El western se resiste a morir. Mientras esperamos las muestras más mainstream, caso de ese apetecible ‘Los odiosos ocho’ (‘The Hateful Eight’, Quentin Tarantino, 2015), o ese remake de ‘Los siete magníficos’ (‘The Seven Magnificent’, John Sturges, 1960), otros ejemplos nos han ido llegando a cuenta gotas; ahí están ‘Deuda de honor’ (‘The Homesman’, Tommy Lee Jones, 2014) o ‘Slow West’ (id, John Maclean, 2015), a los que habría que sumar ‘Bone Tomahawk’ (S. Craig Zahler, 2015) —si no habéis visto esta película, no sé a qué esperáis—, e incluso la temible ‘The Ridiculous 6’ (id, Frank Coraci, 2015).
‘The Salvation’ (id, Kristian Levring, 2014) nos llega ahora —con algo de retraso, para variar— y con las anteriores —entre otros títulos no citados, pero no olvidados— parece demostrar aquello que Ángel Fernández-Santos —autor de uno de los mejores libros sobre el western, entre otras maravillas literarias— vaticinaba allá por el 2003, poco antes de su muerte, que el cine caminaba hacia el buceo en el pasado para retroalimentarse. Títulos muy populares, dentro de la comedia —sobre todo las nuestras—, la Sci-Fi, hacen gala de ello. El western también se recicla y en este caso lo hace mirando al western europeo, del que recoge su violencia y la moral ensuciada.
Que además sea un western —género típicamente estadounidense— dirigido por un danés y filmada en Sudáfrica, ofrece un añadido hermanándola con las muestras más recordadas de un (sub) género —el spaghetti western— que llegó a sublimar y pervertir todos los componentes clásicos del mismo hasta límites insospechados. Y al igual que el film de Maclean, ‘The Salvation’ hace gala de una capacidad de síntesis encomiable —va directa al grano— al mismo tiempo que la somete a elementos modernos, mientras desarrolla lo justo una premisa vista en cientos de spaghetti westerns. La venganza y las consecuencias de la misma.
Un entregado y convincente Mads Mikkelsen da vida a un hombre que quiere establecerse en el oeste con su mujer e hijo pequeño. La desgracia, en forma de violación y asesinato, tira por el retrete la vida de Jon (Mikkelsen), que sin dudarlo lo más mínimo, acaba con la vida de los dos forajidos en cuestión. Dicho instante es una muestra de la contención dramática que Mikkelsen posee, controlando los gestos faciales, reflejo de una rabia interior que tendrá una catarsis no buscada en el último tramo del film, el cual por otro lado, realiza muy pocas concesiones al espectador experimentado —el destino de todos los personajes secundarios—. Muy de agradecer. Muy de western europeo también.
Un western violento, como la vida
Esa venganza que ocupa unos pocos minutos en el film recuerda, salvando las distancias, a ‘El vengador sin piedad’ (‘The Bravados’, Henry King, 1958), mientras que recoge elementos derivados de dicha venganza —la cobardía de todo un pueblo sometido a la tiranía del villano de turno, papel al que se presta un divertido Jeffrey Dean Morgan— que recuerdan sin disimulo alguno a films como ‘Sólo ante el peligro’ (‘High Noon’, Fred Zinneman, 1952) o ‘El jinete pálido’ (‘Pale Rider’, Clint Eastwood, 1985) —otro western que estilizaba y mezclaba con sabiduría elementos clásicos con los del western europeo, Leone en cabeza—, y nos ofrece un relato descarnado, lleno de violencia —mostrada de forma contundente y sin miramientos—, generalmente masculino y en el que no hay lugar para la esperanza, o ésta simplemente es posible tras toda una orgía de sangre.
Al respecto del universo masculino, cabe citar la muy inteligente inclusión de una personaje femenino al que presta su cuerpo Eva Green —excelente y desaprovechada actriz, además de una de las mujeres más jodidamente sexys en todo el universo conocido—. Esposa, ergo viuda, de uno de los violadores de la mujer del protagonista, posee la característica de ser muda —evocando no pocas desgracias pasadas—, y concentra toda su importancia en la interpretación de Green, cuya arrolladora presencia llega para intensificar a un personaje que no pronuncia una sola palabra pero tiene más qué decir que el resto. Los cruces de miradas entre Green y Mikkelsen, sobre todo la primera que tiene lugar, son un canto al feeling.
Una pena que el director abuse, en no pocos instantes, de una muy extraña fotografía nocturna, obra y gracia de Jens Schlosser, en la que apenas se aprecia nada, confundiendo tenebrismo con oscuridad total, y que sumada a un uso del gran angular y la grúa para grandes panorámicas, son los aspectos menos interesantes de una historia que no decae, y que como todo buen western europeo —incluida la excepcional banda sonora de Kasper Winding— incide en el aspecto más oscuro del ser humano, en la necesidad de la terrible violencia para hacer del mundo un lugar mejor, del dolor de la misma —atención a los planos del rostro de Mikkelsen cada vez que descubre a alguien, que intenta ayudarle, muerto—, y cómo no, la sempiterna diferencia entre ley y justicia, dos términos que muchas veces nada tienen que ver entre sí.
Y sale Eric Cantoná.
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