Nuestro sevillano más internacional, Paco Cabezas, ha pasado los últimos años, como él dice, haciendo callo en la industria televisiva hollywoodiense, firmando episodios para producciones de la talla de 'Penny Dreadful', 'The Strain', 'El alienista' o 'American Gods', y labrándose un nombre y una gran reputación en la Meca del cine.
Pero la tierra es la tierra, y Cabezas decidió rechazar al mismísmo Steven Spielberg para regresar a su hogar y firmar uno de los thrillers más emocionantes y lúcidos que nos ha dado el cine español reciente: 'Adiós', protagonizada por Mario Casas, Natalia de Molina, Ruth Díaz y Carlos Bardem.
Hemos charlado con el cineasta andaluz sobre su último trabajo, ya disponible en el mercado doméstico, sobre los entresijos de la industria norteamericana y sobre la pasión y la adrenalina que dispara estar en un set de rodaje.
"Cada película es como un milagro".
Lo primero de todo, enhorabuena, porque la película me ha parecido un bombazo. He quedado encantado.
Muchas gracias, tío, no veas cómo lo agradezco, porque la gente no sabe lo difícil que es hacer cine. Cada película es como un milagro. Cuando trabajaba en el videoclub tenía ese rollo más envidiosillo, en plan “¡Ay, Almodóvar, Amenábar!”... pero luego te das cuenta de que hasta las películas que no son buenas (entre comillas, porque yo no creo en lo bueno y lo malo, creo en la conexión emocional que tienes con una película), pero hasta las películas con las que no he conectado emocionalmente, ahora las valoro. A mí a lo mejor me ha aburrido una película, pero hay tanto trabajo detrás, y tantas ganas, tanto esfuerzo, que cada vez respeto más el hacer cine... ¡Perdón, que me enrollo!
Nada hombre, con lo bonito que es hablar de estas cosas... Cuéntame qué te ha traído de vuelta por estas tierras. ¿Echabas de menos rodar en España?
Ha sido una cosa muy curiosa. Estaba a punto de rodar una serie con Steven Spielberg, vinieron a ver [el rodaje de] 'American Gods' y me ofrecieron rodar ‘Halo’, una serie basada en un videojuego. Los guiones me parecieron buenísimos, la relación con Steven y Amblin fue buenísima. Cuando estaba a punto de embarcarme en la nave extraterrestre y decir que sí al viaje me llegó el guión de ‘Adiós’, y cuando lo leí me puse a llorar, me emocioné mucho, y pensé, “¿Y si me estoy equivocando?”. No porque fuese un mal proyecto ‘Halo’, sino porque esta fuese la película que debía hacer. Así que di un volantazo, me fui a las 3000 viviendas, a Los pajaritos, a mi barrio, de donde yo soy.
Lo dije un poco la noche del estreno de la película, aunque esté muy orgulloso de mi carrera, de ‘Penny Dreadful’, de ‘El alienista' o de ‘Mr. Right’, sí que notaba que con ‘Carne de neón’ o con otras películas notaba una tendencia de “quiero ser Scorsese, quiero ser David Fincher”... de pretender ser quien, a lo mejor, no eres, por miedo o por inseguridad. Con esta película, de repente, intenté quitarme de la cabeza referencias de cualquier tipo, conectar con quién soy yo. Creo que es la película en la que más siento que soy yo, que soy Paco Cabezas. Es mi mejor película porque la he hecho sin ponerme ninguna máscara.
La conclusión justifica haber abandonado ‘Halo’...
Mucha gente me dice, ¡Ay, Spielberg! ¡Es muy chulo decirle que no a Spielberg! Espero que trabajemos juntos en el futuro otra vez, pero tomo mis decisiones basadas en mi corazón, en las entrañas y en lo que siento. Normalmente, cuando he tomado estas decisiones en la vida, y he tomado unas cuantas, creo que han terminado siendo las mejores.
¿Cómo explicarías la diferencia de rodar una película como ‘Mr. Right’ en Estados Unidos y una como ‘Adiós’ aquí en España?
Hay una diferencia primordial de tono. Lo que en es el día a día, la diferencia no es tanta. En Nueva Orleans lo pasamos muy bien rodando, con Sam Rockwell y con Anna, que nos llevábamos de escándalo. Con Adiós, a pesar de ser una película aparentemente dura e intensa, los actores y yo disfrutamos muchísimo también. Fue una de las experiencias más bonitas de mi vida. A nivel de trabajo no hay tanta diferencia. La diferencia más brutal la he notado en producciones como ‘American Gods’, que tienen unos medios apabullantes. ¿Que quieres 300 extras vestidos de época con coches y veinte grúas? Te lo dan.
