Quiero a mi primogénito como si fuera un ser humano
‘Un marido en apuros’ (‘Rally, ‘Round the Flag, Boys!’, Leo McCarey, 1958) es una película que une a dos artistas tan radicalmente distintos como Paul Newman y Leo McCarey, el primero en los inicios de su inolvidable carrera, y el segundo en su penúltima película. Un actor de método a las órdenes de uno de los directores de la vieja escuela de Hollywoood en una película que no se encuentra entre las más famosas de ambos pero que supone una mezcla de estilos de lo más curiosa.
McCarey no tenía que demostrar ya nada a esas alturas de su vida. Su trayectoria habla por sí sola; autor de films tan importantes como ‘Sopa de ganso’ (‘Duck Soup’, 1933) —mi favorita de los hermanos Marx—, ‘Dejad paso al mañana’ (‘Take Way For Tomorrow’, 1937) —con el final más desolador de toda la historia—, ‘Siguiendo mi camino’ (‘Going My Way’, 1944) —con Barry Fitzgerald nominado al Oscar al mejor actor principal y secundario por el mismo papel—, o ‘Tú y yo’ (‘An Affair to Remenber’, 1957) —una de las cumbres del drama romántico—.
‘Un marido en apuros’ —espantoso título que nada tiene que ver con el original— es ante todo una comedia, casi podría decirse que una parodia en toda regla que pone asuntos serios sobre la mesa, tratados con una desvergüenza y un punto de locura geniales que salvan a ratos la papeleta de típica comedia de enredo. Choca ver a un actor como Newman a las órdenes de alguien como McCarey, quien también es co-autor del guión y productor de la película.
La comedia alocada
La historia está centrada en un pequeño pueblo en el que no sucede nada interesante desde su fundación. Allí el matrimonio formado por Harr y Grace Bannerman —Paul Newman y Joanne Woodard, pareja desde hacía poco, y demostrando con un perfecto feeling lo bien que se llevaban— sumidos en un vida demasiado ajetreada por culpa de los compromisos sociales, hasta que el fantasma de la infidelidad, acompañado de una inesperada visita del ejército con un secreto militar altera la tranquilidad del lugar y sus habitantes.
Lo mejor de ‘Un marido en apuros’ es la total desvergüenza y locura con la que McCarey trata temas como la pasión amorosa y la fidelidad a la pareja, planteando situaciones cómicas que son resueltas con un sentido de la parodia que describe a McCarey como el sensible y divertido realizador que fue. Estira los gags hasta extremos impensables y cuando uno ya cree que ha terminado lo culmina con un último y antológico chiste.
Basten dos secuencias para confirmarlo. Por un lado la reunión del matrimonio con la comunidad del pueblo y en la que la intervención de uno de los ciudadanos a cerca de la proximidad de militares en el lugar es desarrollada a través de un monólogo, que semeja ser un diálogo, absolutamente hilarante en forma y fondo; y por otro la “pillada” de Grace a su marido, que en realidad no es tal, y tras un largo diálogo entre ambos más entrada de Joan Collins, se culmina con los dos camareros entrando con el champán que Harry había pedido pensando que iba a estar con su esposa.
‘Un marido en apuros’ avanza a base de sets, algunas más inspiradas que otras y en las que la locura siempre hace acto de presencia, quizá como el elemento más humano de todos cuando las cosas se les escapan de las manos a los personajes. En ese aspecto es muy curioso ver a Paul Newman utilizando todo el arsenal del Actor’s Studio para en varias secuencias no tener sentido del ridículo bailando exageradamente —Newman podría haber sido un cómico físico muy bueno— o literalmente colgado de una lámpara, secuencia que además muestra a un McCarey que sabía cómo utilizar la cámara para introducir un gag.
El ejército, el mal de todas las cosas
Si bien las relaciones humanas quedan más o menos entredicho gracias a ese humor sin límite con las que son tratadas —y con ello funciona a la perfección la descripción/crítica de las relaciones de pareja—, cuando el film termina por versar sobre el conflicto militar en el pueblo, la comedia alcanza algunos límites un tanto grotescos, por no hablar del enorme bajón de ritmo que el film sufre cuando deja a sus personajes centrales un poco de lado.
El alto secreto del ejército, que tiene que prestarse a una representación teatral sobre el descubrimiento del lugar, para limar asperezas con los habitantes del pueblo, no es otra cosa que el envío de un mono al espacio, situación con la que culminará toda la acción de la película. Jack Carson, que había protagonizado al lado de Newman ‘La gata sobre el tejado de zinc’ (‘Cat on a Hot Tin Roof’, Richard Brooks, 1958), vuelve a estar enfrentado al actor, esta vez con un patético capitán de mal humor que da mala publicidad al ejército.
Ese tramo final es sin duda lo peor de una película cuya primera hora es hilarante y desternillante, marcando el tempo de los gags como sólo McCarey sabía hacerlo, aunque más tarde se le va la mano sin ser capaz de encontrar el tono justo. Con todo es una película bastante simpática —y que en cierto modo supone un precedente, en algunas de sus situaciones, de las comedias de Blake Edwards— y en la que su mayor fuerza reside en algunos brillantes diálogos. Basta el epílogo para comprobarlo, la verdad se convierte en broma, y ésta en mentira asimilada.
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