Aquella teoría que cambió el cine con Cahiers Du Cinema tuvo un defensor, pero también un gran divulgador.: Andrew Sarris (1928-2012) cuya muerte el pasado 20 de Junio deja huérfana a muchas generaciones de críticos de cine, muchos de ellos norteamericanos, que aprendieron el secreto placer de defender a sus ídolos cineastas con la guerra de Sarris.
El mejor escenario de Sarris, además de sus libros, fue el Village Voice de los sesenta. Enfrentado a Pauline Kael, todo el mundo sabe que la feroz Kael renegaba de los autores desde el New Yorker, era un tiempo en el que asentar un programa y una revolución del gusto era importante para la crítica de cine. Todo esto, en realidad, puede sonar acaso un poco ilusorio en España en el que la crítica de cine tiene no solamente amplias gamas antiintelectuales sino también escasas tradiciones con programa, pese al magnífico trabajo de José Luis Guarner, Carlos Reviriego, Álvaro Arroba o Gonzalo de Pedro, por citar unos cuantos.
Lo que seducía de aquél enfrentamiento fue la división entre los Paulettes, todavía con seguidores en boga, y los Sarrisites, seguidores del último. Paulettes en activo y obvios son David Denby, Anthony Lane o Elvis Mitchell, y Sarrisites son o fueron Jim Hoberman y también un joven, y ecléctico, Jonathan Rosenbaum.
¿Por qué importaba Sarris? La teoría del autor proponía que era el director quien tenía una visión única – comparable a la del artista – unitaria sobre todo el conjunto fílmico. Sus provocaciones en la prensa demostraban que el asunto clave en los años sesenta era la revolución del gusto. Su gran enfrentamiento con Kael tiene un punto de partida muy interesante: qué películas pueden y deben defenderse y frente a cuales. De este debate, de otros escritos,como los mentados Hoberman y Rosenbaum, surgirían preguntas fundamentales. Cada vez que hacemos un canon, debatimos también sobre religión, sexualidad y posiciones políticas, pese a esa tendencia lamentable que nos dice que una película es buena al margen de sus posturas y sus visiones sobre la humanidad.
A Sarris le movía la pasión, pero era una pasión bastante abierta, pese a no tener un estilo de intervención más directo, sus defensas fueron importantes, fueron relevantes en su día, aunque como bien recuerda Rosenbaum “No hay un para siempre en la crítica de cine”. Es cierto, a estas alturas que Bresson es una figura suprema en la cinematografía ha encontrado nuevos caminos de resistencia.
Los últimos años de Sarris fueron generosos en verbo y juicio y bastante menores respecto a los estrenos. Era ya un Sarris que no tenía batallas que librar, porque ya habían sucedido, y que se sentía muy cómodo escribiendo en las páginas del New York Observer. Le quedó tiempo todavía para firmar alguna reseña deliciosa.
Su libro más memorable es ‘You ain’t heard nothin’ yet’, publicado en 1998 como correción al más popular (The American Cinema) y lleno de una lucidez extrema. Entre sus mayores defensas figuran Renoir, Welles, Ford y por supuesto Max Ophuls.
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