¿Qué se puede añadir a estas alturas a lo que se ha dicho hasta la extenuación sobre una película que, estrenada casi un año de manera triunfal, es ya una leyenda del cine, tanto por razones cinematográficas como extra-cinemátográficas, y que a pesar de tener una legión de fans, también tiene a un núcleo de detractores bien aguerrido y con las ideas bien claras? Yo creo que algo se puede añadir siempre, y como la tengo en DVD desde hace un tiempo y de vez en cuando pongo alguna secuencia suya (todas ellas con el Joker presente, dicho sea de paso), creo que debo sentarme y escribir lo que pienso. No teman, no es una crítica más. Se trata, más bien, de una pataleta.
Desde luego, no hay duda de que fue una buena película, y creo que va a envejecer realmente bien. Y ello no sólo por un par de motivos superficiales, sino por más de uno importante. Pocas veces una película de gran presupuesto y de gran calado entre el público masivo ha demostrado tanta solidez, tanta elegancia y tanto ingenio. Sin embargo, y a pesar de que me cuesta mucho decirlo, resulta bastante frustrante enfrentarse a un final que destruye en parte las expectativas creadas, sin llegar a empañar los grandes logros de la película.
Antes de entrar en materia (no hay que vender el pescado tan pronto) podríamos detenernos en algunos aspectos que no han sido comentados por casi nadie, o nadie, al menos que yo haya leído. Me llama la atención la extrema elegancia de Nolan a la hora de tratar la muerte violenta de las múltiples personas que pierden la vida en esta película (merecería la pena ponerse a contar cuántas, serían bastantes). Para entendernos, nunca, en ningún momento, se ve cómo la persona es mutilada, o disparada, o volada en pedazos. Recordemos de qué forma, cuando el Joker le corta la boca a Gambol, el plano corta al plano del testigo de ese acto.
O cómo, cuando el Joker dispara a un policía desde el camión, el plano corta a la siguiente secuencia. También cuando Dos Caras dispara al chófer de Maroni, o cuando el propio Lau está a punto de morir calcinado. Nunca, pero nunca, vemos a una persona, sin cortes, pasar de la vida a la muerte de forma gráfica. Esto, teniendo en cuenta que se trata de un thriller, es notable e interesantísimo. Y no por ello hay menos violencia, además. Pero hay otros aspectos igualmente interesantes que en una crítica ordinaria en el momento del estreno, se pasan por alto o simplemente se ignoran.
Como por ejemplo la identificación del Joker con los perros, y con algunos otros elementos visuales infernales. Me llama poderosamente la atención la primera secuencia en la que vemos a Batman, esa que también tiene al Espantapájaros de protagonista. El gangster Chechen (Ritchie Coster) intenta intimidarle, sintiéndose timado: “¡Mis perros tienen hambre”!, le espeta. Muchas escenas más tarde, justo cuando el Joker le prende fuego a cientos de millones de dólares y a Lau, y decide asesinar también a Chechen, decepcionado porque sólo se preocupa por el dinero y él tiene más categoría, entrega a Chechen a sus propios perros, y le dice: “ya veremos cuánta hambre tienen de verdad”.
Esto da que pensar. A fin de cuentas, en aquella escena con el espantapájaros, a Batman un perro le da estopa a base de bien. Precisamente la misma raza de perros con los que el Joker le espera en su enfrentamiento final. Sin duda el salvaje villano (memorable la creación de Ledger) fue testigo de aquel acontecimiento. En caso contrario, ¿cómo iba a saber que el superhéroe tiene dificultades con los canes? Pero hay más. Pues los perros negros son una de las representaciones del demonio, desde la antigüedad. Y el propio Joker parece un perro. ¿Acaso no olisquea a Rachel para intimidarla, como hacen los mastines? ¿Acaso no se define a sí mismo como un perro que persigue coches?
Pero hay más detalles…infernales, por llamarlos de alguna manera. En una película con una fotografía tan azul (que inventó Cameron hace muchos años, y que perfeccionó con la insuperable ‘Terminator 2’), es significativo observar de qué modo el color vira a un naranja o a un rojo infernal en los momentos en que debe hacerlo. Por ejemplo en la soberbia escena de acción en la que el Joker intenta dar caza a Harvey Dent. De qué modo destaca, con fuerza indescriptible, el rojo de las llamas del camión de bomberos, y el rojo de las luces del túnel, sobre el entorno azulado. Y, para más inri, la comitiva se desvía hacia el subsuelo. Es decir, hacia abajo, hacia las profundidades, donde se desatará el caos.
Pero además, el relato funciona a niveles bastante abstractos, como el hecho de que el propio Joker (el único personaje que me interesa de toda la película, y con el que me siento teremendamente identificado, como posiblemente les suceda a muchos, mal que les pese, que me estén leyendo en estos momentos) se alimenta de manera invisible de la mezquindad y los bajos instintos de las personas que les rodean, teniendo como ejemplo máximo a Dos Caras. Por eso tiene sentido que cuando los ocupantes de los dos ferrys condenados a muerte finalmente deciden no accionar la bomba, el Joker pierda su aparentemente superioridad frente a Batman y no tarde ni un segundo en resultar derrotado.
Ahora bien, y ya vamos a vender todo el pescado, precisamente hablábamos de los dos ferrys, y tengo que decir que es una verdadera lástima que los ocupantes de cualquiera de los dos no apretara el botón y mandara a los otros al cuerno. Es más, tal como me sugería una amiga, el giro genial habría resultado que los ocupantes de cualquier barco que accionara la bomba murieran engañados, volando en pedazos por el hecho de apretar el botón. A fin de cuentas, el Joker se había encargado durante dos horas de darle la vuelta a todas las hipocresías y etiquetas sociales. Aquél hubiera sido su clímax. Pero supongo que era ir demasiado lejos. Y es una lástima.
Es decir, ya nos había convencido, más que de sobra, nuestro villano favorito, de que el hombre es un lobo para el hombre, de que somos tan buenos como nos permiten ser, y de que cuando las cosas van mal abandonamos nuestras falsas reglas para salvar el culo. Entonces, ¿cómo intentan colarnos a ese fornido preso tirando por la ventana el aparato que haría accionar la bomba que les salvará a ellos la vida? Cuando Batman le responde al Joker que los ciudadanos de Gotham le acaban de demostrar su capacidad para el bien, lo siento, pero me dan ganas de vomitar. La peña, la gente, la people, no está preparada para el bien, ni ahora, ni nunca. Está preparada para sobrevivir sea cual sea el coste. Los santos sólo existen por fanatismo.
Al menos Nolan tiene el talento suficiente como para regalarnos ese precioso final con Dos Caras y el discurso final, emocionante y exacto, del comisionado Gordon. Que les den por saco a sus defectos. Qué gran película, redios…
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