No hay nada como un buen drama para sufrir, para olvidarse de las tristezas personales el regodearse en las de los demás es lo mejor que hay. Evidentemente hablo de cine, y una buena película siempre supone una válvula de escape. El problema es que muchas veces dicha válvula o no funciona bien, o la han cerrado intencionadamente, con lo que el suplicio puede ser todavía peor. Que el cine se hizo para evadirse, además de para pensar, reflexionar, debatir, es una verdad como un templo, y digo esto pensando que al arte es siempre lo primero.
Cuando vi 'Una Historia de Brooklyn', presentía que Noah Baumbach podría ser un artista, pues a pesar de ser una película irregular, sobre todo porque no está bien concluida, el director sabía manejar a sus personajes a través de una puesta en escena estimable. Hacía prever, como tantos otros, que si seguía por ese camino sus siguientes trabajos iban a llamar poderosamente la atención. Una vez más, y a pesar de su reparto, una película a priori interesante pasea por las carteleras con la más grande de las indiferencias, nos llega tarde y ni Dios la conoce.
'Margot y la Boda' habla sobre una mujer, con ciertos problemas con su marido, que junto a su peculiar hijo acude a la boda de su hermana a la que hace mucho que no ve. La reunión familiar es de lo más estrafalaria, comportándose todos como auténticos idiotas cuando la verdad oculta de algunos sale a relucir. Una película que pretende, al igual que la anterior de su director, ahondar en los dramas familiares, pero esta vez desde una perspectiva casi surrealista, u no por su forma de filmar, que apenas se aparta de su anterior trabajo, sino por la "rareza" de sus personajes y las situaciones que protagonizan. Una película que pretende ser realista con elementos totalmente alejados de cualquier realidad. Y si lo que pretendía era decirnos que las personas cometemos locuras sin sentido, el resultado es todavía peor.
Baumbach sigue filmando con tonos apagados, acorde con los sentimientos de sus personajes, todos unos agonías impresionantes. En esta película no hay resquicio para la alegría, y teniendo en cuenta que esto no tiene porqué ser malo, al comprobar que lo narrado no es para tanto, dramáticamente hablando, pienso que corresponde más a un capricho. Los personajes son idiotas y cometen idioteces porque sí. Dos hermanas que no se aguantan, aunque su nivel de compenetración parece ser perfecto, un novio cobarde, vago y que se echa a llorar por la mínima es el futuro de una de ellas. La otra pretende aleccionar a la gente y su vida es un completo desastre por no tener las cosas claras con su pareja y educar a su hijo de la forma más rara posible. Un hijo tonto, en el despertar sexual, pero que es incapaz de madurar, pues nunca ha querido salir de las faldas de su madre. Y los personajes secundarios al son de los principales. Todos una pandilla de perturbados que asusta. Si con estos personajes hubieran sido capaces de contar algo con un mínimo de coherencia la cosa hubiera valido la pena, pero ni de lejos se acercan a que podamos mostrar algo de interés por ellos.
Exageración es la palabra, dotada toda ella de cierta aureola trascendental que no le pega ni con cola. Baumbach pretende que reflexionemos como si se tratase de una película de Bergman, olvidándose completamente del espectador. Confusión es lo que hay en su película, una exagerada confusión, proveniente de sus intentos de estamparnos el drama delante de nuestras narices con escenas presumiblemente dramáticas intencionadamente sesgadas con un montaje entrecortado que simula inestabilidad en sus personajes. Una inestabilidad que se vuelve en su contra al igual que las desajustadas interpretaciones de todo su elenco. Lo de Nicole Kidman empieza a no tener nombre, antes de ganar el Oscar aspiraba a ser actriz, después de ganarlo se dedicó a empeorar. Jennifer Jason Leigh sale muy guapa, pero con eso no llega y su rol al igual que el anterior, está mal definido. Jack Black pretende sorprender en una de esas interpretaciones que los actores encasillados se marcan de vez en cuando para demostrar que son capaces de algo más. Evidentemente no lo consigue y hasta irónicamente lo hace peor que en la comedia. John Turturro hace un cameo, lo que debería hacer siempre.
'Margot y la Boda' más que visionarse se sufre. Todo lo que en ella ocurre no importa ni lo más mínimo, por lo tanto nuestras emociones siguen tan intactas como al principio. Y encima su aire pretencioso de drama metafísico inunda todo el film, y logra que una hora y media parezca toda una eternidad. Al igual que en su anterior film, Baumbach no sabe terminar su historia, pero esta vez se pasa y nos ofrece uno de los epílogos, por llamarlo así, más inútiles vistos en mucho tiempo, totalmente ilógico y que parece una tomadura de pelo. El bodrio del año.
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