Las películas de Quentin Dupieux no son nunca lo que esperas. Y, consciente de ello, juega con tus expectativas como nadie: a lo largo de su filmografía podemos ver neumáticos y chaquetas asesinas, moscas gigantes o grupos de luchadores al estilo 'Power Rangers' pro-tabaco, sin que el espectador sepa nunca qué vendrá después. Con una creatividad loca e hiperactiva más propia de un estudiantes de audiovisuales que de un director con once películas en su haber, Dupieux se ha hecho un nombre propio dirigiendo, literalmente, lo que le ha dado la gana. E 'Increíble pero cierto' no es una excepción.
Juventud, divino tesoro
El punto de partida de 'Increíble pero cierto' no podría ser más estimulante: una pareja, Alain y Marie, compra una casa donde unas escaleras en el sótano les lleva doce horas al futuro... y les rejuvenece tres días. La película tarda un rato en llegar ahí, pero cuando lo hace, el espectador es capaz de imaginar muchísimas variantes y preguntas diferentes por donde puede ir en su acercamiento a la ciencia-ficción: ¿Qué pasa si subes las escaleras de vuelta? ¿Y si te quedas en el medio? ¿Incurrirán en paradojas temporales?
Sin embargo, Dupieux no explora en absoluto el concepto, más preocupado por contar, otra vez, 'El retrato de Dorian Gray' en la forma de Marie, que se obsesiona con la eterna juventud ante el pasotismo de Alain. Es interesante, pero el director no plantea nada más, quedándose en el limbo de las buenas ideas que podrían haber dado más de sí.
Para dar el contrapunto cómico, 'Increíble pero cierto' nos muestra la historia del jefe de Alain, que se ha comprado un pene automático en Japón que puede ponerse erecto a placer. Aunque da los momentos más graciosos de la cinta, lo cierto es que nunca deja de verse como otra premisa paralela que nunca dio para más que un corto y se utiliza aquí para rellenar metraje. Y es que ambas tramas no están unidas ni temática ni argumentalmente, y al final caen un poco en una de las peores preguntas que uno puede hacerse al salir del cine: "Bueno, ¿y?".
Ciencia-ficción de estar en casa
Las cosas como son: Dupieux controla tan bien los tiempos que es imposible aburrirse durante su hora y cuarto. Consciente de que su trasunto de 'La dimensión desconocida' con el neo-chiste de Arévalo del siglo XXI no da para más, el director se conforma con no darle muchas vueltas a la idea inicial, convencido de que su originalidad es lo suficientemente fresca como para mantener el interés del espectador durante ese cortísimo periodo de tiempo.
Y es cierto: la propuesta suena a novedad y es emocionante hasta que su giro, que se ve venir desde el segundo acto, la condena al infierno de lo ya visto anteriormente. No es una crítica al director, que es perfectamente consciente de que el riesgo conlleva estas cosas: a veces se acierta, como en 'La chaqueta de piel de ciervo' o 'Mandíbulas', y otras se queda a medias del disparo. Es el caso de este 'Increíble pero cierto' en el que su crítica a la obsesión actual por la belleza y el qué dirán se queda un poco a medio gas, como si se hubiera aburrido a mitad de guion.
En un año en el que películas como 'Sick of myself' han entrado de lleno en la reflexión sobre la autopercepción y la casi obligación de conjugar belleza y fama en redes sociales, esta nueva cinta no termina de atinar el disparo: es una crítica válida, pero de brocha gorda y sin matices, más como una lección aprendida al final de un episodio presentado por el tío Creepy que como película planeada durante meses.
La luz al final del túnel
Lo mejor de 'Increíble pero cierto' es Alain, un personaje que tiene que lidiar con las dos tramas al mismo tiempo: una mujer obsesionada con rejuvenecer y que, paradójicamente, está dañando la relación por el camino, y un jefe con un pene mecánico del que no puede dejar de hablar. Como el último bastión de la cordura, el personaje es el único que reacciona de forma natural, como poniendo a la audiencia de su parte desde el primer momento: es una perspectiva inteligente, dado que tratar de comprender cualquiera de las otras dos personalidades extremas sería un fracaso inmediato.
Dupieux es original y divertido, pero no puede parar de darte codazos para que admires su originalidad y sus chistes. Su autoconsciencia y la necesidad de cumplir con lo que se espera de él (o sea: algo totalmente inesperado) hacen de esta propuesta una que merecía un tiempo mayor de incubación para ir más allá de unas moralejas ramplonas y un desarrollo más bien plano. El guion tiene buenas ideas, pero no le ha dado tiempo a florecer debidamente, y es una pena, porque, efectivamente, hay una buena película escondida en 'Increíble pero cierto'... que no es esta.
Y ojalá lo fuera, porque no hay tantas películas estos días que se lancen a la piscina con una propuesta juvenil, casi suicida, y a la que no le importe el vodevil ni el qué dirán. Dupieux está en un proceso de regurgitamiento audiovisual en el que tiene que rodar todo lo que pasa por su cabeza, sin preocuparle demasiado si está a la altura de sus mejores trabajos. Es refrescante y agradecido, pero al mismo tiempo deja la sensación de que, si hubiera pasado un poco más de tiempo puliendo el proyecto, habría sido mejor. Quién sabe. Quizá el siguiente.
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