Tras la debacle personal que le había supuesto 'Piraña 2. Los vampiros del mar' ('Piranha 2. The spawning', James Cameron, 1981), un filme que, con el paso de los años, el cineasta ha descrito como "la mejor película de pirañas voladoras que se haya rodado"; James Cameron se encontraba en un momento determinante de su ínfima trayectoria como cineasta: podía dejarse llevar por la nefasta impresión que el rodaje de 'Piraña' le había dejado o ignorar la experiencia y seguir insistiendo en llegar a ser un nombre en la industria cinematográfica. La respuesta a tal diatriba le llegaría, como a Stephen King las ideas para sus libros, en una pesadilla.
Antecedentes: por envidia a 'Star Wars'
22 años. Camionero, escritor de historias de ciencia ficción y aficionado a pintar miniaturas. En 1977 ese era el currículo de James Cameron. Una trayectoria que cambiaría radicalmente cuando el futuro cineasta viera con ojos envidiosos el éxito que acompañó a George Lucas con el estreno de 'La guerra de las galaxias' ('Star wars', 1977), un filme que Cameron sintió que él podía haber firmado. Con gran resolución, estudio de forma obsesiva la forma en que Lucas y su equipo habían rodado los efectos visuales del filme, practicando en su salón con múltiples ideas y acudiendo de forma recurrente a la Universidad del Sur de California para aprender más sobre las técnicas de los trucajes.
Obsesionado con poder aunar ciencia y arte, Cameron unió esfuerzos con Randall Frakes y, consiguiendo 20.000 dólares de financiación de diversos dentistas locales (sic), ambos escribieron y rodaron 'Xenogénesis' un corto de 11 minutos en el que se apuntalan de forma temprana algunas de las obsesiones que, tanto en términos argumentales como visuales, acompañarán siempre al cineasta canadiense —y en el que eran muy evidentes ciertas deudas hacia los abismos de la Estrella de la Muerte de la saga galáctica—. En el primer aspecto, el prólogo del corto deja claro, tanto por el carácter de las ilustraciones que le acompañan, como por la voz en off que lo introduce, la fijación de Cameron por la pugna entre hombre y máquina que tantas veces ha puesto de relieve de muy diferentes modos en todos sus filmes a excepción hecha de 'Mentiras arriesgadas' ('True lies', 1994).
En el segundo, vemos en los diseños de 'Xenogénesis' las semillas que después germinarán, de una parte, en los robots-tanque que aplastan cráneos humanos en el prólogo de 'Terminator' ('The terminator', 1984) y, de la otra, el exoesqueleto que tanto protagonismo adquirirá en los finales de 'Aliens, el regreso' ('Aliens', 1986) y 'Avatar' (id, 2009). Como curiosidad acerca del corto valga traer a colación que, si bien la música del mismo está acreditada a Bernard Herrmann —utilizando Cameron y Frakes fragmentos de 'Jasón y los argonautas' ('Jason and the argonauts', Don Chaffey, 1963)— el tema que se escucha al comienzo no es del habitual colaborador de Hitchcock sino de Jerry Goldsmith, correspondiendo esos primeros compases electrónicos al score de 'La fuga de Logan' ('Logan's run', Michael Anderson, 1976) una cinta que guarda ciertas concomitancias con el distópico futuro que el cineasta terminará imaginando para 'Terminator'.
Sirviéndole el corto para ser captado por Roger Corman y entrar a trabajar en sus estudios primero como constructor de miniaturas, después como diseñador, director o productor artístico en cintas tan diversas como 'Los siete magníficos del espacio' ('Battle beyond the stars', Jimmy T. Murakami, 1980), la mítica '1997: rescate en Nueva York' ('Escape from New York', John Carpenter, 1981) o la infumable 'La galaxia del terror' ('Galaxy of terror', Bruce D. Clark, 1981); sería todavía de la mano de Corman que Cameron se encontraría temporalmente en la silla de director de 'Piraña 2' y cómo, en una noche en Roma durante la presentación de la cinta, le llegaría en un febril sueño la imagen de un torso metálico armado con cuchillos de cocina que se arrastraba de una explosión. Poco podía imaginar que al plasmar en una historia dicha pesadilla, Cameron cambiaría su vida para siempre.
