En el Senado Galáctico reina la inquietud. Varios miles de sistemas solares han declarado su intención de abandonar la República. Este movimiento separatista, liderado por el misterioso Conde Dooku, ha provocado que al limitado número de Caballeros Jedi les resulte difícil mantener la paz y el orden en la galaxia. La senadora Amidala, la antigua reina de Naboo, regresa al Senado Galáctico para dar su voto en la crítica cuestión de crear un EJÉRCITO DE LA REPÚBLICA que ayude a los desbordados Jedi…
Si en el senado reinaba la inquietud, el mismo sentimiento, pero con connotaciones positivas, era el que determinó en buena parte, los tres años que tuvimos que esperar entre 'Star Wars. Episodio I: La amenaza fantasma' ('Star Wars. Episode I: The Phantom Menace', George Lucas, 1999) y 'Star Wars. Episodio II: El ataque de los clones' ('Star Wars. Episode II: Attack of the Clones', George Lucas, 2002), un filme del que se esperaba muchísimo por aquello de que, mirando hacia la trilogía original, su capítulo intermedio se elevaba como una obra maestra del séptimo arte y, por supuesto, como el máximo ejemplo de cuántas virtudes llegaba a atesorar el universo de Star Wars.
Pero toda vez llegó aquél ansiado viernes de mayo, nuestras ilusiones quedaron destrozadas por mano del que este redactor considera como el peor filme de los seis que hasta el momento componen el imaginario cinematográfico de Star Wars. Soy plenamente consciente de lo rotundo de tal afirmación habida cuenta de todo lo que ayer llegamos a apuntar sobre la primera parte pero, salvo momentos muy puntuales, hay muchas más decisiones poco afortunadas aquí que las que se acumulaban en su directa predecesora, ya sea por cuenta de la peor elección posible para el personaje central, ya por diálogos que se regocijan en su ridiculez ya por, como apunta el titular, la esquizofrenia digital de que hace gala todo el metraje.
La capacidad dramática de un aguacate
Jake Lloyd ya había conseguido crisparle los nervios a más de uno en la piel del Anakin Skywalker de ocho años, un niño irritante en boca de quien Lucas ponía un verbo imposible y una verborrea incontenible. Rizando no obstante el rizo, la elección de Hayden Christiansen como el padawan de dieciocho años que enamorará a Natalie Portman es, a todas luces, el instante menos inspirado de cuántos llegó a incurrir el director a lo largo de los once años que transcurrieron desde el comienzo de la redacción del guión de 'La amenaza fantasma' hasta el estreno del filme que cerraría la nueva trilogía.
Torpe y carente de la capacidad de transmitir sentimientos —da igual la índole de éstos—, Christiansen se hace acreedor de la antipatía del respetable casi desde el primer momento en que aparece en pantalla y lo vemos babear ante la imponente belleza de la Portman. Desafortunadamente, durante el transcurso del metraje la cosa no mejora, y su notoria parquedad a la hora de expresar emociones queda expuesta de dolorosos modos en esas rabietas de mocoso que pretenden hacernos creer que la furia contenida de este niñato imberbe será la que algún día habite tras la fría máscara de Darth Vader.
El abismo que se abre entre él y los demás miembros del reparto hace que la labor de sus compañeros adquiera un mejor regusto que el que nos dejaban en 'La amenaza fantasma', ya sea porque Natalie Portman sí consigue reflejar el debate interno entre sus responsabilidades y el fuego de la pasión que la consume hacia Anakin, ya porque Ewan McGregor se encuentra mucho más cómodo en la piel de Obi-Wan y no hace que añoremos tanto a Alec Guinness o porque la adición de Christopher Lee aporta un empaque asombroso a ese Lord Sith que encarna el desaparecido actor.
Todo es digital...TODO
Si hay algo por lo que servidor espera con impaciencia el estreno el jueves que viene de 'Star Wars. Episodio VII: El despertar de la fuerza' ('Star Wars. Episode VII: The Force Awakens', J.J. Abrams, 2015) —y sí, no habéis leído mal, tendré la fortuna de verla a las doce y cinco de la madrugada del jueves al viernes— es, entre otras miles de disquisiciones, por poder volver a asomarme a un universo de Star Wars tangible y creíble. Sabedor de su inclinación por no dejarse llevar por delirios digitales, que Abrams habrá conseguido anclar su filme a la "realidad" es algo acerca de lo que caben pocas dudas atendiendo al tráiler o a lo que el cineasta conseguía con su acercamiento al otro universo galáctico cinematográfico por antonomasia.
