"No tengo ni idea de qué se supone que debo hacer, ¡solo sé lo que puedo hacer!"
-James T. Kirk (Chris Pine)
Por muy profesionales o desprejuiciados que nos queramos poner, todos entramos a la sala de cine con una serie de expectativas, preferencias, circunstancias y sentimientos que afectarán a la experiencia que tendremos con las imágenes que se proyectarán en la gran pantalla durante unas dos horas. A la hora de afrontar el visionado de 'Star Trek: En la oscuridad' ('Star Trek: Into the Darkness', J.J. Abrams, 2013), cada uno tendrá sus propias ideas en la cabeza sobre lo que va a ver y lo que espera encontrar, pero estoy convencido que hay un asunto que nos une: pensar en 'Star Wars'.
Ya surgió la comparación entre franquicias con 'Star Trek' (2009) pero tras saber que Abrams va a dirigir el (esperadísimo) nuevo episodio de la saga concebida por George Lucas, la cuestión es inevitable. Hasta el punto de que 'Star Trek: En la oscuridad', más que como una segunda entrega, se ha llegado a entender como una prueba de lo que su director es capaz de hacer con un relato fantástico cargado de acción, espectáculo e iconos populares. Entiendo que a los trekkies pueda disgustarles la similitud con 'Star Wars', pero incluso ellos deben admitir que Abrams ha logrado algo muy meritorio: acercar la creación de Gene Roddenberry a un público más amplio sin sacrificar su esencia. Apostó por el cine palomitero en estado puro, y el resultado es un triunfo (casi) absoluto.
La ira de John Harrison
La propuesta engancha desde el primer minuto. Nada más arrancar, la cámara de Abrams nos sumerge en una secuencia trepidante ambientada en un exótico planeta. Uno cree que los protagonistas están allí para robar algo pero pronto queda claro que la misión es muy diferente... y surge el primer conflicto importante para la variopinta tripulación de la U.S.S. Enterprise: seguir las normas, como defiende el cerebral Spock (Zachary Quinto), o romperlas por una causa excepcional, como mantiene el apasionado Kirk (Chris Pine). Al volver a casa, descubren que deben pagar un precio más alto del esperado por actuar en contra de lo establecido por la Federación.
Pero sus problemas individuales pasan a un segundo plano cuando surge una amenaza global llamada John Harrison (Benedict Cumberbatch). Un misterioso enemigo que ataca y huye, siendo perseguido por la Enterprise en una cacería en la que se siente con claridad la influencia del 11-S. Desde que Christopher Nolan conquistara a público y crítica con su visión de Batman, en especial con esa joya de 'El caballero oscuro' ('The Dark Knight', 2008), se ha intentado repetir la fórmula de ofrecer un cine de entretenimiento que hable del mundo en el que vivimos, conjugar los fuegos artificiales con reflexión y drama. Recientemente, Sam Mendes siguió el ejemplo con la exitosa 'Skyfall' (2012), y ahora Abrams lo ha vuelto a hacer con 'Star Trek: En la oscuridad', incluyendo la ya habitual rutina del villano que se entrega y se deja interrogar porque TODO forma parte del plan...
Espíritu aventurero y embrollo argumental en 'Star Trek: En la oscuridad'
Inexplicablemente, los guionistas --Alex Kurtzman, Roberto Orci y el cada vez más temido Damon Lindelof-- traman una rebuscada historia plagada de enigmas y giros, de secretos y engaños, que llegan a entorpecer el despliegue de una aventura en la que caben todos los ingredientes posibles: humor, romance, amistad, sacrificio, tiroteos, persecuciones, explosiones, asaltos, peleas, batallas espaciales... Por alguna razón, se considera que hay que complicar la diversión, y en lugar de ir al grano y plantear con mayor claridad el desarrollo de lo que, en esencia, es una montaña rusa cinematográfica, se intenta confundir, saturar y sorprender al espectador con falsas identidades, múltiples situaciones a resolver e intrincadas estratagemas.
Afortunadamente, J.J. Abrams maneja el material con habilidad, logra destacar los puntos fuertes y disimular los débiles, imprime a la narración tal velocidad que apenas da tiempo a pensar lo que está pasando; es lo mejor que podía hacer. Las dos horas y cuarto se pasan volando. Además, el cineasta, alumno aventajado de Lucas y Spielberg, cumple en todas las facetas y deja algunas escenas muy emocionantes en las que saca todo el partido al reparto y la música --de su habitual colaborador, Michael Giacchino--. Cabe lamentar las torpezas del guion y la superficialidad propia del blockbuster, pero funciona como nueva entrega de una veterana franquicia --hay numerosos guiños que harán las delicias de los trekkies-- y como lujoso espectáculo para toda clase de espectadores. Da lo que promete, posiblemente estamos ante el mejor entretenimiento del verano.
Otras críticas:
Ver 35 comentarios