En estos tiempos oscuros dominados por ristras interminables de secuelas y franquicias explotadas hasta la extenuación por una industria cinematográfica que ha dejado de apostar con un mínimo de riesgo para jugar sobre seguro, lo único que le queda a este tipo de producciones para mantener lo más intacto posible su atractivo es ceñirse lo máximo posible a ese refrán que insta a “renovarse o morir”.
Esto ha sido especialmente visible en la evolución de la saga iniciada por ‘A todo gas’ en el año 2001. A lo largo de las últimas dos décadas, la especie de remake apócrifo de ‘Le llaman Bodhi’ original ha terminado derivando en una suerte de exploit de ‘Misión: Imposible’ que encontró su punto de inflexión en la quinta entrega; entrando en una dinámica en la que la lógica y las leyes de la física quedaron relegadas a un segundo —o tercer, si me apuran— plano en pos del espectáculo más descerebrado y refrescante.
Después de ceder temporalmente su asiento a James Wan y F. Gary Gray, Justin Lin ha vuelto a coger el volante de la odisea de Dominic Toretto y compañía en una ‘Fast & Furious 9’ que, aunque pueda parecer imposible, ha logrado ir un paso más allá en lo que respecta a niveles de absurdo, exceso, y melodrama digno de telenovela venezolana. Pero lo más sorprendente de todo es que, una vez más, este cóctel imposible de acción a las cuatro ruedas funciona a las mil maravillas como un blockbuster modélico que disfrutar dejando hasta el último gramo de materia gris a las puertas del cine.
Rápidos, furiosos y deliciosamente descerebrados
Después de arrastrar una cámara acorazada anclada a dos coches por medio Río de Janeiro, de detener tanques desbocados en medio de una autopista, de volar entre rascacielos a bordo de un superdeportivo y de sobrevivir al ataque de un submarino nuclear en un páramo helado, era complicado albergar esperanzas de que una nueva ‘Fast & Furious’ pudiese elevar aún más el listón de salvajadas; pero si algo nos ha enseñado la franquicia es a esperar lo inesperado.
Llegados a este punto, lo que menos podíamos pedirle a ‘Fast & Furious 9’ era partir de una premisa sensata, bien fundamentada y con los pies en la tierra; y hay que reconocer que, en este aspecto, no ha defraudado en absoluto. Siguiendo la estela de su predecesora directa, ‘F9’ se construye sobre un nuevo disparate cibercriminal rebosante de dispositivos apocalípticos, hackers implacables y organizaciones secretas a las que sólo pueden plantar cara nuestros pilotos callejeros favoritos reconvertidos en superespías.
Frente a este sindiós argumental, que podría antojarse repetitivo después de la notable ‘The Fate of the Furious’, el largometraje apuesta por redirigir parcialmente su mirada al pasado; explorando el trasfondo de la familia Toretto a través de una serie de flashbacks —rodados en 35mm para gozo y disfrute de mis retinas— que funcionan a las mil maravillas y que aportan algo más de densidad al universo de la saga y al peso específico de la temática familiar que la define.
Pero, siendo completamente honestos, aquí no hemos venido esperando una clase magistral sobre dramaturgia, sino a gozar de un entretenimiento estival con un sentido del ridículo inversamente proporcional a sus índices de cachondeo y destrucción. Por supuesto, estos deseos se satisfacen plenamente mediante unas setpieces que, con permiso del grupo protagonista, son la verdadera alma de una fiesta que queda un pequeño peldaño por debajo de ‘Fast & Furious 8’ en términos de ritmo y adrenalina; teniendo la mayor parte de culpa de ello los mencionados flashbacks y las necesarias escenas de exposición.
Era muy, pero que muy complicado superar piezas como la lluvia de coches de Manhattan o el clímax en Rusia, pero ‘F9’ se las apaña para brindar un buen puñado de momentos realmente alucinantes —o alucinados, no lo tengo demasiado claro— integrados en unas secuencias de ación enriquecidas por cuatro elementos clave: una planificación y montaje precisos y efectivos, una acertada combinación entre efectos prácticos y visuales, un uso ejemplar de la causalidad y la escalada de obstáculos en la narrativa, y una dinámica de personajes para enmarcar.
Con nueve películas a sus espaldas, es normal que Vin Diesel y el resto del equipo tengan sus roles totalmente interiorizados, pero esto no hace menos digna de elogio la química que derrocha un elenco que encuentra en Nathalie Emmanuel su verdadera MVP. Y es que, a pesar de echar en falta a los Hobbs y Shaw de Dwayne Johnson y Jason Statham; Ludacris, Michelle Rodriguez, Tyrese Gibson y demás miembros de la familia han alcanzado unos niveles de complicidad que brillan, sobre todo, en unas setpieces corales que poco tienen que envidiar a estas alturas a las de los Vengadores de Joss Whedon en su gestión del humor y la colaboración entre héroes.
Decía Kirk Lazarus, el personaje de Robert Downey Jr. en ‘Tropic Thunder’ aquello de “Never go full retard”. Pues bien, con ‘Fast & Furious 9’ se ha superado ampliamente la línea de la idiotez plena para, después de una pirueta imposible, terminar aterrizando de pie tras equilibrarse con autoconsciencia y jugueteos meta que ponen en duda la propia naturaleza de la franquicia. Porque esto hace mucho que dejó de ser cine de acción al uso para entrar de lleno en el terreno de los superhéroes sin capas, antifaces, ni superpoderes; y eso es la bomba.
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