Y si espero con impaciencia dicha oportunidad es, obviamente, debido a lo agotador que es someterse al visionado de un filme, el que hoy nos ocupa, que no supo tener los suficientes reaños como para frenar el abuso de trucajes digitales que pueblan de uno a otro extremo la totalidad del metraje: pilar fundamental que ayuda en la pobre percepción que este redactor tiene de 'El ataque de los clones', la falsedad de todo lo que rodea a la acción roza el paroxismo más alarmante en instantes como el de la "pera voladora", la arena de Geonosis sobre la que cae Padme desde la nave o, por supuesto, en la aparición del "Yoda Playstation" que tantas risas provocó en su momento.
Vale que, gracias al avance en los efectos digitales, 'El ataque de los clones' nos ofrezca momentos como la persecución en Coruscant o el único instante que servidor salvaría de completa quema del filme —aquél que Williams rubrica con la aparición de la marcha imperial— pero, en contrapartida, lo que hemos tenido que soportar en el resto de la proyección es de una pobreza formal expuesta en sus más descarnadas maneras en ese nivel de videojuegos de plataformas que es la secuencia que sigue a Anakin, Padme, C3-PO y R2-D2 en la factoría de androides de Geonosis.
Vergonzosos, completamente prescindibles y vacíos de contenido, dichos minutos ponen de relieve más que ningún otro de toda la nueva trilogía el producto de mercadotecnia en que se convierte la saga galáctica y lo mucho que Lucas estuvo dispuesto a claudicar ante los verdes billetes para apoyar desde la gran pantalla el juego de ordenador que se derivaría de aquí —algo que, dicho sea de paso, ya había sucedido también con la carrera de vainas de 'La amenaza fantasma'.
'El ataque de los clones', la endeblez de la fuerza
Si bien desde el guión parece haber una menor tendencia hacia la estúpida infantilización a la que quedaba abocada su antecesora —la presencia de Jar-Jar se reduce a la mínima expresión, aunque el humor tonto y facilón siga presente de mano de los insufribles chascarrillos del futuro "lingote de oro"—, al fallar como decíamos en cierta elección del reparto, la gravedad con la que Lucas pretende revestir el conjunto queda herida de muerte cuando, en su auxilio, acuden en tropel tanto las herencias de la trama iniciada en 'La amenaza fantasma' como la almibarada historia de amor que aquí tenemos que soportar a riesgo del coma glucémico.
De hecho, más que todo lo que rodea a las intrigas del futuro emperador por medrar dentro del senado y hacerse con el poder absoluto —que vale, es innecesariamente complejo pero se soporta— es lo forzado del romance entre Anakin y Padme lo que arrastra por el fango 'El ataque de los clones' a la mínima oportunidad, siendo ejemplos claros de ello, todas las secuencias que transcurren en Naboo —TODAS, sin excepción— y el breve preludio en el que los enamorados intercambian declaraciones antes del homenaje a 'Quo Vadis' que, con sus peros, abre el tercer acto del filme; a la postre, lo más soportable del mismo.
Aquí y allá durante la batalla de Geonosis, uno recupera la esperanza que ha perdido hasta entonces en que Lucas será capaz de tomar el pulso a la nueva trilogía y, ya de cara a su última entrega, conseguirá lo que no ha logrado en éstas, devolver la magia a Star Wars. Una magia que, desafortunadamente más que nunca, no encuentra respuesta en la desangelada partitura de John Williams salvo en la arrebatadora belleza del 'Across the Stars' y en los cinco últimos minutos de metraje, esos que antes citaba por la aparición de la marcha imperial y que, sorprendentemente, rebajan de forma considerable el regusto amargo que deja el resto de la proyección.
Las concomitancias que esos minutos guardan con los equivalentes de 'El imperio contraataca' ('Star Wars: Episode V - The Empire Strikes Back', Irvin Keshner, 1980) y las similitudes que de forma esporádica se advierten hacia la mejor entrega de la franquicia, no hacen sino poner en evidencia lo endeble de una cinta que si servía para algo era para dejar por los suelos las expectativas de cara a una tercera entrega en la que, por fin, George Lucas recuperará algo del pasado, cerrando con bastante dignidad tres películas que bien podrían haber sido una sola, ahorrándonos tiempo y, sobre todo, disgustos innecesarios.
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