Con ‘Adiós’, aunque no haya tenido que cambiar una sola coma de guión, si que he tenido que pensar con inteligencia. Si en una escena de acción tenemos cincuenta policías, gente tirando basura por las ventanas... tienes que ser muy inteligente y pensar en cada detalle al máximo, qué colocas, cómo lo colocas, a quién le cae qué encima, cómo utilizas veinte veces al mismo policía sin que nadie se de cuenta... He utilizado todos los trucos posibles para que la gente piense que está viendo una película de 200 millones sin tenerlos, pero creo que lo parece, es la clave.
Seguimos picando piedra, como Carpenter en Halloween, que recogía las hojas del suelo para poder utilizarlas después, porque no tenía más...
[Risas] Tal cual. Aunque tener medios está muy bien, no tenerlos activa la imaginación y la inventiva. Tengo tanto callo, tanto rodaje, que llego al set y ya sé cómo ir solucionándolo todo. En un rodaje puedes tener todos los medios del mundo, pero lo que más mola es que ocurra un problema y solucionarlo, y que la solución sea mejor que lo que habías pensado antes. Es como crear en tiempo real, una montaña rusa. Es lo más bonito del cine. Un subidón de adrenalina. Escribir una novela está muy bien, pintar un cuadro... pero el subidón que tiene rodar... Un poco como en ‘En tierra hostil’ de Kathryn Bigelow, que al final el protagonista está con un carrito de la compra con el supermercado pensando que quería volver a la guerra. Esto, como director, te pasa. Estás fregando los platos y pensando, “¡Por favor, una cámara!”.
A nivel de género, ¿es complicado sacar adelante un proyecto como este en España? Aquí los thrillers con acción se producen con cuentagotas...
A mi Atresmedia y Mediaset me han ofrecido comedias. Llegó un momento en que me lo planteé y todo, casi dije que sí, y no te digo que en el futuro no lo vaya a hacer. Por ejemplo, ‘Operación Camarón’ me la ofrecieron. Me encanta la comedia, y me encantaría dirigir una después de algo tan intenso como ‘Adiós’, pero hay una falsa creencia. Siempre se dice que la comedia hace muchísimo dinero, que lo hace, pero se tiende a pensar que el thriller no va a hacer dinero porque la gente va al cine a reírse. Creo que, más que a reírse, la gente va a al cine a sentir una experiencia, a que no le decepcionen.
Mi opinión personal es que una comedia puede resultar más reiterativa, y un buen thriller es una experiencia cinematográfica muy potente. Ojalá cambie el chip y se hagan más y más thrillers en este país, igual que pasó con ‘Celda 211’, que abrió más puertas. Pasa igual con el terror, soy un adorador del género, y creo que hay mucho cine más allá de la comedia en España.
Dentro del género y dentro de Sevilla, estuvo ‘Grupo 7’. En el caso de ‘Adiós’, ¿qué aporta la ciudad a la narrativa?
Puf... Mucho. Es un personaje más, aunque suene a cliché. ‘Adiós’ es una película que no se entiende sin los personajes de la ciudad, y sin ese corazón de la Sevilla callejera. Es la primera película que se ha rodado en las 3000 viviendas y en Los pajaritos. En esos barrios, les encantó, y yo estoy encantado de que les haya gustado la película. Yo pensaba, “¿Y si la gente piensa que les estamos faltando al respeto?”, pero hubo momentos tan bonitos en el rodaje, con todo el barrio aplaudiendo después de decir “corten”... Esta película no hubiese existido sin Sevilla, sin todo ese corazón. Si me piden que hiciese un remake en Alabama, no lo haría. Esta película no tiene sentido fuera de Sevilla.
Teníamos que llegar a este punto. Otra cosa que comparte ‘Adiós’ con ‘Grupo 7’ es Mario Casas. Es un poco el DiCaprio español: se le apreciaba por guaperas y al final está cerrando bocas.
Me gusta que lo compares con DiCaprio. La relación actor-director de DiCaprio es con Scorsese y la mía con Mario... [Ríen]. Mario tiene una cosa excepcional, y es que no tiene miedo y se entrega al 200%. En ‘Grupo 7’ no tuvo acento y aquí tenía que parecer que nació en las 3000 viviendas. Se metió tan a saco en el papel que yo pensaba que se iba a matar. Cambió el acento, su forma de moverse... Hubo un momento en que me asusté un poco. Hay una escena en la que su personaje se está tragando unas bolas de heroína, y le dijimos, “Mario, estas bolas están hechas de pasta vegetal, pero si te atragantas te puedes morir. Ten cuidado, muérdelo o algo, pero no hace falta que te las tragues de verdad”. Él me contestó, “¡Nada, nada, yo me las trago!”. Yo estaba acojonado, y el hijo puta se tragó tres seguidas sin cortar. Sólo monté una en la película, pero dije, “este tío tiene una entrega física y emocional acojonante”. Ya vale de tratarle como el niño guapo del cine español, hay que empezar a tratarle como un gran actor.
Además de Mario, están todos los actores espectaculares. Carlos, Ruth y Natalia son brillantes. El trabajo de empatía es muy complicado, porque son todos sus personajes bastante despreciables, pero los terminas comprendiendo y justificando por su condición de padres y madres...
