A Netflix se le apareció la virgen con el éxito de 'La casa de papel', una serie cuya popularidad no había dejado de ir a menos durante su emisión en Antena 3 hasta acabar despidiéndose por la puerta de atrás. Luego se convirtió en un fenómeno mundial, resucitó contra pronóstico y aún hoy es una de las series más vistas de toda la historia de Netflix.
Sin embargo, la andadura de 'La casa de papel' llegó a su final en diciembre de 2021, pero eso no supuso que Netflix abandonase este universo. Era demasiado tentador seguir con él de alguna forma y la apuesta fue 'Berlín', una precuela que dejaba clara la enorme popularidad del personaje interpretado por Pedro Alonso. Obviamente, la serie no es la misma aunque juegue con mismos elementos y tengo tan claro que es disfrutable para los fans de 'La casa de papel' como que tiene bastante margen de mejora en caso de que la plataforma decida renovarla.
De más a menos
Nos contaban sus creadores en la entrevista que les hice que con 'Berlín' buscaban hacer una serie más lúdica que 'La casa de papel', un poco a modo de reacción del toque más escabroso que tenía 'Sky Rojo', y lo cierto es que lo consiguen. Esta precuela es mucho más vitalista y luminosa, incluso en aquellos pocos momentos en los que la oscuridad -prácticamente todos ellos nos sirven para recordar lo retorcido que puede ser el personaje de Alonso- hace acto de escena. Eso juega tanto a favor como en contra de la serie.
Por un lado, 'Berlín' es un pasatiempo estiloso bastante efectivo durante sus primeros episodios, que es cuando tienen que mostrar su mejor cara para plantear el robo que van a cometer y llevarlo a cabo. No es nada revolucionario o novedoso, pero la serie funciona gracias a su mezcla de dinamismo, encanto y sentido de la diversión.
También es entonces cuando nos queda claro que la fórmula de 'La casa de papel' va a romperse en lo referente a las consecuencias del golpe, pues aquí no se echa mano del recurso de quedarse encerrados y ver todos los pasos que llevan a cabo para conseguir lo que a todas luces parece una fuga imposible. Lo curioso es que ese factor diferencial acaba sabiendo a recurso visto en infinidad de ocasiones, pues son muchas las películas y series que nos han mostrado esa carrera contrarreloj en la que se convierte intentar escapar de la justicia.
Es ahí donde 'Berlín' está menos acertada, pues es cierto que abre varios frentes para intentar encontrar la mayor variedad posible en esa huida constante en la que se convierte la segunda mitad de temporada. Y es que entonces la serie se siente más mundana, porque parece que lo estén extendiendo todo más sin que exista una necesidad real. De hecho, llega a dar la sensación de que la trama emocional del protagonista llega a ser más relevante cuando en ningún caso debería haber pasado de la condición de complemento.
Y es que seguro que no soy el único que recuerda que Berlín se ganó al público siendo un cabrón despreciable, por lo que la idea de que se potencie esa condición de dundee en las que ya se incidía en las temporadas de 'La casa de papel' exclusivas de Netflix no es algo que me emocione especialmente. Es cierto que Alonso cumple bien mostrando esa faceta más juguetona, pero eso para mí se convierte en una limitación estructural, ya que en todo momento estoy deseando ver esa faceta más oscura que aparece únicamente a cuentagotas.
A cambio, el equipo con el que colabora sí convence y deja con ganas de ver cómo puede crecer en posibles nuevas temporadas, ya que aquí no ha habido espacio suficiente para desarrollar todas sus posibilidades. De nuevo, lo emocional ha acabado imperando sobre lo profesional, algo que nos da algunos buenos momentos -todo lo referente a la trama de Tristán Ulloa y la mujer que conoce en un camping-, pero no es lo habitual e incluso puede llevar a secuencias cuestionables -ese momento en el que 'Berlín' parece convertirse durante unos minutos en la saga 'Fast & Furious'-.
Todo eso acaba siendo consecuencia de que el amor tiene una presencia capital en la serie. No hay ni uno solo de los personajes protagonistas que no participe de forma más o menos activa en una trama que lleve a que su forma de proceder se vea influenciado por ello en mayor o menor medida. Ahí el problema no es tanto que haya alguna que pinche especialmente como la sensación de que se está forzando un poco más de la cuenta para no dejar a nadie atrás.
Además, eso funciona mejor cuando 'Berlín' tiene un enfoque más relajado que cuando hay mucho en juego, lo cual lleva a que ese aumento descarado de la intensidad nunca resulte tan vibrante como podía llegar a serlo en 'La casa de papel'. Claro que no quería una mera copia, pero sí que el cóctel que proponen Álex Pina y Esther Martínez Lobato fuese más allá de ser un entretenimiento a medio gas.
Pese a que vaya de más a menos me lo he pasado bien viendo estos 8 episodios que dan forma a la temporada 1 de 'Berlín' y no tendría ningún problema en verme una segunda entrega. Eso sí, que hagan algunos ajustes, no necesariamente para acercarla más a 'La casa de papel -por ejemplo, las apariciones de Itziar Ituño y Najwa Nimri son una concesión clara en esa dirección, ya que por sí mismas no aportan gran cosa más allá de la curiosidad de verlas juntas-, pero sí para que la emoción del robo y la fuga no necesite de tanto asidero emocional. Que ver a Pedro Alonso con un ligue diferente cada nueva temporada sí es una idea que me da algo de pereza.
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