'Posesión infernal: Evil Dead', gore de diseño

'Posesión infernal: Evil Dead', gore de diseño
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El cine de terror es uno de los que peor parado ha salido de la avalancha de nuevas versiones, ya que es en ese género donde más evidente ha resultado que los productores buscaban el beneficio rápido aprovechándose de su popularidad preexistente. Podría enumerar un montón de ejemplos negativos, pero los únicos casos relativamente recientes que destacaría positivamente son ‘La matanza de Texas’ (‘The Texas Chainsaw Massacre’, Marcus Nispel, 2003), vigorosa actualización del clásico de Tobe Hooper, ‘Las colinas tienen ojos’ (‘The Hills Have Eyes’, Alexandre Aja, 2006), sólida puesta al día de la cinta de Wes Craven, y ‘Déjame entrar’ (‘Let Me In’, Matt Reeves, 2010), interesante aproximación a la misma novela que sirvió como base para la estupenda cinta sueca de Tomas Alfredson.

Muchos esperaban que ‘Posesión infernal: Evil Dead‘ (‘Evil Dead’, Fede Álvarez, 2013), remake de la cinta homónima de Sam Raimi, se uniera a ese selecto grupo. La generosa utilización del gore –bastante inhabitual en los últimos tiempos en casos similares-, la buena acogida en el South by Southwest Film Festival –y por parte de buena parte de la crítica americana- y la implicación del propio Raimi invitaba al optimismo, pero la realidad ha acabado siendo menos estimulante. No puedo decir que estemos ante una mala película, pero sí ante un producto de diseño en el que no se percibe la más mínima pasión por el género.

Una película sin alma

El Necronomicon de

Suelo preferir no leer críticas ajenas en el lapso temporal entre que he visto la película y que escribo mi opinión sobre ella –es cierto que así puedes ver cosas que se te hayan pasado por alto, pero también que, inconscientemente o no, te acabas apropiando de ideas ajenas en lugar de centrarte en las propias-, pero no pude evitar caer en la tentación de leer la reflexión sobre de ella de mi apreciado Tonio L. Alarcón, con quien, ya os aviso, coincido sobremanera en el caso que nos ocupa.

No podría estar más de acuerdo en muchas de sus apreciaciones, pero sí que me gustaría pararme un momento en el señalado parentesco que se puede trazar entre ‘Posesión infernal: Evil Dead’ y ‘El orfanato’ (id., Juan Antonio Bayona, 2007) por las sensaciones que transmiten ambas producciones, ya que la ingenuidad de la cinta de Raimi deja aquí paso a una total autoconsciencia en la que la acción no parece avanzar con naturalidad, sino que deja paso a una puesta en escena mecánica –pero muy estudiada-, donde Fede Álvarez confía en que el gore y los pequeños homenajes –os recomiendo quedaros hasta que se acaben los títulos de crédito finales- sean suficientes para enganchar al espectador.

Ese falta de naturalidad queda bien reflejada si nos paramos un momento a ver cómo son sus protagonistas, personajes intercambiables con los de cualquier slasher —difícilmente podría echarse más en falta al mítico Ash interpretado por Bruce Campbell en la trilogía original—, algo particularmente molesto si tenemos en cuenta que no estamos ante una película que haya que calificar como tal. Ya en la original, Raimi se apropiaba de la base argumental –un grupo de jóvenes con pocas luces que van a pasar unos días a un lugar recóndito, facilitando esto una sucesión de muertes más o menos conseguidas- de esas producciones tan en boga por aquellos años.

Imagen de la película

Sin embargo, las intenciones de Raimi no podrían estar más alejadas del slasher, prefiriendo centrarse en un mestizaje de otras fórmulas encaminado a dar al espectador la mayor diversión posible –algo que llevaría al extremo en ‘Terrorificamente muertos’ (‘Evil Dead 2’, Sam Raimi, 1987)-, objetivo que luego sería explorado por otros directores como Frank Henenlotter –quien optó por acabar añadiendo una carga reflexiva que impidió que cintas como ‘Brain Damage’ (id., 1988) alcanzaran un mayor éxito-, pero sin conseguir en ninguna ocasión el impacto de ‘Posesión infernal’ (‘The Evil Dead’, Sam Raimi, 1981). Y es que Raimi estuvo en lugar adecuado en el momento oportuno y su fusión de humor, suspense y terror sirvió para olvidarse por un momento de la tiranía de los slasher –no pasaría mucho tiempo hasta que comenzase su decadencia- y abrir nuevas vías, siendo la aproximación más cómica al género la que mejor funcionó –no hay más que ver los primeros trabajos de Peter Jackson-.

