“Ahora escúchame, hijo de puta. Lo he perdido todo excepto mi alma. Y no vas a conseguir quitármela”- Nick Halloway (Chevy Chase)
La cita incluida encima de estas líneas podría funcionar a modo de metáfora con la situación de Carpenter en los primeros años noventa, sobre todo con la decisión de rodar, a cualquier precio, su primera película en cuatro años. Película que, probablemente marca el punto artístico más bajo de toda su carrera. Evidentemente, Carpenter no lo había perdido todo literalmente, pero sí toda o casi toda la confianza de los grandes estudios, así como gran parte del margen de maniobra para continuar haciendo cine independiente. Los pobres resultados en taquilla y las malas críticas (recaudaron más de tres veces su presupuesto, pero fueron asumidos como fracasos…porque no recaudaron cincuenta o cien millones de dólares…) de ‘El príncipe de las tinieblas’ (‘Prince of Darkness’, 1987) y de ‘Están vivos’ (‘They Live’, 1988), probablemente una de sus películas más redondas, le habían puesto contra las cuerdas, a pesar de que, recordemos, sólo tenía cuarenta años, y que, en teoría, todavía tenía fuerzas para batallar.
Pero muy mal tenían que estar las cosas para aceptar el proyecto del que vamos a hablar hoy. Sin lugar a dudas, Carpenter ha sido uno de los autores norteamericanos surgidos en la década de los setenta que más ha sufrido (y que, de alguna forma, representa un estilo artesanal de hacer cine que cada vez se lleva menos) los cambios de gustos en los espectadores, y por consiguiente los cambios de mentalidad en los estudios, ya convertidos, en los años ochenta, en máquinas tragaperras. Carpenter no es ningún ingenuo. Esto lo sabe muy bien. Pero esta lucidez, y que a pesar de ella continúe siendo fiel a sí mismo y a su manera de entender el cine, no hace otra cosa que proveer de más motivos a sus seguidores para elogiarle. Desgraciadamente, comenzó la década de los noventa con una rotunda equivocación, que él luchó por convertir, pese a su mediocridad, en algo lejanamente carpenteriano. Desde luego, no lo consiguió. No todo el mundo puede ser Buñuel, que se pasó una década dirigiendo melodramas de tercera categoría, los cuales él convertía en algo profundamente personal.
Aburrida comedia sin el menor interés
Por muchas alegrías que me haya dado un director, nunca he tenido (ni creo llegar a tener) ningún probema en dejar claro lo que pienso de los errores o equivocaciones. Esto no les hace peores directores, ni destruye su leyenda. Así, cuando Scorsese hizo ‘Shutter Island’ (id, 2010), Clint Eastwood ‘Más allá de la vida’ (‘Hereafter’, 2010) o James Cameron la espantosa ‘Mentiras arriesgadas’ (‘True Lies’, 1994), no tuve ningún problema en decir mis ideas, porque no estoy aquejado de ningún fanatismo. Y lo mismo ocurre con John Carpenter, a quien tanto admiro, y que lamento que se viera casi obligado a filmar una película infame que, y esto es muy significativo, en un principio iba a dirigir el inepto de Ivan Reitman, pues le unía una gran amistad con Chase, quien seguramente quería una operación similar a la perpetrada en la torpísima ‘Los cazafantasmas’ (‘Ghostbusters’, Ivan Reitman, 1984). Un lector preguntaba el otro día qué hubiera dicho yo si Carpenter dirigía esa película. Pues algo parecido a lo que ocurre en esta. Pero con Daryl Hannah.
Creo, sinceramente, que el humor de Carpenter se basa más en ideas sutiles, en una complicidad intelectual con el espectador, antes que en un ritmo o unos gags visuales. Porque el ritmo carpenteriano es más de cinismo, de observar un mundo cuyas reglas nos impiden ser libres, y menos del estilo de su admirado Howard Hawks, a quien duda trató de convocar, con títulos como la divertidísima ‘Me siento rejuvenecer’ (‘Monkey Business’, 1952) y otras “screwball comedies” en la recámara. Pero, claro, Hawks tenía a protagonistas como Cary Grant, y a guionistas como Ben Hecht. Carpenter, por su lado, cuenta con uno de los actores más insoportables de la historia, el neoyorquino Chevy Chase, y con un paupérrimo guión de Robert Collector, Dana Olsen y William Goldman (prestigioso escritor contratado para “curar” un libreto inicialmente infumable…aunque pudo curar poco), basado en la novela homónima de H. F. Saint. Una novela que no he leído, pero que, a juzgar por la trama de la película, proponía la enésima vuelta de tuerca al mito creado por el genial H. G. Wells.
Tres factores salvan a esta película de la quema absoluta: 1. El oficio de Carpenter, quien a pesar de narrar con una desidia manifiesta, todavía está varios cuerpos por delante de directores tipo Reitman, y que aunque no firma la música de la película ni cuenta con una fotografía destacada (obra del gran William A. Fraker, en sus horas más bajas…) procura salir, al menos, vivo del engendro. 2. La presencia de Sam Neill, un actorazo pocas veces reconocido como tal, que repetiría más con Carpenter, después de comerse con patatas a Chevy Chase en cada secuencia de esta. 3. La presencia magnífica de Daryl Hannah, una actriz que siempre ha sido maravillosa (y tampoco reconocida como tal) y que da bastante pena que comparta tantas secuencias con el soseras de Chase. ¿Alguien se cree que esta mujer puede estar liada con semejante individuo? Yo desde luego no. Pero tampoco hay mucho tiempo para pensarlo, porque viendo la película uno se pregunta dónde está la gracia, dónde la aventura. Realmente no hay mucho que hablar de esta película, porque no hay por donde cogerla.
Sí se pueden alabar unos magníficos efectos especiales, que vuelven a acreditar a Carpenter como el magnífico técnico que siempre ha sido, sin envidiar en nada a otros maestros en el uso de estas herramientas. Algunos años más tarde, Paul Verhoeven, en su última película americana, ‘El hombre sin sombra’ (‘The Hollow Man, 2000) pudo maravillarnos con algunas secuencias en parte por lo que habían aprendido de esta película. De poco le valió a Carpenter.
Conclusión
La menos Carpenter de toda la carrera del director. Se pueden aceptar servidumbres a la industria, más no entregar un material tan anodino. Con ella rompía Carpenter su promesa de no dirigir más películas para los grandes estudios. Le salió carísimo: de un elevado presupuesto de cuarenta millones, la película no recuperó ni la mitad en el mercado norteamericano. No empezaba bien la década Carpenter, aunque poco a poco se iría arreglando…
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