Hay un problema con las historias de orígenes de sagas ya conocidas: sabemos cómo van a terminar. No importa lo que ocurre, sino cómo ocurre, el camino que llevará al héroe a convertirse en villano, o viceversa, restando parte de la emoción propia de cualquier relato al despojarle de la capacidad de sorpresa, haciendo de la anulación del spoiler su razón de ser. Además, por muy historia de orígenes que sea, está obligada a sentirse también como parte de la saga y compartir elementos con las películas que el público ya ha visto para que no se sienta como un simple sacadinero facilón. No es fácil, pero 'Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes' se muestra bastante segura de haber encontrado la cuadratura del círculo. Y sí. Pero, definitivamente, no.
Márketing televisivo
La precuela de 'Los juegos del hambre' tiene un grave problema que no puede evitar: pretende ser una oscura historia de traiciones narrando la introducción en el lado oscuro de Coriolanus Snow, pero, al mismo tiempo, también un entretenido saja-raja en los juegos que todos conocemos. Y el resultado final deja el regusto de ser dos películas distintas unidas de mala manera. Durante los dos primeros actos vemos la matanza desde otra perspectiva distinta a lo que nos acostumbraron las cuatro primeras cintas, pero después del clímax, el tono y la historia toman un derrape demasiado radical. No es difícil que el espectador, confundido, se pregunte cómo es posible que todavía queden 45 minutos.
Y es una pena, porque, realmente, las dos partes que componen 'Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes' (aunque la cinta se divida en tres) se podrían sostener por sí mismas. Ninguna es perfecta, pero sí es capaz de introducir momentos y conceptos únicos en la serie, como el uso del marketing vinculado a un programa en directo donde niños se matan entre sí o las buenas acciones naíf de los niños bien del Capitolio de Panem, muy concordantes con nuestra actualidad y repletas más de mejores intenciones que acciones.
Pero esta precuela no puede nunca quitarse del todo el sambenito y la apariencia de su existencia como producto derivado. Ya lo fue en su versión literaria, ojo. Pero, como tal, los responsables parecen más preocupados en mantener entretenida a la base de fans lanzándoles huesos (esa conversación con referencia a los sinsajos y a la planta katniss) que en darle forma y realidad a un mundo moldeado a base de guion: los personajes, en su parte final, toman decisiones alejadas de su personalidad y se topan los unos con los otros a golpes forzados, sin dar tiempo a que la cinta respire ni permitir que el espectador comprenda el porqué de los bandazos. Son dos horas y media, sí, pero paradójicamente se siente acelerada.
Poco pájaro cantor, demasiada balada
Los productores sabían exactamente lo que estaban haciendo al fichar a Rachel Zegler como nueva cara de la franquicia: tener a una actriz solvente que además cante como los ángeles. Y, más que aprovecharla, la sobrexplotan. Lucy Gray, su personaje, lo soluciona todo cantando. En ocasiones es muy emocionante, en otras es un muy inteligente mecanismo de guion... y en otras se nota que, simplemente, querían tener una canción más para ver si en los Óscar suena la flauta. Ella canta estupendamente, pero la necesidad para el márketing de la cinta convierte un recurso inicialmente funcional en un mecanismo repetitivo y tedioso.
Porque, en última instancia, este inicio de 'Los juegos del hambre' es consciente de dos cosas: que es un producto meramente comercial y que es absolutamente innecesaria. Y conociendo sus debilidades, es capaz de construir a partir de ahí. Porque sí, se puede ser comercial, innecesario y, al mismo tiempo, plantear ideas interesantes o mostrar un carisma y un estilo propios. Francis Lawrence, el director de las tres películas anteriores, es capaz de transformar lo que podría ser una versión barata de aquellas en una obra interesante por sí misma.
El director reniega claramente de su imagen de película de usar y tirar, utilizando la imagen para volar, meterse de lleno en el barullo de los juegos haciendo partícipe al espectador y ofrecer planos absolutamente increíbles (el que da inicio a la lucha, por ejemplo). 'Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes' se mueve inconscientemente entre la levedad de un guion que sabe que será incapaz de trascender y una dirección que se enfrenta a esa trascendencia directamente. El resultado es un tentetieso al que le cuesta encontrar su punto medio entre lo mamarracho y lo moral pero que, cuando lo consigue, da en el clavo.
Los juegos del puchero y el ñam-ñam
Cuando brilla con luz propia, alejada del ambiente 'Battle Royale' light que siempre ha acompañado a la saga (no veremos ni gota de sangre, sustituida por un aséptico CGI destinado a no causar ni un mínimo murmullo de aprobación), es cuando por fin puede brillar. La lección de márketing donde se explora cómo volver a atraer a la audiencia al programa más sádico posible, los sueños de libertad inalcanzable lejos de Panem, la vida cotidiana en los distritos más pobres, las voces disidentes, el terrorismo, la lucha de clases nada sutil o la importancia del legado.
Pero estos conceptos interesantes quedan minimizados y asfixiados en un mar de ideas mucho más prototípicas, generales y soporíferas: la familia, el amor, la lucha por la individualidad, el odio enquistado y, por supuesto, la ya clásica lucha por tu propia vida. Al final, se convierte en un triste mar de buenas ideas dispersas que otorgan tantos momentos de brillantez como de tedio. Si simplemente te gusta dejarte llevar por una historia entretenida, esta nueva 'Los juegos del hambre' tiene mucho que ofrecerte, incluyendo una parte final que plantea debates éticos fascinantes. Pero si no puedes evitar ser crítico con lo que ves y señalar sus incoherencias, esta película va a sacarte de tus casillas.
Al final, el mayor pecado de 'Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes' es su condición de derivativa, que le impide ir más allá y explorar los conceptos más interesantes de esta parte, hasta ahora inédita, de Panem. Es un epílogo, una despedida de este mundo que acierta la mitad del tiempo, pero no puede evitar ir a trompicones, ser imperfecta y funcionar a base de golpes de efecto fortuitos. Eso sí, en última instancia, es una película más de la saga que encaja sin problemas en la continuidad. Gustará a los fans a ultranza, supondrá una perfecta entrada para quienes no vieron las anteriores y cansará a aquellos que ya acabaron hartos tras los dos partes de 'Sinsajo'. Me encantaría hablar de ella de otra manera porque tiene buenos mimbres, pero diluye sus novedades en aguas ya conocidas... y la condena a su absoluta irrelevancia.
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