Siempre está un poco presente en lo que escribo y en lo que dirijo... Tengo algo dentro respecto a los padres y los hijos, y con el bien y el mal. Para mí no hay buenos ni malos, hay una gama de grises. Nadie nace un santo, pero ni los policías son tan buenos ni la gente de barrio es tan mala como nos quieren hacer creer. Cuando escribí la película con Jose y con Carmen, lo mejor fue despistar al espectador y no dejarle claro con quién está emocionalmente. En esta película no hay nadie bueno, igual el cura, a lo mejor... [Ríen]. Me gusta mucho poner incómodo moralmente al espectador, pero emocionalmente darle algo muy potente. El buen cine empieza ahí.
De hecho, el personaje más limpio de todos es el de Ruth, y curiosamente es el único no puede ser madre. Es un personaje muy complejo y muy interesante.
Me dio mucha pena, porque en la sala de montaje se quedaron dos o tres secuencias del personaje de Eli. Me hubiese gustado darle mucho más metraje, pero la película tenía que ir siempre en paralelo saltando entre personajes. De repente, nos dimos cuenta de que teníamos que hacerla más misteriosa. Había un monólogo muy bonito con Carlos Bardém en el que hablan de cómo perdió su hijo, cómo se lo quitaron, cómo se rindió por el hijo que tenía en las entrañas... ese monólogo era precioso y tuvimos que cortarlo. Una de las cosas más difíciles de la película es medir la intensidad dramática. Como la película sea demasiado llorona, el público puede desconectar; si la película es demasiado fría, te pasas de frenada. Cuando encontramos el punto justo después de muchos pases y de muchos montajes, perdimos algunas cosas. Pero el personaje, mostrando una sola cicatriz, te cuenta toda su historia en un plano.
Vamos a cambiar de tercio, que nos estamos poniendo un poco intensos... La secuencia de la redada de las 3000 viviendas, con el montaje en paralelo y la narrativa de la secuencia de acción, es brutal. ¿Cómo sacásteis esto adelante a nivel logístico?
No quería decepcionar al espectador, para mí era calve. Había un gran problema con el cine español, que ya cada vez existe menos. Yo iba a ver una película de terror en los noventa o una comedia, y no te daban miedo, no te hacían reír. Te daban gato por liebre. Ahora el cine español vuelve a congraciarse con el espectador. Para mí era muy importante que si hago una película de acción, tenga acción. Ahora, rodar una secuencia así es un marrón muy gordo.
Lo más complicado fue el diseño. Yo venía con mucha experiencia de Hollywood, que he rodado un chorrón de acción, así que, para mí, a priori, era lo más fácil. Pero, claro, tienes que explicarle todo a los extras, al ayudante de dirección... Hubo un día clave, que fue muy gracioso. Estaba con Enrique Lavigne, el productor, con una pizarra gigante y un rotulador, para explicar a todo el mundo lo que íbamos a rodar para que lo visualizasen. Salgo a la pizarra y veo que Enrique estaba en una esquina, al teléfono, y se va mientras yo estoy explicando la locura de cosas ardiendo, gente tirando basura por las ventana. Luego cuando le pregunté si le pasaba algo me dijo que no, que como estaba tan seguro de lo que iba a hacer, se relajó y se fue. Cuando tienes claro lo que haces, es como robar un banco. Los vecinos estaban flipando. Fue muy duro pero muy bonito.
Supongo que lo que comentas de estar curtido con los rodajes de series en Estados Unidos te ha ayudado bastante con todo esto... ¿Qué hay de cierto en lo que se suele decir de que, para los directores, rodar series allí es como picar piedra?
No creo que sea cierto... Para mí Hollywood ha sido Vietnam, he aprendido latín y tengo más horas de rodaje y más horas de horas de vuelo que, probablemente, cualquier director español. Tengo la piel tan dura de rodar acción que, cuando tengo delante una escena de terror o acción, pienso “tranquilos, que ya lo he hecho antes”.
Por otro lado, está el mito de “bueno, los directores en las series son realizadores, los que cortan el bacalao son los showrunners...”. Sí y no. Yo no voy a cortar el bacalao, pero los showrunners no dejan de ser escritores, son personas con sensibilidad. Cuando tratas con cracks como John Logan [Penny Dreadful], puedes proponer una idea a la hora de rodar y, aunque no esté en el guión, te dicen, “venga, vamos a hacerlo”, y cuando ven que funciona se emocionan. Para mí eso es ser director, no realizador, y creo que por eso me siguen llamando. Al final, lo que importa es el boca a boca, y Hollywood, aunque parezca muy grande, es muy pequeño, y cosas como estas marcan la diferencia.
Por supuesto que hay directores realizadores, pero yo no lo soy, sigo siendo ese niño al que le encanta el cine, y si algún día dejo de serlo y me convierto en un funcionario del cine, lo dejaré. Porque p’a qué. Si estamos en esto es por mantener esa ilusión viva.
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