En lo referente a su pasado más reciente, ese que en la década anterior había colocado a los estudios en una posición de hegemonía absoluta en el mundo de la animación, los nombres de Ron Clements y John Musker eran, sin lugar a dudas, los dos con los que la Disney había adquirido una mayor deuda de gratitud por ser los responsables de poner en pie la muy exitosa terna compuesta por 'La sirenita' ('The Little Mermaid', 1989), 'Aladdín' ('Aladdin', 1991) y 'Hércules' ('Hercules', 1997), tres filmes que abarcan mucho de lo mejor que la compañía estrenó durante los noventa.
A ojos de los que siempre hemos seguido con interés los "ires y venires" de los estudios, nos resultaba curioso que, con tanta experimentación como se estaba llevando a cabo durante el primer tramo de este s.XXI, la compañía no hubiera tirado del valor más que asegurado que eran los cineastas a la hora de dar en el clavo con lo que el público exigía. Un sentimiento éste, el de la curiosidad, que quedó aparcado cuando se anunció que uno de los dos proyectos animados a estrenar durante 2002 iba a ser una nueva adaptación de 'La isla del tesoro' de Stevenson llevada a un terreno completamente fantástico de mano de los señores Clements y Musker.
¿Otro plagio?
Libro adaptado al cine y la televisión en más de cincuenta ocasiones diferentes —ahí es nada—, la idea de llevar al espacio exterior las famosas aventuras de Jim Hawkins y Long John Silver no era un alarde de originalidad por parte de la Disney: ahí estaban ya los 500 minutos que ocupaban los cinco episodios de la miniserie estrenada en 1987 y co-producida entre Italia, Alemania —del Oeste, claro está— y Francia que, contando con Anthony Quinn como el que quizás sea el más famoso pirata literario jamás imaginado, partía de la misma premisa, convirtiendo los barcos en naves y la isla en un planeta.
Pero claro, con incluso más intensidad de lo que ya había ocurrido con 'Atlantis: El imperio perdido' ('Atlantis: The Lost Empire', Gary Trousdale y Kirk Wise, 2001) y antes con 'El rey león' ('The Lion King', Roger Allers y Rob Minkoff, 1994), ¿quién iba a acordarse de una oscura producción de casi veinte años de antigüedad emitida al otro lado del océano? Es más, ¿importaría mucho de cara a la explotación comercial del filme que alguien lo hiciera —acordarse, quiero decir—? La respuesta es muy obvia, NO.
De todas formas, y rompiendo una obligada lanza en favor de la Disney, se supone que la idea de llevar a un entorno de ciencia-ficción las aventuras imaginadas por Robert Louis Stevenson a finales del s.XIX fue puesta por primera vez sobre la mesa por parte de Clements y Musker el mismo año de 1985 que se decidió que ambos se encargarían de trasladar a la gran pantalla el cuento de Hans Christian Andersen. Pero el poco interés de Jeffrey Katzenberg acerca del tratamiento que ambos pretendían dar al relato de aventuras piratas dio momentáneamente al traste con las esperanzas de los cineastas de rodar "una película con movimientos de cámara a lo Spielberg o Cameron".
'El planeta del tesoro', a mejor con los años
Debo admitir que con las muchas expectativas que levantó en servidor el que 'El planeta del tesoro' ('Treasure Planet', Ron Clements y John Musker, 2002) fuera a venir dirigida por el tándem que había puesto en pie una de mis películas favoritas de toda la historia de la Disney no encontraron directa respuesta cuando en diciembre de 2002 acudí al cine a pretender disfrutar como un enano con lo que se antojaba una cinta de aventuras de esas que le quitan a uno años de encima.
En su lugar, el poso que dejó un filme que no había vuelto a revisar desde entonces, quedo limitado a cuatro hechos algo dispersos que hablaban tanto de lo mejor como de lo peor que ofrecían los 95 minutos de metraje. De una parte, la "buena", una animación espectacular en la que ya se intuía una mejor fusión entre los métodos tradicionales y aquello generado por ordenador y la espléndida partitura de un James Newton Howard que finalizaría aquí su incursión en el mundillo de los dibujos animados tras sus trabajos en 'Dinosaurio' ('Dinosaur', Eric Leighton, Ralph Zondag, 2000) y la citada 'Atlantis'.
De la otra, la "peor" —y de antemano os aviso que son dos detalles de esos que os van a hacer preguntaros ¿y por ésto no te convenció la cinta?— una insoportable canción intermedia que acompaña a la escena en la que Silver se hace con la confianza de Jim y, por supuesto, la muy irritante presencia de uno de los dos alivios cómicos del metraje, ese robot histriónico llamado B.E.N al que ponía voz un Martin Short que parecía haberse comido a Robin Williams dejándose por el camino, eso sí, todo el carisma que la voz del desaparecido actor había aportado en su momento al Genio.
Inclinado el equilibrio hacia la parte negativa, la sorpresa ha sido mayúscula al (re)encontrarme con un filme de aventuras espléndido que no maltrata a sus personajes bajo el peso de los más que manidos arquetipos de la compañía —que están, cuidado, pero son matizados lo suficiente como para no molestar— y que avanza a toda vela a través de un guión cosido con singular fluidez en el que destacan tanto los diálogos, sobre todo los que tienen lugar entre los dos protagonistas principales y aquellos que se asignan a la capitana doblada por Emma Thompson, como un buen puñado de secuencias de acción resueltas con maestría.
Sin dejar de acogerse a una de esas moralejas que tanto han gustado siempre a las producciones de la casa de Mickey Mouse, hasta este punto es destacable por cuanto, al tener como centro un adolescente algo rebelde en lugar de la típica princesa, la cinta pretende aludir y alude a ese sesgo de espectadores hacia el que se intentaba redireccionar el rumbo de las producciones de los estudios a comienzos de la pasada década. Y a fe mía que lo consigue.
Desafortunadamente, no fui el único que no supo ver a su debido tiempo los aciertos de esta aventura plagada de buenos momentos y espléndidos personajes —me atrevería a decir incluso que, después de la revisión, los dos alivios cómicos del filme son poco molestos y, al menos, tienen cierta relevancia en la trama—, y el no llegar a recaudar lo invertido en su paso por taquilla fue quizás la primera piedra en el breve camino que llevaría a Disney a plantearse esa radical decisión con la que nos sorprendería a todos pocos años después.
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