A lo largo de estos meses que llevo colaborando con Blogdecine creo que ha quedado claro que no soy una de esas personas que desprecia el cine español, sino que en todo caso igual soy hasta demasiado entusiasta con las películas que se hacen en este país. Sin embargo, yo me limito a valorar lo que veo en función de su calidad individual, y no tengo problemas en decir que la cinematografía española está pasando por un muy buen momento a nivel artístico. El problema es que los resultados en taquilla no acompañan, quizá por prejuicios, quizá por la incapacidad para orquestar una buena campaña promocional que despierte la curiosidad de los espectadores sin recurrir a engaños.
Ya el año pasado tuve la osadía de incluir hasta cuatro cintas españolas en mi lista de las diez mejores películas de 2011, y este año ya tiene garantizada su presencia una (la estupenda ‘Arrugas’) y hay varias que no me extrañaría que acabasen colándose. Sin embargo, no estoy tan ciego de pensar que toda producción española es buena, pero es que yo intento aplicar un estricto filtro que me hace dejar de lado las muchas tonterías que se hacen aquí, pero no siempre acierto y también me acabó tragando tomaduras de pelo perfectamente equiparables a la numerosa porquería que nos llega desde Hollywood. Es especialmente triste cuando una historia con posibilidades se echa a perder y acaba dentro de ese grupo, y eso es lo que ha sucedido en el caso de ‘The Pelayos’.
He de reconocer que no he seguido la carrera de Eduard Cortés con la atención que se merecía, ya que su debut con ‘La vida de nadie’ mostraba a un hombre (estupendo José Coronado) que no dejaba de hacer creer su red de mentiras. Ahí las ideas estaban claras: Ir asfixiando paulatinamente al protagonista. Sin embargo, ‘The Pelayos’ es su segundo trabajo tras las cámaras que visiono y aquí sucede algo radicalmente distinto: Cortés no sabe exactamente qué es lo que quiere contar y eso se nota mucho mientras estás viendo ‘The Pelayos’.
Por una parte, tenemos la rivalidad directa entre los personajes de Eduard Fernández y Lluís Homar (dos de los mejores actores de nuestro cine), uno de los que debería ser los puntos fuertes de la función y que queda relegado a básicamente tres escenas, siendo la primera de ellas meramente introductoria. Por otro, nos encontrarnos a Daniel Brühl liderando a la familia intentando hacer saltar la banca, algo que está a mitad de camino de la comedia tonta y el drama insustancial, por no mencionar la voluble necesidad de su personaje de ir más allá de ser el hijo de su padre. Y por último, hay un montón de pequeñas subtramas, todas con un claro componente amoroso, que sólo sirven para que el espectador desconecte de lo que se le está contando. Además, no creáis que la transición entre esas tres vertientes está bien lograda, porque ‘The Pelayos’ tampoco sabe encontrar un tono homogéneo que de sentido a su indefinición argumental. Vamos, un desastre.
Aquí habrá quien pueda argumentar que al ser una película basada en hechos reales había ciertos temas que había que tratar, pero eso me parece una tontería. ¿Mis motivos? No son pocas las cintas que alteran, en mayor o menor cantidad, la realidad para ofrecer algo más interesante. Ya os aviso que he preferido no indagar en los hechos verídicos para fundamentar esta queja, pero es que si quieres vender al público la historia de una familia que logró vencer a los casinos de medio mundo, digo yo que lo normal sería convertirla en el epicentro de la película. Los obstáculos han de ser relacionados con el juego e intentar ofrecer una variante de la historia de superación personal asociada a un egoísmo poco característico en este tipo de relatos. Sí, los casinos son lugares censurables que sobreviven a base de ganarles el dinero a los demás, pero alguien que crea una estratagema para lucrarse a su costa está a mitad de camino entre lo admirable y una carga de deplorabilidad similar a esos sitios donde se está lucrando. Aquí no hay ningún drama (al final intentan meterlo de una forma muy poco efectiva), ni algo que sirva para enganchar al espectador sobre lo que se está haciendo (el método de los protagonistas queda un poco como un ‘porque así lo dicen ellos’ más que como algo que te deje asombrado. El guión es un completo caos, y Cortés le pone cierto empeño en su labor tras las cámaras, pero un reducido encanto visual es insuficiente.
Otro de los elementos que me hacía tener ciertas esperanzas en ‘The Pelayos’ era su reparto, pero aquí también podemos hablar de un fracaso de mucho cuidado: Daniel Brühl sí que sabe mostrar cierto carisma para comandar una cinta de estas características, pero Cortés nunca sabe canalizarla hacia algo productivo, siendo la indecisa personalidad de su personaje lo que termina de lastrar la actuación de Brühl. Aún más triste es la incapacidad para aprovechar el demostrado talento de Eduard Fernández y Lluís Homar, los cuales cuentan con unos personajes tan planos que apenas consiguen salvar la papeleta. También entristece que un actor de reparto tan solvente como Vicente Romero tenga un personaje que directamente jamás llega a interesarte, en especial todo lo relacionado con sus dificultades maritales. Por su parte, Oriol Vila resulta anecdótico y Miguel Ángel Silvestre al menos resulta simpático como el típico ligón con pocas luces. El fracaso es aún mayor con los personajes femeninos, desde una Hui Chi Chiu que cuenta con un personaje que es directamente un cáncer para ‘The Pelayos’ hasta una Blanca Suárez, joven intérprete que suele ser de mi agrado, cuya mayor aportación es enseñar sus tetas (buena forma de fomentar uno de los malos tópicos sobre el cine español) en pantalla. Muy triste todo.
En definitiva, ‘The Pelayos’ es una película mucho más interesante sobre el papel que lo acaba siendo en imágenes. Se dispersa cada dos por tres en tramas secundarias con escaso interés y nunca sabe aprovechar el potencial de la historia principal. Además, sus personajes no tienen el suficiente atractivo y a uno le queda la sensación de estar viendo algo que podría haber sido un buen divertimento o algo cercano al thriller apasionante, pero a la hora de la verdad queda una cosa deshilachada que ni siquiera sirve para pasar el rato. Una buena oportunidad completamente malgastada, y encima con la amenaza de una segunda parte si ésta tiene éxito. Si llega a pasar (lo dudo horrores), conmigo que no cuenten.
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