Creo que la película más importante que he hecho es ‘La lista de Schindler’, pero la más personal ‘E.T.’-Steven Spielberg
Queda poquísimo que decir de ‘E.T., el extraterrestre’ que no se haya dicho ya al nivel de crítica cinematográfica. Se trata de un filme que, como ‘Casablanca’, como ‘El padrino’, quizá sólo pueda tratarse estrictamente desde un punto de vista profundamente analítico o profundamente personal. La película más personal de Steven Spielberg es también uno de los más grandes hitos de la historia del cine, lo que corrobora el carácter universal de la sensibilidad de este artista.
Pero también es una película a la que se puede aportar algo desde un prisma más puramente analítico y teórico, pues es riquísima en lecturas y niveles narrativos. En mi opinión, es la película en la que Spielberg más y mejor demostró un sentido musical de la puesta en escena. Y en ese sentido, ha de considerarse a John Williams, si no co-creador, sí baluarte indispensable para hacer de ‘E.T.’ lo que ha llegado a ser. Enseguida hablaremos de eso. Pero antes contemos algo de su gestación.
Génesis del proyecto
Spielberg lo ha contado infinidad de veces: cuando sus padres de divorciaron se inventó un amigo imaginario (a la manera de Harvey, en el remake que va a dirigir ahora), un extraterrestre con el que jugaba y hablaba y se sentía menos solo. Después del gran éxito de ‘Encuentros en la tercera fase’ se veía capaz de llevar a cabo un ansiado proyecto, pequeño pero autobiográfico, que contase la amistad de un niño y un extraterrestre. Y, después de lo que él consideraba un proyecto más de Lucas que suyo (‘Raiders’), estaba deseando concederse un capricho.
Le costó mucho trabajo armar el reparto perfecto, pues quería actores muy jóvenes que él sabía iban a ser el corazón de la película. También fue muy laborioso elaborar a la criatura extraterrestre. Finalmente dio con ella y con los chavales, la pequeña Drew Barrymore, el niño Henry Thomas y el adolescente Robert MacNaughton. En cuanto a E.T., su diseño fue encargado a Carlo Rambaldi, que se inspiró en los rostros de Albert Einstein, Carl Sandburg y Ernest Hemingway. Costó un millón y medio de dólares, y cuando por fin estuvo terminado, algunas compañías tenían miedo de poner sus marcas en la película, ya que era tan feo, decían, que asustaría a los niños.
Spielberg decidió rodar toda la película de forma cronológica, incluidos los planos internos de cada secuencia, prescindiendo por tanto de story-boards y debiendo improvisar mucho, logrando una naturalidad y una verosimilitud pocas veces vista en su cine, en ocasiones tan mecánico y cerebral. Pese a ello, logró terminar la película con varios días de antelación respecto al plan de producción. El director cuidó cada detalle al máximo para lograr dar privacidad, intimidad y espontaneidad a sus niños-actores. No sólo el título y la trama de la película fueron secretos durante el rodaje, sino que los interiores de la casa, rodados en estudio, fueron escrupulosamente respetados para que los intérpretes lo sintieran como su hogar.
Interesante observar que es la única película, desde que comenzó su colaboración en ‘Encuentros’, en la que Michael Kahn no ejerce de montador de Spielberg, sino la excelente montadora de ‘Fuego en el cuerpo’, Carol Littleton. Su director de fotografía, en ésta ocasión, fue Allen Daviau, con el que repetiría dos veces más (en ‘El color púrpura’ y ‘El imperio del sol’, curiosamente, las dos películas más ambiciosas, estilísticamente, de su director en esa década) y que, bajo mi punto de vista, hizo un trabajo impecable, con un trabajo de luz sobrio pero muy imaginativo.
Lo cierto es que aunque ahora pueda parecer lo contrario, aquello fue una apuesta muy arriesgada, y sólo un gran talento como Spielberg pudo convertir ese guión en la inolvidable película que hoy todos conocemos.
