Tras la espléndida 'Marcado por el odio' ('Somebody Up There Likes Me', Robert Wise, 1955) Paul Newman se embarcó en un proyecto de carácter alimenticio que poco aportaría a una filmografía que con el tiempo se llenaría de películas imprescindibles algunas de ellas y otras que sin llegar a ello son bastante mejores que la que hoy nos ocupa. 'Traidor a su patria' ('The Rack', Arnold Laven, 1956) es un film que versa sobre un ex-combatiente en la Guerra de Corea que es sometido a un juicio por traición, una historia que trata muy por encima el horrible hecho de ser sometido a tortura psicológica por el enemigo hasta que la voluntad queda doblegada y aquél consigue lo que quiera. Puede entreverse, por la época, cierta crítica a la famosa caza de brujas de Hollywood llevada a cabo por el senador McCarthy.
Tras las cámaras uno de los realizadores más limitados para los que ha trabajado el actor, Arnold Laven. Su currículo está lleno de series de televisión, en las que se debatía entre algunas excelentes y otras no tanto, por decirlo suavemente. En los últimos años de su carrera —Laven se retiró en los años 80 pero vivió hasta el 2009— podemos encontrar episodios dirigidos por él para series tan variopintas como 'Canción triste de Hill Street' ('Hill Street Blues', 1981-1987) o 'El gran héroe americano' ('The Gratest American Hero', 1981-1983). Entre sus películas más reconocidas, entre comillas evidentemente, encontramos 'Gerónimo' ('Geronimo', 1962), un muy olvidable film al servicio de Chuck Connors. 'Traidor a su patria', con quizá más ambiciones, no es muy diferente en resultados.
(From here to the end, Spoilers) Walter Pigdeon y Anne Francis interpretan a suegro y nuera —el mismo año dieron vida a padre e hija en uno de los clásicos de ciencia-ficción de próximo análisis en el ciclo que tenemos en Blogdecine dedicado a dicho género, 'Planeta prohibido' ('Forbidden Planet', Fred M. Wilcox)— esperan en el aeropuerto al capitán Edward Hall (Newman), hijo y cuñado respectivamente. Este sale del avión en camilla directo a una ambulancia que se lo lleva rumbo al hospital para su evaluación física y psicológica. En dicho tramo, que dura apenas unos minutos, vemos a un Paul Newman con actitud atormentada mostrando lo que será su interpretación durante el resto de la función. Un actor recién salido del temible Actor's Studio y que aún controlando muy bien sus tics no realiza una de sus mejores interpretaciones, quizá por lo limitado de una propuesta que hubiera quedado muy bien en un telefilm.
El problema de 'Traidor a su patria' —toma título impactante en castellano, como dando más importancia de la que tiene— es su simpleza en muchos de sus tramos. La premisa sobre la que gira la película no es ya si el personaje central ha sido un traidor o no, sino las motivaciones del mismo al hacerlo, lo cual podría haber dado lugar a interesantes reflexiones al respecto. En cambio tenemos una relación padre/hijo algo típica, sin aristas ni profundidad que encuentra su razón de ser en las interpretaciones de los actores, cumpliendo sin más que ya es bastante en una película así. Lo mismo podemos decir de la historia de amor contenido entre Newman y Francis, viuda del hermano de aquél, que parece sólo existiera para dar ánimos al sufrido protagonista y por aquello de contentar al público femenino.
La parte del juicio es probablemente la más entretenida. En ella destaca la intervención, bastante importante, de un joven Lee Marvin luciendo ya sus aptitudes para personajes malvados. Un muy correcto Edmond O'Brien da vida al abogado defensor del protagonista y que pone todo su empeño en evitarle una dura condena, la cual nunca llegaremos a conocer ya que la película concluye en el que es su mejor momento, aquel en el que tras una declaración del personaje central sobre la dicha o desgracia de hacer o no lo correcto en un momento crítico, queda en manos del espectador el juzgar los actos del acusado.
'Traidor a su patria' no tuvo demasiada repercusión, en nuestro país no es demasiado conocida aunque ha sido emitida por televisión alguna que otra vez —recuerdo que la emitieron en un ciclo dedicado a Paul Newman a finales de los ochenta, cuando las televisiones tenían respeto por el cine—, y a día de hoy revisada hay que reconocer que la misma no pasa de mero entretenimiento de formato casi televisivo, y cuya hondura moral no trasciende la pantalla. Menos mal que Paul Newman empezaría a elegir mejor sus proyectos.
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