Patrice Chéreau es una figura típicamente francesa. Es decir, ilustrada. Es decir, añorable. Es decir, imprescindible. Es decir, extraña. Me explico: este cineasta, director teatral, director de óperas, productor y también actor nació hace sesenta y ocho años en Lézigné, Maine-et-Loire y falleció en París hace apenas tres días.
¿Cuál fue la carrera de Chéreau? ¿Qué caracterizó su legado? La variedad. Pero en ello no hubo amparo en, precisamente, la excusa de que desarrolló demasiados trabajos y en todos fue correcto sino que también dejó películas para el recuerdo, incluso apreciables interpretaciones. Lo de Chéreau era un cine de aroma netamente francés, cosmopolita, hermoso.
Que Chéreau tuviera una carrera en la ópera y fuera respetado en Europa no resulta novedoso a poco que uno se detenga a ver con detenimiento el que todavía hoy sigue siendo su mayor hallazgo cinematográfico. 'La reina Margot' (Le Reine Margot, 1994) le valió el premio del Jurado de Cannes y también el acceso a un canon del reciente cine francés con una asombrosa habilidad para la dirección, lustrosa y decadentista, la mejor y la más soñada para la figura que se trataba. Esta película histórica sigue siendo una vía, acaso nunca continuada, a un tipo de reflejo histórico con un sentido estético imaginativo.
Pero todo cineasta tiene también una película secreta, acaso olvidada o que no encontró con recibimientos ni premios y que han dejado atrás. Pero en mi opinión 'Intimidad' (Intimacy, 2000), su coprroducción británica, bien merecería un vistazo ya fuera porque adaptada uno de los textos más interesantes de Hanif Kureishi ya sea porque en ella, despojado de un trabajo de arte y escénico que acompañen, sus talentos tienen que observar de manera incómoda algunas revelaciones de los lazos afectivos que suelen intermediar los del deseo. Es cierto que la película se alzó con premios en Berlín, pero no ha tenido el festival germánico la relevancia persistente de Cannes.
Estas son, creo, yo las mejores películas del Chéreau cineasta. Dirigió otras ocho y produjo muchas de sus películas como director. También tuvo una carrera como actor del todo inusual. Fue actor para Andrej Wajda, para Michael Mann, para Michael Haneke y, en su más afortunada elección, fue Marcel Proust en la interesantísima (y muy olvidada) adaptación de Raoul Ruiz.
Ese fue el legado de Chéreau. Unas cuantas películas, de cinco a diez, que van de lo sólido a lo muy brillante. Realmente, esa es una carrera, variada y que fue más allá de la pantalla, con la que se cimienta una verdadera cultura.
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