No es extraño el director Edgar Wright al género del terror desde su debut en el cine, pero lo cierto es que sus escarceos con el mismo siempre habían sido desde una barrera de humor o metarreferencia que por primera vez se reduce al mínimo en ‘Última noche en el Soho’, una película de horror arquetípica que no utiliza la parodia, ni se escuda en el postmodernismo para afrontar el género, siendo tan directa y clásica en su aproximación que puede despistar.
Tras el homenaje a la trilogía zombie de George A. Romero de ‘Shaun of the Dead’ (2004) y el maravilloso fake tráiler ‘Don’t’, de ‘Grindhouse’ (2007), Edgar Wright incluyó cultos y folk horror en ‘Arma fatal’ (Hot Fuzz, 2007) y apocalipsis robóticos en el cierre de su trilogía del cornetto, pero nunca había afrontado el cine de terror sin excusas, haciendo en su nueva película un ejercicio de reinvención importante, que nunca deja de ser él, pero que sí se mete en terrenos oscuros pese a que su interés sigue teniendo algo de mitomanía marca de la casa.
‘Última noche en el Soho’ es uno de esos momentos en los que grandes directores deciden hacer su película de terror y vuelcan todo su libro de recursos para verter en cada pequeña escena un panaché de referentes y detalles que les gustan, subiendo al máximo la apuesta estética sin dejar en el tintero una sola de sus obsesiones. Piensa en ‘Drácula’ (1992) de Francis Ford Coppola, ‘Agárrame esos fantasmas’ (The Frighteners, 1995) de Peter Jackson, ‘Silencio desde el mal’ (Dead Silence, 2007) de James Wan o ‘La cumbre escarlata’ (Crimson Peak, 2015) de Guillermo del Toro, por ejemplo.
Horror psicológico y paranoia polanskiana
Películas con una gran apuesta del estudio que tratan de ofrecer un viaje definitivo por los tópicos de cada subgénero para elevarlos cuidando cada pequeño elemento de la producción a un nivel casi teatral. Si del Toro lo hizo con los dramas góticos de fantasmas, Wright lo hace con el subgénero de mujeres psicóticas con tradición de películas de Polanski como ‘Repulsión’ (1965) y le añade un twist familiar de carrera en el mundo de la moda o las artes que no es ajeno desde ‘Cisne negro’ (2010) a la más reciente ‘The Neon Demon’ (2015).
Aquí nuestra protagonista es Eloise, una joven diseñadora llena de inocencia que misteriosamente puede entrar en la década de 1960, donde sigue la vida de una atractiva aspirante a cantante, un planteamiento sin mayor explicación sobrenatural que se utiliza para examinar el lado oscuro del Swinging London con un juego de espejos de pasado y presente que destapa las trampas de la nostalgia, retratando la época con contrastes entre vestuario mod y una banda sonora espectacular con una sordidez urbana llena de utilitarismo sexual patriarcal.
Thomasin McKenzie ofrece una interpretación cálida y empática que gana al instante como una frágil chica rural que sigue sus sueños hasta la capital, según el modelo de ‘Suspiria’ (1977), que acaba sobrepasada por la inclemencia de una urbe atroz. Su periplo sigue al dedillo los tropos de chica en residencia femenina con pesadillas reveladoras, que descubre misterios que atormentan un lugar o un edificio mientras sufre una crisis nerviosa, un sello de terror clásico que puede seguirse desde películas como ‘Hasta el viento tiene miedo’ (1968), un modelo con marcado acento femenino del que no se aleja.
Todos los colores de la oscuridad
Esta colorida representación de una historia arquetípica sirve de excusa para aprovechar cada fotograma con una apuesta estética llena de clase, una dirección estelar con apabullantes planos del barrio y lugares emblemáticos de la ciudad –ojo con el travelling por Picadilly Circus ambientado en donde no se atisba un píxel de cgi— y que además se salta cualquier norma narrativa académica para romper la lógica a base de delirios caleidoscópicos que difuminan los límites de la realidad y la alucinación con un montaje abrumador.
Wright recupera la gama cromática irreal de Mario Bava, pero también mira hacia sus películas más allá de la estética, con esos ecos del pasado apareciéndose en la cama de ‘La frustra e il corpo’ (1963) o el escenario de ‘Seis mujeres para el asesino’ (Sei donne per l'assassino, 1964). Incluso algunas visiones del personaje de Anya Taylor-Joy están planteadas como imágenes psicodélicas de su época, con la Romy Schneider de la película perdida ‘L'enfer’ (1964) de Henri-Georges Clouzot en mente, cuya sombra también aparece en detalles, moda y texturas lisérgicas que recuerdan a, ‘La prisonnière’ (1968).
Taylor-Joy aparece ultraterrena con su personaje de Sandie, que canta hits de Petula Clark, baila y representa el lado glamuroso de la era ye-yé con una sombra en forma de explotador que recupera al Matt Smith desagradable que vimos en ‘Las chicas de Manson’ (Charlie Says, 2018), ofreciendo el contrapunto turbio a esa imagen idealizada. El guion, desarrollado por Krysty Wilson-Cairns, tiene un marcado acento feminista que no juzga ni condena a sus personajes, sino que utiliza el machismo como fuente de un mal que se expande de formas no siempre complacientes y fáciles de digerir, conectando con la visión de autoras como Gillian Flynn.
Lo mejor de Edgar Wright desde 'Shaun of the Dead'
‘Última noche en el Soho’ habla sobre heridas, el daño irreparable, la creación de monstruos y la redención, pero tampoco profundiza ni sermonea excesivamente, pero sí utiliza elementos visuales como los hombres de negro de una forma elocuente, y hasta cae en la complacencia con el personaje de Michael Ajao, utilizando como contrapunto para no caer en la condena masculina barata y mostrar que las cosas también cambian. En el fondo, sigue siendo una película de Edgar Wright con cierta condición de cine Young adult que tiene el buen fondo de obras más abiertas.
Esto no significa que durante las flamantes dos horas de metraje se escatime en gore, algún asesinato que parece sacado de un giallo o momentos tenebrosos y oscuros. Edgar Wright cita muchos clásicos del cine de terror como ‘El carnaval de las almas’ (Carnival of souls, 1962), ‘Pesadilla en Elm Street’ (A nightmare on Elm Street, 1984) e incluso coincide en la representación de visiones con obras modernas como ‘La maldición de Hill House’ (The Haunting of Hill House, 2018). Por supuesto, el catálogo de guiños llega hasta el casting de protagonistas del cine de la época como Terence Stamp o Diana Riggs, en su último papel en el cine.
‘Última noche en el Soho’ es la rara película de género actual que antes de desplegar su esplendor visual, o parafilias simétricas de diseño gráfico, se toma su tiempo en construir su historia, plantea bien sus personajes y no tiene prisa por llegar. Horror de corte clásico, con sabor a cine de la época británico como ‘La casa maldita’ (1969) o los segmentos de antologías de la Amicus, que para muchos será anacrónica, pero sin duda será atemporal y cuyo fracaso en taquilla es una candidatura firme para convertirse en otro título de culto de su director.
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