Asesino cibernético
Con la clara idea de rodar la "película definitiva sobre robots", Cameron volvía a California y, alojándose en el sofá de su amigo Frakes —autor de la posterior novelización de 'Terminator'— el realizador escribiría el guión de una cinta cuyos derechos vendió por un dólar a la productora Gale Anne Hurd con la garantía de que sería él y no otro el que terminaría haciéndose cargo de la dirección. Tras aceptar la desaparecida Orion Pictures distribuir el filme siempre y cuando Cameron y Hurd fueran capaces de encontrar financiación, sería Hemdale —junto con Orion y HBO— la que aceptaría cubrir unos costes que, inicialmente previstos en 4 millones de dólares, terminarían alcanzando los 6,5 millones.
Como es de esperar, fueron mil y un detalles y anécdotas los que rodearon tanto a la pre-producción, con un Arnold Schwarzenegger inicialmente ligado al papel de Reese—y O.J.Simpson como la letal máquina— o la temprana decisión de Cameron y Stan Winston de no hacer que el robot fuera un "simple tío con un traje"; como los que tuvieron lugar durante el rodaje, marcado inicialmente por los nueve meses de parón para permitir que Arnie rodara la olvidable 'Conan el destructor' ('Conan the destroyer', Richard Fleischer, 1984) —un tiempo que Cameron aprovechó para refinar ciertas partes del guión de 'Terminator' y aceptar el encargo de escribir el de 'Rambo' ('Rambo: first blood II', George Pan Cosmatos, 1985), en última instancia radicalmente alterado por Stallone— y el deseo de Cameron de rodar cuántas más escenas de noche mejor, algo que le ocasionó no pocos quebraderos de cabeza al productor; pero prefiero no cansar con datos fácilmente encontrables en la red para aprovechar este espacio y abundar en apreciaciones personales sobre la que siempre he considerado como una de las incursiones más importantes que el séptimo arte ha hecho en el reino de la ciencia-ficción.
Decía anteriormente que 'Xenogénesis' mostraba de forma temprana algunas de las obsesiones temáticas en las que Cameron ha incidido una y otra vez a lo largo de su carrera. Retomando como eje principal de la narración el conflicto entre la humanidad y la tecnología, el cineasta rodea el núcleo de 'Terminator' de otros dos factores que serán constante posterior en su filmografía: una protagonista de fuerte carácter y una sub-trama amorosa de gran incidencia en el transcurso del relato. Y es ahí, en la fortaleza de los personajes de Sarah Connor y Kyle Reese, en la extraordinaria química que se forja entre Linda Hamilton y Michael Biehn, y las reverberaciones épicas que la relación de ambos traerá para con la mitología del universo 'Terminator' donde encontramos el primer pilar incuestionable sobre el que se sustenta la grandeza de esta producción.
Sabiendo que en la implicación del público y la empatía con los personajes descansa mucho del éxito de la cinta, Cameron no nos presenta a Sarah y a Kyle como los incombustibles "guerreros" que terminarán haciendo lo que sea por sobrevivir al constante asedio de la máquina, antes bien, el cineasta nos introduce al personaje encarnado por Hamilton como una joven despreocupada a la que le gusta pasárselo bien y que vive ajena a lo que el futuro le tiene deparado. Por su parte, la desnudez con la que Reese llega al tiempo presente de la acción puede ser leída como el evidente afán de engaño por parte de Cameron para que no se sepa quién es el que quiere matar a Sarah —a fin de cuentas, tanto él como Arnie llegan sin ropas al presente—, aunque también admite interpretaciones algo más sui géneris encaminadas a que, en igualdad de circunstancias entre asesino y salvador, el público conecte mucho más rápido con la humanidad que exuda la interpretación de Biehn.
Y si importante es cómo se nos presenta a cada personaje por separado, aún comporta mayor relevancia el momento en que los destinos de ambos se unen bajo el ensordecedor ruido de la discoteca 'Tech noir' —tecnología oscura, ¿pequeña broma del director hacia el mundo de las máquinas?—: con la cámara ralentizada de forma progresiva, consiguiendo así transmitir al espectador las mismas sensaciones que se tiene "cuando uno vive un accidente —en el que todo parece discurrir muy despacio—", la conexión entre Sarah y Kyle y la poderosa frase que éste utiliza para hacerla reaccionar —"ven conmigo si quieres vivir"— se establece, primero, a un nivel de mera supervivencia para, después, en la magnífica secuencia en el motel, pasar a un plano de mucho más calado humano, revelándonos Cameron toda la verdad acerca del amor que los une a ambos y que ha provocado que Reese viaje en el tiempo.
