En ‘El amor en 100 películas’ narro casos reales de las enormes estupideces que podemos llegar a cometer por amor —dejar de comer, abandonar el puesto de trabajo, etc—, ese sentimiento tan conocido por casi todos, tan difícil de explicar con palabras que construyen versos, obras.... Lo cierto es que viendo una película como ‘La novia’ (Paula Ortiz, 2015), el amor en sí parece una enorme estupidez. Y no lo es.
El insigne Tomás Fernández Valentí —crítico directo donde los haya— tilda el film de Ortiz de bodrio de qualité. No puedo estar más de acuerdo. Si cuando hablaba de ‘La juventud’ (‘Youth’, Paolo Sorrentino, 2015) decía que en arte la forma ES el fondo, y dicho film supone un ejemplo en sentido positivo, ‘La novia’ lo supone en sentido negativo. Un exceso formal que viola sin complejos el fondo. Si nos ponemos poéticos podemos decir que Federico García Lorca se revuelve en su tumba.
Momentos AXE
La obra teatral, que contiene prosa y verso, ‘Bodas de sangre’, ya había conocido varias versiones cinematográficas —cualquiera de ellas preferible a la presente—, a pesar de la enorme dificultad de adaptar tan compleja obra al medio cinematográfico que posee otras leyes narrativas. Lo que muchos ven como valentía, yo lo veo como aparatoso intento fallido, que demuestra que con la intención no llega por sí sola.
Que el cine que recoge en su seno historia concebidas para el teatro, ha tenido grandes artistas que han sopesado con éxito tan difícil proceso, es más que evidente. Laurence Olivier, Kenneth Branagh, Orson Welles, por decir sólo tres nombres, lo han hecho muchas veces. Han trascendido las leyes teatrales haciendo fácil lo que sin duda no está al alcance de todos. Lorca no es actual, sus temas sí. Quizá la elección de una puesta en escena llena de efectismos en cada encuadre es la adecuada elección para el público moderno y guay.
Lamentablemente ‘La novia’ posee una estética de anuncio de perfume que raya en lo ridículo. Da igual que se enfoque con claridad —no vaya a ser que los despistados no se den cuenta— los símbolos de Lorca, tales que la luna, los caballos, los cuchillos, la mendiga; además hay que unirlos en una trama que posea crescendo dramático, no impacto visual; coherencia narrativa, no saltos, incluido el tono. ¿A qué viene el molesto y absurdo ralentí y luego la espectacularidad del scope en los paisajes? ¿Variedad?
Vacía
¿Acaso lo iniciado hace ya mucho tiempo por Sam Peckinpah se ha malinterpretado o prostituido? —‘La novia’ parece en algunos instantes un western sucio y violento, qué pena no haber seguido ese camino—, es preferible tirar de la estética que los hermanos Wachowski instauraron hace ya más de diez años, para goce y disfrute de quien no se para a reflexionar. Como los susurros recitados por actores perdidos en un ejercicio excesivamente formal, lo cual lleva al vacío. De esa forma Ortiz ha conseguido lo impensable, que los versos de Lorca suenen a nada.
Falsa trascendencia es lo que se pasea por las imágenes de ‘La novia’, a pesar del reparto esforzado, sobre todo Inma Cuesta, que parece estar en otra película aunque suene ridículo. Uno siente vergüenza ajena al ver a actores tan impresionantes como Carlos Álvarez-Nóvoa pasearse por un sinsentido formal que lo ahoga todo, hasta su impresionante voz. La pasión, bien visible, de los intérpretes, queda completamente anulada.
Dicen que lo sublime debe ser sencillo —me viene ahora mismo a la mente Tarkovsky y su defensa de lo sencillo—, que con el diseño, ése que intenta atrapar lo bello de las palabras de Lorca, se pierden esas mismas palabras en un delirio visual en el que también se fugan la violencia, la pasión, los celos, las dudas y todo lo bello que se quiera decir.
Personalmente me quedo con la banda sonora de Shigeru Umebayashi —compositor de la música para las películas de un director cuya sombra también navega en la película, Wong Kar-Wai—, con la escena inicial —un sencillo plano cenital de la novia sobre el barro—; y con Luisa Gavesa y su inmensa mirada. La película arrasará en los Goya.
Otra crítica en Blogdecine:
- 'La novia', la grandeza de Lorca (por Lucía Ros)
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