El astuto e impulsivo agente de la CIA Jack Ryan (Chris Pine) deberá detener a un peligroso y conspirador ruso (Kenneth Branagh) cuya amenaza podría extenderse también hasta su compañera sentimental, Cathy (Keira Knightley).
No veía mayor razón que ver esta nueva adaptación del personaje de Tom Clancy que la admiración por los géneros. Mi preferencia por los relatos de espías provoca, como a muchos de vosotros esta o cualquier otra clase de prioridad en el gusto, que sea capaz de tolerar los más diversos productos en la ficción. Por otra parte, Kenneth Branagh, el director y por supuesto el actor, tiene todas mis simpatías, pese a estar errante en esta etapa última de su carrera.
Además, Branagh se ha vuelto loco. Ha cambiado sus adaptaciones de William Shakespeare por extravagancias comerciales, rodadas sin demasiada personalidad, ni tampoco demasiada ineptitud. Eficacia se llama y la ha llevado también a la elección de sus papeles: tener a un actor capaz de los momentos más nobles de Enrique IV y, a la mínima, de ser detective sueco o villano de opereta ruso es una garantía de placer y diversión.
Ciertamente, el villano que Branagh se otorga es lo mejor de la función. Su acento ruso, su aire amenazador, su visible festival de vericuetos verbales y gestos sombríos, peligrosos. Pero aquí termina la película, claro. Porque Jack Ryan, encarnado por el carismático Chris Pine, no es más que un genérico agente más y no es un problema de dirección de actores sino más generalizado.
Necesitamos distinguir al héroe no solamente del villano sino, a más pedir, del resto de héroes. Un agente secreto más, y menos en una película que lleva su nombre como esta 'Jack Ryan: Operación Sombra' (Jack Ryan: Shadow Recruit, 2013) no sirve demasiado en sus propósitos.
A este problema, notorio en cuanto ninguna de sus andanzas o ninguno de sus antagonismos es especialmente relevante para incluso el que note un cierto placer en ver versiones más o menos audaces del mismo esquema narrativo, se le suma que Branagh es un director solvente pero sin especial sentido del espectáculo, como ya demostró en 'Thor' (id, 2011).
Pero sabe mal ver a estos nombres, y al de Steven Zaillian, autor del libreto de la brillante 'El juego del halcón' (The falcon and the snowman, 1985), en un guión que no aspira a nada; y por nada entiendo que entre los más asumibles propósitos que tiene la película, la de mantener sentido de la tensión en las peripecias de sus arquetipos, ninguno es asumido, no digamos ya alcanzado, con inteligencia o cuidado alguno y eso que Kevin Costner o Keira Knightley se entregan serviciales a la tarea de no exagerar sus roles.
Como si se trata de una mortecina fotocopia, de una película mejor o siquiera más divertida que está por llegar, termina este film sin parecerlo, tal es su poco saludable intrascendencia.
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