Establecida la relación entre el viajero del tiempo y la madre del mesías —el juego con las iniciales J.C resulta evidente—, el segundo soporte de la cinta es la imponente presencia de Schwarzenegger. El fornido austríaco ya nos había dejado perplejos con su masa muscular en 'Conan, el bárbaro' ('Conan the barbarian', John Millius, 1982), sacando Millius en aquella ocasión todo el partido al escaso conocimiento del inglés del culturista para dibujar al cimmerio definitivo. De similar manera, el Schwarzennegger que vemos en 'Terminator' es una criatura pocas palabras y muchas acciones, y las escuetas maneras que se apropian de los movimientos y gestos del actor van encaminadas a una temprana decisión del mismo porque estos mostraran la "máxima eficiencia posible", logrando mediante esta intención desarropar de toda humanidad al depredador perfecto —ese movimiento de ojos y cabeza que parecen los de una cámara de vigilancia— y consiguiendo el ex-gobernador de California una de sus más sólidas interpretaciones.
Con el firme sustrato que supone el contar con una terna de intérpretes tan inesperadamente sólidos, 'Terminator' cuenta como tercer pilar en la dirección de Cameron y el imparable ritmo que el realizador le imprime a la acción: con el único relajo de la tensión que supone la citada escena del motel, el frenesí de la persecución se apodera del espectador hasta tal punto que importa poco cuántas veces la hayas visto en el pasado, el pulso que el metraje establece con los nervios del respetable sigue estando intacto casi tres décadas después de su estreno. Por más que las formas narrativas de Cameron aún fueran bastante toscas, hay en 'Terminator' la simiente de un cine que germinará con toda su potencia en 'Aliens, el regreso', un cine que tras el inesperado éxito de la presente producción fue imitado y clonado hasta la saciedad, consiguiendo el canadiense de un plumazo pasar del relativo anonimato en el que se encontraba a una primera fila que ya nunca abandonaría.
Unificando interpretación y dirección, del equipo artístico que Cameron reunió para 'Terminator' cabría destacar dos nombres: Stan Winston y Brad Fiedel. El primero había comenzado a sonar con fuerza dos años antes tanto por su nominación al Oscar al Mejor Maquillaje por 'Heartbeeps' (id, Allan Arkush, 1981), infumable filme con el malogrado Andy Kaufman, como por su impresionante labor junto a Rob Bottin en la magistral 'La cosa' ('The thing', John Carpenter, 1982), logrando aquí con el diseño del terminator unas cotas de perfección que hoy siguen sorprendiendo y estableciéndose como el referente ineludible al hablar del desarrollo de los efectos digitales —como seguiremos viendo en sucesivas entregas de este especial de Cameron—.
El caso de Fiedel es casi el opuesto al de Winston: compositor de texturas electrónicas que había comenzado su andadura profesional tres años antes del estreno de 'Terminator' con 'Pánico antes del amanecer' ('Just before dawn', Jeff Lieberman, 1981) y 'Eyes of fire' (Avery Crounse, 1981) —no estrenado en nuestro país—, el éxito del filme de Cameron no le acompañó como sí hizo con muchos de sus compañeros de producción. Habiendo escrito un tema asociado ya por siempre al personaje y del que podemos escuchar muy diferentes versiones a lo largo del metraje, es muy probable que la variación en los gustos del gran público hacia las sonoridades sinfónicas que puso en marcha John Williams con 'La guerra de las galaxias' —y que tuvieron su auge durante los ochenta— terminara dejando de lado a un músico que nunca supo amoldar sus modos compositivos al cambio de los tiempos, quedando relegado al olvido como pasara con Harold Faltemeyer o Giorgio Moroder.
Con un final —esa tormenta que se cierne sobre Sarah— en perfecta y terrorífica sincronía con el oscuro tono con el que se abría unos 100 minutos antes, 'Terminator' da un espléndido mazazo al cine de ciencia-ficción bienintencionado y ligero que quedaba ejemplificado por 'La guerra de las galaxias': en ese bisoño deseo de querer para sí el éxito que Lucas había conseguido con el arranque de su saga, Cameron se sitúa con su filme en el lado opuesto del espectro, esbozando en sus apocalípticas visiones uno de los futuros más tenebrosos para con la humanidad que se han visto en el cine. Un futuro que, como mandan los cánones, volverá en la segunda parte corregido y aumentado, y que aquí encuentra una exposición precisa y sintética que se aleja conscientemente de las inevitables paradojas que suelen ser norma habitual en el cine de viajes temporales.
Principio y fin se abrazan. Un círculo sin fisuras se cierra. Cameron pare una obra maestra del género.
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