En cierto momento de el primer episodio de ‘El pingüino’ se ve al personaje interpretado por Colin Farrell saliendo temporalmente de la tensión de la trama y ve en la televisión a Rita Hayworth durante su escena más mítica en la película ‘Gilda’, cantando una formidable canción sobre chivos expiatorios. Un bonito guiño a la historia del cine negro al que la serie quiere parecerse, pero ante todo un mecanismo de guion para sembrar lo que va a ser un momento explosivo para el capítulo.
Lo único en lo que pensé al termina de ver el episodio fue: “La verdad es que hubiera preferido haberme puesto a ver ‘Gilda’”. Incluso aunque hubiese visto ‘Gilda’ unos días antes, de mera casualidad.
Cuando estás cubriendo cine y series sientes esa necesidad de estar de vez en cuando tomando el pulso a lo que está llevándose, sobre todo en las plataformas de streaming que al final dictan el consumo de las noches de diario de casi todo el mundo. Vi ‘El pingüino’ porque me había gustado ‘The Batman’ y sentía cierto interés por cómo podía expandirse su universo, pero no tardé en sentirme distanciado de sus códigos narrativos anquilosados, su tono cocinado a medias y su casi una hora de duración donde me sobran momentos de trámite. Aunque realmente quien estaba cumpliendo un trámite viéndola era yo.
Cine por descubrir
Probablemente no vaya a terminar ‘El pingüino’ y estoy en paz con ello. Y no porque sea mala, de hecho tiene virtudes aunque parezca que no a raíz de mi comentario anterior. Seguro que hasta el episodio que está recibiendo tantas valoraciones positivas está muy bien. Pero con muchas series estoy ya en el punto donde necesito que el viaje tenga más significado que el destino. Tampoco veo “la serie que está arrasando en Netflix” hasta que han pasado dos semanas y veo que realmente mantiene el tirón o alguien me insiste que está realmente bien (a todo esto, gracias a quien me dijo que viera ‘Nadie quiere esto’, sí que es maja).
Desde hace tiempo ese espacio que estaría cubriendo dando oportunidades a dos o tres episodios que luego igual ni recuerdo en dos días prefiero invertirlo en buscar alguna pieza de cine clásico que todavía no haya visto. Porque siempre hay algo que rescatar de más de 100 años de historia del cine. Podría intentarlo con alguna serie del pasado y hacer la jugada completa, pero las plataformas de streaming tienen como un acuerdo colectivo donde la televisión antes de 2001 no existe y así no hay quien se ponga a redescubrir ahora ‘Homicidio’.
“Cine clásico” es una horquilla que empleo de manera deliberadamente amplia, ya que no se reduce a rescatar alguna película noir de los 40 o un melodrama de los 50. Puede ser esas cosas, o una película de terror de 2003, una comedia dramática de los 90, el raro psychothriller que John Huston estrenó en los 80, o una película europea de los años 30 que está casualmente libre de derechos y puedo ver hasta fuera de las plataformas habituales. A estas alturas ya el impulso no nace por entretenerme, sino por ir saciando cierto interés arqueológico.
Incluso de la película más recóndita puede encontrarse algún detalle que tenga eco hasta la actualidad. Es cierto que el catálogo actual de las plataformas no para de crecer, y es literalmente imposible quedarse sin nada para ver (que sea realmente interesante ya es otro tema). Yo también me estoy disfrutando la nueva temporada de ‘Sólo asesinatos en el edificio’, pero también porque hay un placer añadido en ver esos guiños a obras del pasado de manera evidente o sugerida, y que has estado viendo… o que te puedes apuntar para ver.
Mi tendencia no es a rescatar todas las grandes obras clásicas que todos han aplaudido, aquellos que tienen fácil acomodo en libros como “1001 películas que debes ver antes de morir”, sino que saco un título de una lista donde voy apuntando títulos que he visto mencionar en otros sitios o simplemente es la obra olvidada de un actor o director de renombre. Claro, te arriesgas a toparte con algo que está olvidado por un motivo, pero sigue siendo un riesgo gratificante de tomar con respecto a ver todo lo que aparece en el menú destacado de la plataforma de turno.
Retomar el control de lo que vemos
Porque al final no va tanto de “he encontrado la manera perfecta de no tirar mi tiempo viendo cosas” como de “quiero retomar cierto control sobre lo que estoy viendo”. Los algoritmos de recomendación te van a ofrecer a menudo el último proyecto ambicioso que la plataforma quiere destacar, pero ante todo va a priorizar mantenerte en una burbuja cómoda donde siempre estés recibiendo cosas que puedan estar medio relacionadas con aquello que ya te gusta. Y cuando se liman las asperezas de esa manera, se queda una permanente sensación agradable que se neutraliza hasta volverse inerte. Pasas a que todo sea contenido, y ver ficción se acerque más a un trámite.
Es quizá justo lo que me distancie de ‘El pingüino”: demasiadas cosas que ya me gustaban empaquetadas de manera cómoda para mi consumo. Pero, aunque me toque ver muchas cosas por mi trabajo, no quiero consumirlas. Y no quiero conformarme con lo que ya sé qué me gusta, quiero descubrir si mis gustos pueden variar o ampliarse. Igual que los discos que me escucho, quiero aventurarme en algo que me apunté en cierto momento, por el motivo que fuera, y ver qué relación puedo establecer con ello.
Sea quedarme fascinado por un detalle concreto, como una escena, una canción escogida o una decisión de fotografía, o incluso sentirme completamente estafado por lo que estoy viendo. Pero incluso la frustración ya me resulta una sensación preferible a descartar algo porque me está pareciendo plano. Y tengo más oportunidades para ello indagando en filmografías, en el cine de otros países. No porque el pasado sea mejor, porque explorar te descubre tantas joyas como mediocridades. Pero enfrentarte a otros códigos de los que estás habituado te replantea qué valoras más del cine, y te lleva a encontrarlos en algunas obras presentes a las que te enfrentas de otra manera.
No voy a decir que esté libre de mis propios algoritmos de recomendación, o que incluso lo que hago no sea otra forma de consumir. Pero sí que ponerme a bucear en el pasado me ha devuelto cierto control sobre aquello que está viéndose en mi televisor, aunque sea un poco.
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