En septiembre de 2003 se estrenaba ‘Vaya semanita’, un magnífico programa de humor que repasaba la actualidad e incluía sketches sobre todos los ámbitos de la sociedad vasca. Hoy puede parecer algo casi normal, pero en su momento jugó un papel importante en la normalización de ciertos temas, en parte por el trabajo en los guiones de Borja Cobeaga y Diego San José, quienes no tardarían en pensar en hacer una película siguiendo esa línea.
Creo que fue en 2010 cuando oí hablar por primera vez de ‘Fe de etarras’ y entonces la premisa era que un comando era elegido para presidir la comunidad de vecinos en la que estaba su piso franco. El proyecto ha evolucionado mucho desde entonces y empezaba a dar la sensación de que nunca se haría. Fue ahí donde llegó Netflix al rescate para darnos una comedia que además de poseer esa etiqueta tan voluble de ser necesaria también merece mucho la pena.
Una polémica injusta
En su momento ya surgió la polémica cuando se anunció que Netflix iba a hacer una película como ‘Fe de etarras’, pero la cosa se complicó aún más cuando lanzó un provocativo cartel que le valió una denuncia y la apertura de una investigación por parte de la Fiscalía de la Audiencia Nacional. Ya entonces me pareció ridículo porque como mucho se le podría acusar de mal gusto y siempre a partir de una interpretación interesada, pero es que una vez vista la película pierde cualquier tipo de sentido.
En ‘Fe de etarras’ seguimos a un peculiar comando formado por cuatro personas que está a la espera de recibir órdenes sobre cómo proceder, pero el tiempo pasa y nada sucede. Bueno, miento, sí que sucede y es que se está celebrando el Mundial de Sudáfrica y la selección española no deja de ir avanzando para desesperación de los etarras. Esta premisa podría haber llevado a una película de mal gusto, pero es que aquí el verdadero objetivo es reírse del absurdo del terrorismo. Eso sí, haciéndolo de una forma muy medida por lo delicado de la temática, pues habrá ciertos espectadores para los que cualquier cosa al respecto pueda ser doloroso y también hay que entenderles.
Dicho de otra forma, los conflictos de los personajes se reducen a intentar redimirse por un error del pasado, una especie de relación de pareja que ni ellos mismos saben cómo definir y a alguien que quiere dejar atrás su pasado como albañil para ser tan etarra como el que más. Eso da pie a situaciones cómicas como los exagerados prejuicios de Javier Cámara hacia todo lo que se pueda asociar a España o los delirantes intentos de Julián López por integrarse -mención especial a los motes con los que va probando suerte-.
Una comedia de situaciones y no de gags
Es cierto que no dejan de ser terroristas aunque también que su experiencia como tales no es lo que uno esperaría y es por ahí por donde la película va jugando progresivamente con sus personalidades para reírnos de las situaciones por las que han de pasar. Ahí hay espacio para muchas cosas, pero las más efectivas son las que tienen que ver con las apariciones de otros vecinos del edificio, remarcando además Cobeaga ese progresivo deterioro con la aparición de cada vez más banderas españolas para apoyar a la selección de fútbol.
No obstante, ‘Fe de etarras’ no es una película que asiente su interés sobre el gag. De hecho, los va aplazando todo lo que puede y en la mayoría de las ocasiones echa mano de ellos más como la base para la creación de una escena que por el recurso a verbalizarlo. Por ello, no estamos ante una de esas películas más o menos hilarantes -es prácticamente imposible que todos los chistes funcionen-, sino ante una lectura en clave de humor de algo que tenemos que dejar de ver con miedo.
De esta forma, el absurdo es el eje del humor, a veces subrayándolo más y otras como una mera forma de evolucionar de los personajes. Ahí los cuatro protagonistas lo hacen muy bien, pero sí que da la sensación de que Cámara está un paso por delante del resto en su forma de entender el tono que Cobeaga imprime al relato, moviéndose como pez en el agua tanto cuando la comedia es la nota reinante como cuando aparecen elementos más dramáticos con los que la película sabe lidiar con inusual soltura.
‘Fe de etarras’ merece mucho la pena
A modo de curiosidad conviene también la pena destacar la recuperación de los actores que daban vida a los protagonistas de las negociaciones por el alto el fuego de ‘Negociador’, sobre todo porque Ramón Barea se ocupa de un personaje radicalmente al que interpretó allí. Además, la mención de ‘Negociador’ viene de fábula porque ya allí se dio un gran paso en ese camino hacia la normalización de los etarras como elemento cómico, siendo justo reconocer que allí lo referente al tono global, en el que un halo de tristeza sobrevuela por el humor de forma constante, estaba ligeramente más conseguido.
Y es que también conviene ser justos y señalar que la trama de pareja hay ocasiones en las que parece que podría haber formado de otra película y solamente las menciones puntuales de elementos terroristas nos lo recuerda. Pese al buen trabajo de Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, ahí sí que eché en falta ese puntito de inspiración necesario para que su integración dentro del conjunto de la película fluyera con más naturalidad. Sí se gana el poder llegar a más público por la variedad que añade y en sí mismo no funciona nada mal, pero impide que la película termine de ser redonda dentro de sus aspiraciones principales.
En definitiva, ‘Fe de etarras’ es una muy buena película pero con la que tampoco te vas a reír infinidad de veces. Aquí el humor parte más de las situaciones que han de afrontar los personajes, permitiendo al espectador ser consciente del ridículo al que se exponen, a veces de forma evidente y otras solamente de cara a ellos mismos, y es que también nos podemos reír de los terroristas. Ya lo había demostrado ‘Four lions’ y creo que aquí se hace aún mejor que en la cinta de Chris Morris.
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