda).

El penúltimo capítulo es especialmente duro cuando todo lo que hemos visto y percibido de forma más abstracta tiene una aplicación práctica; cuando somos testigos de cómo seres deleznables como Roper y los que negocian con él hacen un espectáculo pirotécnico de la guerra en el patio de atrás de un campo de refugiados; cuando las intrigas en despacho se traducen en consecuencias sociales; cuando los negocios que hasta ahora habían sido trajes caros, espectaculares villas en Mallorca y buenos modales se traducen en guerra y muerte.

‘El Inflitrado’ es una propuesta interesante que se acerca al género del espionaje con unas ideas claras sobre su tono e intenciones. Temía un poco que Susanne Bier fuese la directora de los capítulos, ya que el cine que he visto firmado por ella tiende al maniqueísmo y la manipulación, pero aquí despliega un gran talento para controlar ese tono y manejar el imponente porte de sus tres protagonistas.

Se ha confirmado segunda temporada, por lo que suponemos que se requerirá la superpoder infiltrador de Jonathan Pine para derrocar a otro mierda que se ha hecho multimillonario a costa de la vida y la seguridad de las personas. Estoy deseando verlo, sufrirlo y después aplaudir como cuando aplaudí cuando todo le explotó –literalmente- en la cara a Richard Roper.

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