No es nada raro que un actor decida dar el salto a la dirección en un momento u otro de su carrera, pero sí es menos habitual que vaya más allá del simple experimento y tenga auténtica continuidad. Uno de esos casos es el de Mel Gibson, quien es cierto que no armó tanto ruido con ‘El hombre sin rostro’ (‘The Man Without a Face’), su primera cinta tras las cámaras, pero la cosa cambió de forma sustancial después, Oscar incluido, por su trabajo en ‘Braveheart’.
Sin embargo, Gibson sólo había estrenado cuatro largometrajes hasta la fecha, dándose la coincidencia de que ‘Apocalypto’, el último de ellos, era el que más había disfrutado hasta ahora. Con ‘Hasta el último hombre’ (‘Hacksaw Ridge’) quedaba la duda de si iban a dejarse notar los diez años de inactividad, pero lo cierto es que el autor de ‘La pasión de Cristo’ (‘The Passion of the Christ’) se ha superado a sí mismo con una película brutal y emocionante.
Las fuertes raíces emocionales
Para entender la increíble historia real de Desmond Doss resultaba imprescindible conocer los motivos que le llevaron a renegar de la violencia y, al mismo tiempo, querer ayudar a su país durante la II Guerra Mundial. Está claro que la perspectiva no es la misma si lo valoramos desde el punto de vista actual que en el imperante en su momento y ese es un problema con el que el guion de Robert Schenkkan y Andrew Knight lidia con gran eficacia.
Para ello, el libreto se toma ciertas libertades respecto a la historia real -aquí tenéis un interesante artículo al respecto- con el fin de articular un relato que tenga más facilidades para conectar con el espectador. No faltan ciertos lugares comunes y algunas soluciones argumentales que pueden molestar a aquellos que empiecen a estar cansados de los biopics más tradicionales, pero, como digo siempre, la importancia está en el cómo se nos cuentan todo y es ahí donde Gibson eleva, y mucho, el material que tiene a su disposición.
Por un lado, Gibson opta por un acercamiento más clásico al relato, casi en la línea de, por mencionar a otro realizador en activo, lo que uno esperaría de Clint Eastwood en un relato así. Ahí es cierto que la propia ambientación lleva a una conclusión acelerada al respecto, pero es que desde el manejo de la cámara hasta el propio montaje lleva a pensar en esa dirección. Además, lo hace para hablar de Doss, pues incluso puede verse en esa primera mitad una especie de reflejo de sí mismo.
A estas alturas creo que todo el mundo es consciente de la multitud de problemas que Gibson ha tenido por una serie de polémicas declaraciones que hizo, en parte, motivado por sus problemas con el alcohol, por lo que es fácil ver que se ha sentido identificado con el padre del protagonista -intachable Hugo Weaving en un papel mucho más complicado de lo que parece-. Es un paralelismo bastante sencillo de trazar y que le permite una mayor implicación emocional que el espectador percibe con facilidad, imponiéndose así a cualquier debilidad narrativa en la construcción del mismo por parte de Schenkkan y Knight.
Gibson además evita cualquier tipo de exceso sentimentaloide y se centra en que la exposición de los hechos y el gran trabajo de los actores sirva para fortalecer ese clasicismo con un empaque emocional fuera de toda duda. Aquí se explica pero no se juzga, es simplemente lo que hay y la evolución del padre va ligada a la de Doss hasta que llega un punto en el que poco menos que le cede el testigo y muestra al espectador del ideal de lo que le gustaría ser.
Andrew Garfield y su espléndido tramo final
Ese retrato impoluto de Doss se enfrentaba a dos grandes posibles problemas. El primero era santificar su figura en exceso y el segundo la necesidad de encontrar a un actor que supiera balancear sus emociones de forma acertada. Lo primero no tarda en dejar espacio a una elogiable determinación que en todo momento deja muy claras sus motivaciones y también las múltiples dudas que genera a su alrededor -de qué me sirve alguien en el frente que se niega a matar al enemigo en cualquier situación sería la principal-.
De esta forma se refuerza la conexión del espectador con Doss, pero ahí resulta también esencial la aportación de un Andrew Garfield que nunca había estado mejor -aunque, por lo que dicen, parece que está incluso más inspirado en 'Silencio' ('Silence')-. Antes comentaba que Gibson elevaba el material de Schenkkan y Knight, pero es que el protagonista de ‘The Amazing Spider-Man’ borda todo lo que el libreto requiere de él, haciendo impensable ver a cualquier otro actor en el personaje.
El dúo Gibson-Garfield es el que consigue que la historia de ‘Hasta el último hombre’ mantenga nuestra atención en todo momento, creando el clima emocional necesario para que el tramo final impacte de lleno. Ahí es donde la violencia hace acto de presencia de una forma brutal y realista, pero con un detalle clave que al cine bélico le suele costar mucho conseguir: Transmite la confusión de la batalla sin que el espectador nunca llegue a sentir perdido o incluso no termine de entender lo que sucede.
Este último punto puede parecer insignificante a algunos, pero para mí es esencial para convertir una muy buena película en una excelente, ya que permite mostrarnos el sinsentido de la guerra al mismo tiempo que eleva su fuerza emocional para que la histórica heroicidad de Doss consiga el efecto deseado en el espectador. Por conseguir hasta logra que sus motivaciones de corte religioso jamás tiranicen o limiten al personaje, otro error en el que se podía caer con demasiada facilidad.
’Hasta el último hombre’ deja huella
De esta forma, ’Hasta el último hombre’ logra dejar huella, primero por la eficacia para mostrar el viaje del protagonista para poder hacer algo en lo que realmente cree y después para que su heroica acción, esa que realmente justifica la existencia de la película, brille en todo su esplendor. Gibson hasta se permite pequeños instantes de ligereza durante la misma que en ningún caso quitan hierro al asunto pero que sí terminan de subrayar la excepcionalidad de lo que estamos viendo. El pacifismo desde la guerra y la emoción pura en plena barbarie.
En el lado negativo no hay nada que realmente dañe las intenciones de Gisbon en ‘Hasta el último hombre’, pero, claro está, puede dar la sensación de que algunos personajes secundarios podrían haber dado más de sí en el plano individual. ¿Hubiera aportado algo realmente al conjunto? Ahí sí que tengo muchas más dudas, como también que prescindir de ciertos tópicos, algunos quizá demasiado manidos -y que se dejan notar en instantes puntuales-, de este tipo de biopics hubiera sido el camino a seguir.
De hecho, creo que ‘Hasta el último hombre’ está muy cerca de ser todo lo buena que podía aspirar. Eso no quiere decir que se quede cerca de ser una obra maestra, un concepto del que algunos abusan en demasía -a mí, por ejemplo, ‘Vaiana’ también me encanta, pero tampoco lo es; y es que muy muy pocas lo consiguen-, pero sí que con este material concreto me cuesta concebir cómo se podía hacer algo realmente mejor, y es que todas las historias tienen un límite en lo que pueden dar de sí.
En definitiva, ‘Hasta el último hombre’ es excelente, probablemente la mejor que haya rodado hasta ahora Mel Gibson por mucho que su acabado formal se preste quizá a un menor lucimiento que otros títulos suyos. Además tiene un aliado de lujo en extraordinario Andrew Garfield y seguro que habría una mayor unanimidad sobre que estamos ante una de las películas del año de no tener su director ese pasado que a punto estuvo de acabar con su carrera.
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