Arremeter contra el universo cinematográfico DC es ya escupir demasiado sobre el mismo charco. La mayoría de los que siguen el progreso de sus empresas titánicas por adecuarse en el zeitgeist del cine de superhéroes que reina saben que el inicio de su tarea tiene grandes problemas desde los cimientos. La comedia involuntaria que resultó ‘Batman V Superman: el amanecer de la justicia’ (Batman V Superman: Dawn of Justice, 2016) no puso el viento de cara.
Las intromisiones en mesa de reuniones marcan el tono de ‘Escuadrón Suicida’ (Suicide Squad, 2016) y definen la actitud del estudio, como elefante en chatarrería, tratando de hacer rascacielos desde la buhardilla. El capítulo de ‘Wonder Woman’ (2017) mostraba una senda positiva de la que ‘Liga de la justicia’ acaba aprendiendo algo, pero si aquella demostraba ser una película construida alrededor de una idea, en la nueva película de Zack Snyder se reproducen de nuevo los viejos demonios de Warner jugando a ser Frankenstein.
Humor bienvenido
Y es que, efectivamente, tenemos una obra mucho menos solemne, sin ecos de esa trascendencia tras digestión pesada de fabada que asolaba el interminable metraje de ‘Batman V Superman’. Hay un intento de regar todo con vitaminas y mezclar red bull con la gasolina del carburador y eso se traduce en ritmo, un desarrollo centrado, con algo más de temple y una necesaria intervención de urgencia del humor. Ignoro el papel de Joss Whedon (no acreditado) en el resultado final en ese aspecto.
Y sí, hay una intención noble de hacer que la interacción de los personajes sea especial, por ello hay una gran cantidad de one liners aquí y allá que al menos en la mitad de las situaciones funcionan. A este respecto, Flash es una sorpresa agradable, y la mayoría de sus líneas de guion dan en el clavo. Otras, como los de Batman no acaban de salir a flote tan alegremente. Y en general, se nota desde la distancia que se está tratando de forzar la máquina.
A veces, el conjunto da la impresión de ser como un mohíno profesor de historia que intenta hacerse el gracioso para caer mejor a sus alumnos. La clase se pasa con más interés, pero no dejas de sentir un poquillo de lástima por ver cómo se esfuerza por hacer chascarrillos sin tener naturalidad innata. Y ese mismo problema se extiende a las interpretaciones. Dentro de la corrección, pero sin una dirección de actores que haga fluir sus interacciones.
La era de Steppenwolf
La inclusión de humor parece una respuesta directa al rival. En DC no tienen dudas de que hacía falta un poco de brío y nada mejor que guiñar el ojo a Marvel para ver si se pega algo. Si lo de contratar a Whedon no era suficiente obvio, qué mejor que utilizar como catalizador del ataque de las fuerzas del mal un cubo. Vale, que las cajas madre forman parte de la mitología DC, pero si en ‘Los Vengadores’ (The Avengers, 2012) había otro cubo, llamado teseracto, igual la cosa canta.
Claro que además, quien va detrás del artefacto, el villano Steppenwolf, es un tipo con un casco con cuernos (no, no viene de Asgard) con un ejército de hombres-avispa con armaduras y cascos con ojos rojos que luchan contra los héroes en un clímax final en algún país del este de Europa con familias pobres de posibles víctimas colaterales a las que también hay que rescatar. Ejem.
Falta de originalidad aparte, al fin y al cabo es una película de superhéroes, y hay una preocupación por mostrar a los iconos de DC haciendo equipo y funcionando en acción. Y en este aspecto, cada uno brilla en su rol, las escenas de porrazos están tan bien conseguidas como suele garantizar Snyder y hay unos cuantos momentos de brillo cuando se ayudan o cuando compiten entre ellos. Por supuesto, Warner sabe que tiene la carta ganadora en Wonder Woman.
El amanecer de las posturas
Por ello, pese a no brillar como en su película individual, la heroína es el pegamento conductor que hace que el conjunto no naufrague. Es interesante ver, no obstante, cómo la recoge la cámara Patty Jenkins y como lo hace la del director de ‘Watchmen’ (2009). Falta ponerle un plano de steadycam al trasero de Gal Gadot en pantalón de cuero. Pero lo que le exime al director es su fascinación por todos los cuerpos, masculinos o femeninos, y en Aquaman ha encontrado su nuevo Leónidas.
Y es que puedes borrar el bigote de Henry Cavill, pero algo que las reescrituras de guion y los reshoots no pueden conseguir es que el sello del director siga latiendo en forma de posturas, momentos de postal y viñetas a dos páginas por doquier. El amor por sus iconos es tan sincero que no puede evitar usar tres docenas de ‘Superhero Landing’ durante las dos horas de duración. Son sus juguetes y le gusta lanzarlos, pisarlos y dejarlos renacer con la épica de un adolescente de los 2000 borracho de playstation, revistas de chicas con silicona y nu-metal.
El argumento bajo el que todo se sostiene es casi un esquema: primero el tebeo y luego las filigranas. No es un mal paso adelante en este universo, pero el reconocimiento médico pasa por los pelos, con una narración atropellada y llena de transiciones abruptas. Bajo la verbena y los fuegos de artificio se deja entrever la tapa del ataúd de la película que era antes. Probablemente, peor, más oscura y aburrida, pero el resultado final, pese a ser un disfrutable espectáculo, no deja de ser un cadáver maquillado, con sonrisa congelada y en traje de fiesta.
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