Una infancia dolorosa
Los créditos púrpura dan comienzo a la película, con un fondo musical ominoso, opresivo, que desea inquietar al espectador. El primer plano es un fondo de estrellas en movimiento, que con una suave panorámica desciende hasta un bosque nocturno. Corte: una nave espacial con forma esférica está posada en medio del bosque. Cerca de ella podemos observar, sin nitidez pero inequívocamente, a varias criaturas extraterrestres. La música de Williams es desapacible, pero parecen inofensivos, pues incluso un conejo no huye en su presencia. Spielberg es magistramente inteligente no mostrando sus rostros, sino ofreciéndolos siempre en sombra. Parecen comunicarse telepáticamente, o por una señal lumínica común y rojiza que sale de sus pechos. Uno de ellos, un curioso temerario, se aleja demasiado.
Este es el bellísimo comienzo de este relato. Los primeros compases de la partitura que es ‘E.T.’ pertenecen sin duda al género del suspense, y en ellos se muestra lo que se debe y nunca lo que el espectador espera. Por ejemplo, nunca se ven los rostros de los adultos, salvo en el caso, lógico, de la madre del protagonista. Una bruma lo cubre todo, incluso la casa de la familia que va a acoger a la criatura. En ella tenemos a una familia disfuncional: una madre (Dee Williams Wallace), a la que sus hijos no le hacen ni caso, cuyo marido la ha dejado por otra, y que está claramente desbordada y triste; una gritona niña pequeña, un hermano mayor despreocupado, y un hermano pequeño, Elliot, solitario y amargado.
En cuanto el extraterrestre se refugia en el cobertizo dejamos el suspense e ingresamos en el terror, prácticamente, subrayado por la inquietante atmósfera y la música de Williams. No sabemos a qué atenernos. Pero Elliot es muy valiente. O tiene una fe extraordinaria. O está desesperado por encontrar un amigo, aunque venga de otro planeta. Puede que se pegue un par de buenos sustos, pero de inmediato prosigue en su búsqueda y le deja señales al misterioso visitante para que acuda a su casa. Nosotros vivimos la película a través de sus ojos, pero también el alienigena está terriblemente asustado, puede que más que él, y percibimos la enorme compasión y comprensión conque está tratado.
La estrategia narrativa de Spielberg es la de la sencillez expositiva y la de un ritmo netamente musical. No en vano, las mejores y más elaboradas secuencias (la de la conexión mental cuyo final es un homenaje a ‘El hombre tranquilo’, la de la persecución, la del vuelo de la bicicleta), las montó después de haber terminado Williams su música y basando los cortes y los momentos álgidos en ella. Williams, además, echó el resto y creo uno de sus más hermosos y recordados trabajos, de una calidez y emotividad indescriptibles.
Muchos han encontrado un suprepticio mensaje religioso en esta historia. Y la verdad es que se presta a ella, con el extraterrestre resucitando, con Elliot mirando a menudo al cielo buscando respuestas. Pero a mi modo de ver es más espiritual que religiosa. Su discurso, su mirada y su historia son la de la esperanza. Cualquier cosa es posible al lado de la criatura, desde volar en bicicleta a hacer levitar pelotas de plastilina, excepto si el miedo (Elliot grita y las pelotas caen) nos impide hacer aquello de lo que somos capaces. ¿No pierde el miedo y besa a la chica más mona de la clase gracias a él? ¿No cura las heridas, y da nuevo vigor a las flores?
La mirada de la infancia sublimada, como vehículo de redención de una existencia gris (impuesta por los agobios y mentiras de los adultos), y como vía de escape a la soledad y el dolor del mundo. El mundo de las hadas es posible con solo aplaudir, y aplaudimos el coraje y el arrojo de Spielberg, que aquí demuestra tener el alma grande, porque tiene la mirada limpia y esperanzada. El amigo al final se va, pero a pesar de las lágrimas, surge un arco-iris de la estela de la nave espacial. ‘E.T’ es una joya porque es un canto a la amistad y al amor universales, a la posibilidad de que el oscuro universo también nos regale calidez.
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