Lo primero que te enseñan al estudiar guion es que toda buena historia nace de la verdad y de la honestidad. Que, en el fondo, los mejores guiones -incluso los de fantasía medieval o ciencia-ficción galáctica- lo son porque hablan de miedos, vivencias y sentimientos conocidos por la persona que lo escribe. No puedes escribir sobre amor sin saber lo que es sentir que el corazón se desboca al pensar en alguien, ni sobre la pérdida si no has llorado a las tres de la mañana sabiendo que no volverás a ver a la persona que te dio la vida. Y Javier Giner se lo ha tomado a pecho en 'Yo, adicto', quizá la serie con mayor corazón y realidad de todas -españolas y extranjeras- de las que nos han llegado este 2024.
Él, verdadero
En el desalentador -y desolador- paraje audiovisual actual, especialmente en el streaming, da gusto ver en Disney+ una serie como 'Yo, adicto', que se niega de manera rotunda a plegarse ante ninguna imposición narrativa o estética. En su lugar, rompe con todo con un grito sonoro, un llanto de realidad que resuena incluso con los que nunca nos hemos tenido que ver (por suerte) en la situación de Giner. Lejos de ser un retrato innecesariamente doloroso, exagerado o brutal, estos seis capítulos se centran en la naturalidad de la recuperación y la evolución natural de un dolor invisible, pero que tiene tantas formas como habitantes hay en el mundo.
Giner acierta de pleno al negarse a demonizar la cocaína o el alcohol ("No iré por la vida diciéndole a la gente que las drogas son chungas", increpa directamente al espectador), y responsabilizarse tan solo de su enfermedad. Evitando frontalmente cualquier tono moralizador o mojigato, 'Yo, adicto' nos regala la deconstrucción de una persona rota que debe aprender a quererse, arreglarse y cuidarse antes de poder siquiera pensar en salir al mundo exterior y enfrentarse con la cruda realidad de la vida que le queda. Del padre que le quiere mal. De la madre que le paga el tratamiento. Del trabajo que sabe que no le espera. De las copas y los tiros que tendrá que rechazar ante los amigos pesados que insisten en que no sea un muermo.
Pocas veces, fuera de monólogos, hemos visto una manera de abrirse en canal tan directa, sin modificar la historia para quedar como un héroe o exagerarla para causar drama. La evolución de Giner en 'Yo, adicto' funciona porque se palpa con la desesperación tangible de quien se arrepiente pero no se termina de perdonar. Desde las niñatadas histriónicas propias de quien no acepta sus problemas hasta la explosión de honestidad brutal repleta de culpabilidad durante el breve retorno a su hogar, la serie es un camino repleto de verdades incómodas, autoflagelación y entendimiento que puede ser útil para no pocas personas. No, no hace falta ser un adicto para emocionarse y aplicarse el cuento en otros aspectos de nuestro día a día.
Una copita de vino al día es sanísima
Hay una extraña tendencia actual -sobre todo en redes sociales- que subraya que los protagonistas de las películas y series deben ser faros de conducta. Pero el implacable guion de 'Yo, adicto' no necesita que quieras ser amigo de Javier Giner. Ni siquiera te tiene que caer bien. No está hecho para eso. Ese estereotipo inicial de treintañero histriónico jefe de márketing en una agencia que se sumerge en la droga y el sexo de pago cuando quiere divertirse es tan carismático como (pretendidamente) crispante, y es tan solo la base inicial desde la que modelar a alguien inédito incluso para él mismo. Una nueva persona más calmada, más autoconsciente, sin un telón que enmascare su realidad y que vamos conociendo, como espectadores, al mismo tiempo que todos los personajes.
Pero esta serie no sería la maravilla que es si no fuera gracias a la estupenda interpretación de Oriol Pla, que, por cierto, hace junto a 'Salve María' una espectacular dupla este año. Pla, para fabricar un papel fantástico que parece escrito para él, se ha empapado de la persona para crear al personaje. Desde el momento en el que el actor habla desde el nombre de su creador ("Ahí me tenéis, vuestro protagonista, el 'Yo' del título soy yo" son las primeras palabras que se escuchan de su boca) necesita convertirse en mejor Javier Giner que el propio Javier Giner, porque cada palabra que sale de su boca tiene que representar no solo a alguien real, sino a alguien que está detrás de la cámara, en un curiosísimo -y no tan habitual- juego de espejos identitario.
Hay quien le ha echado en cara que querría ver una mayor bajada a los infiernos, pero no es necesaria en absoluto. De hecho, Giner hace muy bien en entrar, ya en el episodio 2, en lo que pasa después. Y es que el piloto sería el final de cualquier historia made in Hollywood, la decadencia que lleva a la redención y que se soluciona con un texto explicativo al final, pero aquí es solo el inicio de un camino repleto de errores, caídas, últimas oportunidades, dolor causado por la tormenta de sentimientos y alivio por ver la luz tras los nubarrones. Porque haberla, por suerte, hayla.
'Yo, adicto' te atrapa desde el minuto uno, con esa voz en off que rompe la cuarta pared, y no te suelta hasta un final en el que directamente la derriba a mazazos. Es una historia tan única, tan auténtica y tan personal que solo puede ser narrada de formas poco convencionales, uniendo un elenco de personajes secundarios fascinante (y demostrando, de paso, que Omar Ayuso puede ser algo más que el chaval de 'Élite') y permitiendo que la ansiedad, la calma, el estrés, la auto-exploración, el miedo y el tan necesario perdón traspasen la pantalla. Es una auténtica maravilla y una de las mejores piezas audiovisuales de este 2024. Lo único malo es que después de verla no puedo recomendarla con seriedad diciendo que "te volverás adicto a ella". Pero lo harás. Y de qué manera.
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