La estupidez es otro de los rasgos característicos de los personajes de este remake, ya que más allá de la explicación más o menos digna –la desintoxicación de la protagonista y el hecho de que ya quisiera abandonar en un intento anterior- para justificar que se queden en la cabaña, las decisiones que van tomando, en especial quien desata la maldición, son una sucesión de los errores propios que se han de cometer para que la acción siga adelante; y es que Álvarez, también guionista de la función –tarea que comparte con Diablo Cody y Rodo Sayagues-, no demuestra especial interés en la verosimilitud de la progresión dramática.

De Sam Raimi a Fede Álvarez

La solución que propone Álvarez para que pasemos por alto su endeble guión —no es que el de la cinta original fuese la repera, pero estaba bastante mejor llevado, en especial en lo referido a ir dosificando la información que da al espectador— es ser mucho más explicito que Raimi. Este aspecto es bastante curioso, ya que el director de la estupenda ‘Un plan sencillo’ (‘A Simple Plan’, 1998) –aún hoy su mejor película- demostraba una gran querencia por los planos cerrados —¿decisión artística o una forma de enmascarar las limitaciones presupuestarias?— en el título original, pero los excesos quedaban reservados para momentos concretos muy celebrados, consiguiendo un curioso equilibrio que es el que ha hecho que ‘Posesión infernal’ haya sobrepasado los límites habituales de las cintas de culto de aquellos años.

La célebre secuencia de las ramas de

El caso de Álvarez es todo lo contrario, ya que prefiere dar al espectador la posibilidad de ver los momentos más escabrosos con todo el detalle posible. Clarificador al respecto es su aproximación a la célebre secuencia de las ramas, donde Raimi optaba por un clima de misterio, acentuando notablemente la ambientación nocturna, recurriendo a una efectiva niebla y a una rápida sucesión de planos para conseguir el efecto buscado, pero Álvarez va directo al grano y no deja espacio alguno para la imaginación. Los tiempos han cambiado y ahora se lleva ser más directo, consiguiendo así impactar a los espectadores menos curtidos en el género, pero aportando poquita cosa a los que ya hemos visto tales cosas en la gran pantalla que lo único que podemos celebrar aquí es su capacidad para que más producciones mainstream lo utilicen sin complejos.

Podría parecer que ‘Posesión infernal: Evil Dead’ me ha parecido una mala película, y lo cierto es que no es el caso, ya que veo en ella un entretenimiento de usar y tirar bastante llevadero con un cuidado trabajo por parte de Fede Álvarez para cumplir hasta cierto punto con lo prometido: Mucha sangre, abundantes golpes de efecto, ir directamente al grano siempre que sea posible y todo con una fría precisión por parte de su director, intentando así conseguir un impacto tan pronunciado –no es casualidad esa tan pensada como exagerada frase promocional que reza ‘la experiencia más aterradora que vas a vivir’- que dispare la popularidad de la película desde su mismo estreno. La sencillez y falta de pretensiones de Raimi se convierten aquí en un producto pensado para funcionar por motivos ajenos a sus propias virtudes.

La escena en la que se corta un brazo de

El principal problema de la película son las sensaciones agridulces que deja, equivalentes a las que podríamos tener al comparar un mueble de Ikea con uno elaborado por un artesano de los de toda la vida. El primero puede llegar a ser más bonito a la vista, más accesible y mucho más práctico para las necesidades de muchos, pero está elaborado de forma impersonal y no tiene prácticamente ninguna señal de identidad propia que se salga de unos engranajes en los que apenas hay espacio para la naturalidad. Álvarez cae de lleno en eso, y no es algo necesariamente malo, pero para mí es más que suficiente para que mi entusiasmo ante lo que propone sea, como mucho, moderado.

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