Decir David Lynch es invocar a enanos que bailan un jazz sensual, a mujeres rubias en peligros que no alcanzan a comprender en su significado profundo, a enamorados adolescentes en una carrera hacia el abismo, a niños deformes, a mirones, monstruos con el corazón de oro, sueños fascinantes, América Profunda, café, cigarrillos, sexo salvaje, sexo romántico, canallas, psicópatas, mucha sangre, mucha locura, carreteras tenebrosas, humor negro, sensualidad, humo, absurdo, carmín, ecos bulbosos, medias, sombreros de vaquero, asma…
Para muchos, un tipo de otro planeta, raro y morboso, de luctuosa labor creativa, un bicho de fama incomprensible. Para otros, un visionario, un vanguardista y un poeta. En cualquier caso, un cineasta, pintor, fotógrafo, diseñador de muebles y de sonidos inolvidables. Figura ineludible del último tercio del siglo XX del cine norteamericano, pese a quien pese, y autor consagrado (¿cuántos hay en el mundo?) en los primeros años del siglo XXI.
Lynch nació en un pueblecito de Montana en 1946, y desde una edad muy precoz dejó bien claro su temperamento artístico y su personalidad creativa, y a los veintipocos años ya ganaba importantes premios con sus cuadros y mosaicos, y empezaba a preparar sus primeros cortometrajes. En los años setenta, decidido a ser director de cine, se trasladó a Los Angeles, y comenzó la filmación de ‘Cabeza borradora’, gracias a una beca que, sin embargo, no daba para completar la película. Hasta 1977 no logró terminarla con ayuda de amigos como Jack Fisk, un antiguo vecino suyo de la infancia.
10 películas y una serie de TV legendaria
Fue el comienzo de una carrera cinematográfica que hasta la fecha, treinta y tres años después, comprende diez largometrajes, catorce cortometrajes, tres series de televisión, cuatro series on-line y dos videos musicales. Una obra no especialmente prolífica en títulos, pero sí densa en temas, ideas, imágenes, personalidad y creatividad, cuyos máximos exponentes serían una de las series más legendarias de la historia de la televisión (‘Twin Peaks’), una Palma de Oro en Cannes (‘Corazón salvaje’) o una película digital revolucionaria (‘INLAND EMPIRE’), trabajos que le han convertido en el autor insobornable, irreductible y único que realmente es.
En el cine de Lynch se dan la mano el refinamiento estilístico y la brocha gorda genérica. O mejor, para entendernos, imágenes de gran lirismo, con imágenes grotescas o desagradables, que hiperbolizan los géneros de los que proceden (el terror, el cine negro, el melodrama), y que se funden en una mirada parte luminosa y parte tenebrosa de la América Profunda, que es el gran telón de fondo de las historias lynchianas, todas ellas tremendamente clásicas desde un punto de vista estructural, pero que quedan transformadas por la indómita mirada de un cineasta incapaz de ser otra cosa que él mismo.
Ni siquiera en una gran superproducción como ‘Dune’ (una novela que es un totem de la sci-fi mal entendida, porque es fantasía) Lynch pudo evitar hacer las cosas a su manera, que es la única que entiende, y el resultado fue un fracaso económico de magnitud considerable (aparte de la película menos interesante de su carrera). Sin embargo poco importó, pues Lynch se mueve a la perfección en proyectos de pequeña envergadura, en los que el éxito popular masivo no es algo necesario (ni siquiera concebible…), sino que pertenecen a esa categoría de películas cuyo éxito consiste en llegar a hacerse.
Por tanto diez películas, que no saben a poco, paradójicamente, pues cada una de ellas es un collage sonoro, pictórico y visual de profundo calado emocional, psicológico y onírico, aún las menos logradas de ellas. Porque Lynch es un maestro de lo suyo, pero no es un director de carrera perfecta e inmaculada, ni mucho menos. Y ahí radican, otra paradoja, la mayoría de sus grandes virtudes: aún en películas irregulares o incoherentes (en su absurdo) como ‘Twin Peaks, fuego camina conmigo’ o ‘Mulholland Drive’ observamos la mirada juguetona y dinamitera de un artista incomparable (o mejor, sólo comparable consigo mismo), su esfuerzo por alejarse de los cánones narrativos establecidos, su sensibilidad por aspectos de la vida que a otros se nos escapan.
Es decir: prevalece siempre un esfuerzo creativo tan grande, un coraje, que se le perdonan sus divismos, y se le admira por su visionario sentido visual. Todo ello envuelto en un humor que muchos no han querido (o no han podido) ver, y que es uno de los verdaderos motores de una obra que, como la de otros grandes artistas, no ha sido comprendida del todo, y por lo que vamos a aportar nuestro humilde granito de arena, a ver si podemos colaborar en el desentrañamiento de algunas claves que, después de haber sido descubiertas, no parecían tan crípticas.
Antes de empezar, me quedo con la sensación de que muchos analistas se quedan siempre o bien con el Lynch “oscuro” y “abstracto” (‘Carretera perdida’, ‘Corazón salvaje’) o bien con el Lynch más engañosamente “clasicista” o “normal” (‘El hombre elefante’, ‘Una historia verdadera’), sin comprender ,quizá, que ambas son las dos caras de una misma, y apasionante, moneda, y que no se puede comprender una sin aceptar la otra, y viceversa, pues tan Lynch es la tragedia de Joseph Merrick como el viaje de Sailor y Lula, la locura de Fred Madison como la resignación de Alvin Straight. Y es que Lynch siempre es Lynch, mal que les pese a algunos.
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