Se habla mucho estos meses de reciclados, homenajes y revisitaciones de formas y estilos de tiempos pasados. Tal y como apuntaba en mi texto sobre la infame ‘Perros de paja’ (‘Straw Dogs’, Rod Lurie, 2011), los remakes llevan haciéndose desde que el cine es cine. Lo mismo ocurre con esas películas que parecen tomar prestado de otras, puesto que el séptimo arte, como todas las demás artes, se retroalimenta para dar paso a nuevas formas de narrar historias. Nicolas Winding Refn lo ha entendido muy bien, y con ‘Drive’ (id, 2010) —recientemente ninguneada en las nominaciones a los Oscars, optando sólo al montaje de sonido— nos ha regalado un thriller, cuyas fuentes de inspiración son de lo más variopintas, no quedándose únicamente en eso. ‘Drive’ es un claro ejemplo de influencia bien asimilada y respira con vida propia en cada uno de sus intensos fotogramas.
La historia es sencilla, que no simple, y el provecho que se saca de ella es máximo. Ryan Gosling, también ninguneado en las nominaciones y ya no sólo por este film, da vida a un conductor de coches que trabaja en un taller y de especialista de cine, pero también tiene otro curioso trabajo: es chófer en atracos. Su vida se complica cuando conoce a una chica y su hijo pequeño. El marido de ésta acaba de salir de la cárcel y debe dinero por protección. Nuestro héroe, por amor, decidirá ayudarle y como consecuencia una serie de hechos fatídicos tendrá lugar. En la mejor tradición del Film Noir, la fatalidad y el destino por el que están marcados los personajes, serán los principales elementos de una historia que esconde más de lo que parece a simple vista. Pero si se mira con atención, ‘Drive’ se descubre ante nuestros ojos como algo más que un simple thriller.
En el excelente inicio Refn parece entender a la perfección una de las máximas de Cecil B. DeMille, dándole la vuelta hasta límites insospechados obteniendo así resultados mayores. Si DeMille decía que una película debía empezar con una explosión y de ahí para arriba, para obtener la atención del espectador, ‘Drive’ consigue lo mismo pero de forma inversa. En estos tiempos de efectos digitales por doquier, donde parece importar más la parafernalia visual, Refn apuesta por una escena que deja atado a la butaca con muy pocos elementos. Una persecución de lo más original, y en la que el fuera de campo posee un significado vital. Dicha escena no sólo es un ejemplo perfecto de palnificación, montaje y sobre todo sonido; también sirve para definir, casi sin palabras, al personaje central. Un personaje del que nunca sabremos su nombre y que toda su vida ha permanecido oculto o pasando inadvertido, exactamente igual que en dicha persecución. Pero ese dibujo del personaje, que tan bien perfila Refn con su cámara, se extiende a los demás personajes.
Y es que ‘Drive’ es una historia sobre la soledad, la de personajes perdidos en la inmensidad de una ciudad, y abocados al peor de los destinos. La misma soledad que hereda de sus referentes más directos, aquellos que van desde el Melville más reconocido de ‘El silencio de un hombre’ (‘Le samouraï’, 1967), cualquier cinta de Robert Bresson, con el existencialismo incluido, o la de ‘Driver’ (‘The Driver’, Walter Hill, 1978), esa maravilla en la que el personaje de Ryan O´Neal se mostraba tan hierático y frío como aquí el de Ryan Gosling, cuya composición, que bordea la parodia, parece una mezcla del mencionado y Steve McQueen. Podemos ir más hacia atrás y comprobar como Refn alude sin prejuicios a la romántica soledad del héroe del western. ‘Raíces profundas’ (‘Shane’, George Stevens, 1953) sería el ejemplo adecuado, y la historia es prácticamente la misma. El eterno pistolero cambia el caballo por un coche, la mujer casada por una joven que ha sido madre demasiado pronto, y las praderas por una ciudad, que se torna tan salvaje y peligrosa que parece engullirlos a todos.
Refn sabe perfectamente que todas las historias han sido contadas. El milagro está en la forma, y lejos de querer contentar al espectador actual le invita a la reflexión con un tratamiento en la imagen realmente exquisito. Todo está ahí. Todo. El conductor sin nombre parece no tener pasado y tampoco futuro. La dilatación del tiempo haría las delicias del mismísimo Sergio Leone, al igual que los largos silencios en los que una mirada dice más que muchas palabras, y en los que la historia de amor nace a raíz del afecto más que del deseo sexual. Éste aparece únicamente en la antológica secuencia del ascensor, donde Refn detiene literalmente el tiempo para un beso ansiado, quizá anhelado, como metáfora del deseo de otra vida mejor; y si aceptamos el sexo como un acto violento por naturaleza, la explosión de violencia posterior es de lo más lógica y coherente. Pocas escenas en el cine actual han dicho tanto como esa, mezclando sabiamente elementos de lo más reconocido.
La violencia en ‘Drive’ es prácticamente necesaria. Su contundencia recuerda a Peckinpah —tal vez sin su sentido de la coreografía—, aunque el realizador declara haberse inspirado en Gaspar Noé, pero la finalidad es otra. Aunque al igual que en las mejores cintas del maestro, los personajes no pueden escapar de su destino, Refn la utiliza para asestarnos duros golpes de realidad. Y la operación resulta de lo más curiosa y satisfactoria, pues siempre navega alrededor de la fábula, cual buen cineasta que demuestra ser. Si durante toda la historia, donde la acción física no tiene lugar, cierta irrealidad parece llenar todo el relato, la cual es interrumpida por brotes bestiales de violencia en los que incluso hace acto de presencia el gore. La exageración bien entendida como herramineta de narración, recibiendo el espectador puñetazos que más allá de desagradarnos sacude nuestras mentes.
Ryan Gosling, haciendo la interpretación de su vida, Carey Mulligan, Bryan Cranston, Albert Brooks y Ron Perlman están simplemente perfectos. El duro solitario, la fragilidad, el perdedor, y la maldad, todos marcados por un destino común: la soledad, la irremediable y real soledad que va en consonancia con la eterna noche de una ciudad que enamoraría a Michael Mann. Kavinsky y College, entre otros, como trasunto de Morricone marcando el carácter de los personajes. Y como decía Billy Wilder, cuando una película termina otra historia comienza. Podemos imaginar así a un conductor sin nombre, de misterioso pasado llegando a otra ciudad, tal y como haría Shane, y conociendo a otra mujer, agarrándose a lo poco bueno de la vida, llena de dolor y muerte. Así es ‘Drive’.
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