Resulta curioso que se junten en tan poco espacio de tiempo dos películas sobre hechos reales tan diferentes pero tan complementarias como ‘El oficial y el espía’ y lo nuevo de Terrence Malick se junten en cartelera. Si en la de Polanski trata de un judío condenado y encerrado por ser judío, en ‘Vida oculta’ tenemos a un alemán objetor de conciencia, que se negó a luchar para los nazis y también pasa meses encerrado hasta su juicio. Ambos son acusados de traición.
‘Una vida oculta’ está basada en la historia real de Franz Jägerstätter, interpretado por August Diehl, que era un simple agricultor austríaco que pagó un alto precio por mantenerse fiel a su moral, una que no le permitía jurar lealtad a Adolf Hitler. Con algunos puntos en común también con ‘Hasta el último hombre’ (Hacksaw Ridge, 2016), trata a su personaje como alguien santo, aunque la mirada religiosa de Gibson pasa aquí a un plano de espiritualidad marca de la casa Malick.
Durante la primera hora de la película. Seguimos al granjero mientras hace su vida en su pueblo alpino, Radegund, donde es un pilar muy querido de la comunidad. Tiene una esposa devota y tres hijos adorables, y aunque es un hombre de fe, no es particularmente austero, es ingenioso, aficionado a las motocicletas y completamente moderno en muchas de sus actitudes, con su esposa y su hermana como compañeras de trabajo. Es quizá un poco demasiado idílico pero es el tramo en el que todo resulta más auténtico.
Las pruebas de Job
No es difícil conectar con su postura moral contra el Tercer Reich y Hitler y le seguimos mientras le obligan a ingresar al ejército, donde las imágenes de la desolación que el Reich está causando le llevan a cuestionar a la bestia a la que está sirviendo, mientras que, al regresar a casa, ve cómo sus compañeros campesinos y el resto del pueblo están siendo radicalizados por su alcalde, un fanático nazi. Aunque siniestro, es interesante presenciar cómo el pensamiento irracional llega a infectar en lugares apartados y rurales.
Durante el estallido de la Segunda Guerra Mundial va haciéndose gradualmente más claro que el juramento de lealtad a Hitler choca con su moral cristiana, y al no poder hacerlo afronta consecuencias que, lamentablemente no solo le afectan a él, sino a toda su familia, enturbiando más el dilema de su decisión. Este conflicto impulsa toda la película, y la relación de la pareja a lo largo de esta prueba de Job es su columna vertebral. Posiblemente, es la estructura dramática más clara de Malick desde ‘Malas Tierras’ (Badlands, 1973).
Por supuesto, esto no quiere decir que ‘Vida oculta’ no sea puramente Malickiana, está llena de mucha voz en off, saltos de escena, montajes sobre música clásica, y en sus temas reflexiona sobre Dios, lo que se espera que haga el ser humano con suficientes estampas de niños jugando en la hierba, y primeros planos mirando al infinito. No se ha convertido en Michael Bay, pero funciona mejor que sus últimos dramas debido a esa columna vertebral argumental sólida. Y es que cuando se anunció el rodaje Malick comentó que era la primera vez que trabajaba con un guion completo en años.
Además, el film cuenta con el alemán Jorg Widmer como director de fotografía y se ha filmado con luz natural, con lo que es difícil no sentirse abrumado con la cantidad de imágenes asombrosas que, por otra parte, juegan con la ventaja de captar el pueblo de Radegund. Si además se añade la partitura orquestal de James Newton Howard que implementa los sonidos relativos a la imagen, la hermosura estética eleva todo lo que está contando de forma irresistible. El problema aparece cuando uno se da cuenta de que quedan otras dos horas.
Puro Malick, pero el más accesible
A partir de cierto momento Malick comienza a repetirse, con más figuras apareciendo para tratar de convencer a Franz de que lo acompañe, incluido un obispo (Michael Nyqvist en su último papel) o un oficial que ha sido abusado por guardias en un campo de prisioneros. Franz llega a un punto de ruptura y se queda solo en sus creencias, que se guarda para sí mismo y no comparte con su esposa Franziska, que tampoco trata de convencer en las suyas. Se aman y se respetan, incluso si no están de acuerdo con el curso de la vida que deben seguir.
Malick no trata de esconder los paralelismos entre el partido nazi y el panorama político global actual, un resurgimiento de la ultraderecha que trabaja a favor de la película y el núcleo sobre el que se aferran sus tres horas, el poder de la moral de uno y su fidelidad pese a lo oscuras que puedan ser las consecuencias, justo cuando ese sentido se está empezando a perder. Pese a esto, el director prefiere seguir buscando el aspecto espiritual de todas esas preguntas con su cine. En su mayor parte, ‘Vida Oculta’ es como un clímax cargado de emociones y escenas memorables como la reunión final entre la pareja.
Es un buen programa doble —de echar el día— junto a ‘Silencio’ (Silence, 2016), con un autor estadounidense retratando preguntas de fe en un escenario que pone esas preguntas a prueba. Malick prioriza la narración visual y tiene éxito porque esta es universalmente atractiva y perfecta para el tono melancólico que, como en la de Scorsese, se convierte en una prueba de paciencia, pero también con la recompensa de reencontrarse con uno de los grandes cineastas de todos los tiempos en la que es, sin duda, su mejor película desde ‘El árbol de la vida’ (Tree of Life, 2011)
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