'La luz entre los océanos', MÁS GRANDE QUE LA VIDA

'La luz entre los océanos', MÁS GRANDE QUE LA VIDA

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'La luz entre los océanos', MÁS GRANDE QUE LA VIDA

Derek Cianfrance ganó la confianza de crítica, y parte del público —el cinéfilo— con sus dos títulos previos. ‘Blue Valentine’ (íd., 2010) y ‘Cruce de caminos’ (‘The Place Beyond the Pines’, 2013), ambas con Ryan Gosling, tienen temas en común, sobre todo el sentimiento de culpa que afecta a una profunda relación sentimental. ‘La luz entre los océanos’ (‘The Light Between the Oceans’, 2016) habla, en plan grandilocuente, de lo mismo.

Se puede decir, incluso, que tiene más en común de lo que parece con su anterior trabajo. Similares títulos que hacen pensar en ello. Historias que más o menos se cruzan, con padres e hijos sometidos a la vital decisión de uno de los personajes. Si bien ‘Cruce de caminos’ es un film íntimo que trasciende sin pretenderlo, la presente busca precisamente trascender con todas las herramientas necesarias para ello, tal vez con la mirada puesta en las nominaciones a los Oscars, no habiendo conseguido ni una.

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Cianfrance ha tenido a su disposición a varios de los mejores artistas en sus respectivos campos. Michael Fassbender, Alicia Vikander —dos intérpretes en la cima de sus carreras—, Rachel Weisz y Bryan Brown en el apartado actoral. Alexandre Desplat creando una de esas bonitas partituras. Adam Arkapaw —el habitual colaborador de Justin Kurzel— creando una de esas fotografías que recogen atardeceres gloriosos y mares poéticos. Todos ellos a disposición de las grandes protagonistas de la historia: lágrimas.

Porque si algo posee ‘La luz entre los océanos’ es una tendencia hacia lo lacrimógeno fuera de lo común. La película no logra ese objetivo mediante un crescendo dramático o como resultado de la historia narrada, sino que lo busca desesperadamente. Para ello Cianfrance parece haber compuesto cada plano, cada encuadre, cada secuencia, como si se tratase de lo más hermoso y triste jamás realizado. Para apoyarlo, cada frase de guion recitada por los actores está pronunciada con una innecesaria trascendencia, como si lo que saliese de sus bocas fuesen las palabras más importantes que ha dicho un ser humano.

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Buscar la lágrima sobre todas las cosas

Un punto de partida que pasa por un par de puntos de inflexión que obligan al film a cambiar de rumbo. Un faro solitario como hogar de dos solitarios enamorados y torturados con dos abortos involuntarios. El tan amigo como enemigo mar trayendo la solución a bordo de una barca con un bebé y un hombre muerto. Una decisión importante que desembocará en otra decisión, totalmente incoherente y absurda, que marca drásticamente el último tercio del film.

(From here to the End, Spoilers) Si hasta ese punto ‘La luz entre los océanos’ estaba siendo un drama más o menos soportable, gracias sobre todo a sus intérpretes —exceptuando las artificiales lloreras de los personajes—, el intento de definir, y sobre todo entender, el sentimiento de culpa de Tom, la película naufraga al alargar innecesariamente muchas de sus acciones. Por ejemplo, la decisión inicial de Tom de proteger a Isabel (Vikander) semeja una estupidez de proporciones épicas que no se justifica ni con la ilógica del que ama profundamente.

Toda esa parte final navega alrededor de la única intención que parecen buscar sus artífices: hacer llorar y sufrir al espectador a toda costa. Para ello se regodean en el drama más de lo necesario, utilizando a tope a Desplat, los bellos escenarios y los rostros de sus actores, a punto de entrar en un éxtasis emocional. Una pena cuando Cianfrance poseía todos los elementos para hacer un buen drama clásico, algo que sólo consigue en muy contados instantes.

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