Ha sido la serie revelación de lo que llevamos de verano. No es que no hayamos tenido buena oferta en estos meses, pero la última serie de Netflix nos ha transportado a todos a nuestra propia infancia y a una de las épocas más sensacionales para ser niño, al menos según el cine: los años 80. Ocho episodios son los que ha tenido la primera temporada de 'Stranger Things' y ocho horas que he estado pegadísimo a la tele.
Ya en la primera toma de contacto con la serie, Mikel nos comentaba tanto el fuerte componente nostálgico de la serie como de la evidente calidad que desprendía. Y la verdad es que los episodios restantes no hacen si no constatar estas primeras impresiones: 'Stranger Things' es una gran serie independientemente de su ambientación.
Escrito y dirigido por los Hermanos Duffer, nos encontramos en Hawkins, un idílico pueblo estadounidense en 1983. La acción comenzará cuando, tras echar una partida de Dungeons & Dragons, Will (Noah Schnapp), un joven de once años, desaparece misteriosamente.
Todo el pueblo está compungido por tal acontecimiento y serán sus amigos Mike (Finn Wolfhard), Dustin (Gaten Matarazzo) y Lucas (Caleb McLaughlin) los que decidan ir a su busca cuando aparece en escena Eleven (Millie Brown), una chica que parece tener telequinesia y que está buscada por una agencia secreta. En 'Stranger Things' hay experimentos secretos, un terrible monstruo, un "otro lado" y muchos de los elementos clásicos que podemos encontrar en una obra de aventuras.
No todo es nostalgia...
Voy a intentar hacer lo imposible y pasar algo por encima del tema "nostalgia". En Xataka, por ejemplo, me andentro más sobre este tema y en Magnet tienen un estupendo resumen de referencias. Es innegable que 'Stranger Things' es un homenaje a todo lo que molaba del cine y la televisión de los ochenta.
Los Duffer, que crecieron más en los noventa, son unos enamorados de la época y se nota y como espectador he disfrutado mucho de la ambientación y los guiños, pero ¿qué nos queda si le quitamos este componente? Pues la verdad es que nos queda una serie de aventuras "a la vieja usanza". En 'Stranger Things' la magia no está en recrear los 80, sino en comprender íntimamente un modo de narrar historias característico de esos años.
Los Duffer entienden perfectamente lo que hace grande a una historia y nos deleitan con su tesis
Básicamente la historia no tiene mucho misterio: tenemos unas figuras (los niños) con las que nos podemos identificar mucho que se encuentran con un componente paranormal. Es uno de los cimientos clásicos de la ficción con el que más nos implicamos emocionalmente. Los Duffer lo saben y comprenden perfectamente por qué este tipo de ficciones funcionan y a partir de ahí crean su propio hito.
Un hito no exento de fallos. La verdad es que creo que no han sabido administrar bien el ritmo de la serie, los diálogos no brillan y personalmente no aguanté a Winona Ryder. Sin embargo, haciendo un repaso general, no tiene nada que no sean males intrínsecos de una ficción de aventuras infantiles, donde hay que suspender un poco la incredulidad para que todo funcione y cuyos héroes son grandes.
Una serie altamente recomendable
Una de las cosas que suelo dar mucha importancia a la hora de ver una serie o película (o leer un libro) es el que logre o no implicarme en la historia. 'Stranger Things' lo consigue. Es un gran relato con, probablemente, uno de los mejores castings infantiles que he visto en mucho tiempo. La gran clave del éxito son los pequeños y, sobre todo, Dustin, el niño que todos queremos ser de mayor. Gaten Matarazzo es, simplemente, un crack actuando.
Matt y Ross Duffer han creado con 'Stranger Things' una maravilla de serie por el hecho de comprender, perfectamente, lo que hace grande y perdurable en la memoria a una ficción. Ha ayudado mucho el hecho de hacer un homenaje a los mejores años 80, a King, Spielberg, Carpenter y toda una generación de creadores, pero independientemente de eso han hecho un gran trabajo.
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