'Cónclave', una fumata blanca para anunciar que el gran cine sigue vivo

'Cónclave', una fumata blanca para anunciar que el gran cine sigue vivo

Tras deslumbrar con 'Sin novedad en el frente', Edward Berger se alía con Ralph Fiennes para brindarnos un thriller conspiranoico al más puro estilo de los 70

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Tras haber demostrado sobradamente y en no pocas ocasiones su talento como realizador tanto en la pequeña como en la gran pantalla, Edward Berger terminó dando su puñetazo sobre la mesa y viendo su nombre ascender a las grandes ligas del medio el pasado 2022, adaptando 'Sin novedad en el frente' de Erich Maria Remarque en una joya que salió de los Premios Oscar con cuatro estatuillas bajo el brazo.

Si algo definió su estremecedor drama bélico eso fue su ambiciosa escala física y narrativa y, de igual modo, si algo describe a un buen cineasta es su capacidad para brillar relatando historias de los más diversos tamaños. En el caso del alemán, su destreza ha quedado más que probada después de dejar atrás los vastos campos de batalla de la I Guerra Mundial para enclaustrarse —nunca mejor dicho— y dar forma a la que, sin duda, es una de las grandes películas del año.

Porque con 'Cónclave', Berger deja atrás el sobrecogedor espectáculo militar y los grandes espacios abiertos para concentrar entre cuatro paredes un ejercicio de suspense de alto voltaje en clave eclesiástica tremendamente lúcido, inesperadamente divertidísimo y con un discurso mucho más afilado de lo que cabría esperar de su aparente ligereza.

Paranoia vaticana

Y es que, en su superficie, 'Cónclave' es la traslación al cine de la novela de Robert Harris, en la que el Vaticano busca elegir a un nuevo Papa, bajo la forma de uno de esos thrillers políticos bañados en paranoia y conspiración propios de la década de los setenta. Como tal, su funcionamiento es poco menos que perfecto, cimentado sobre un ritmo extraordinario y un repertorio de giros que suceden con una habilidad pasmosa quiebros esperados y sorpresas de esas capaces de provocar gritos ahogados entre el público.

Si hubiese que utilizar un sólo adjetivo para resumir la experiencia, además de "intensa", sería "absorbente". Buena parte del poder para generar un magnetismo casi imposible de romper entre el espectador y la pantalla llega de la mano de Stéphane Fontaine y su sublime dirección de fotografía; que encierra y asfixia a los protagonistas en las instalaciones de la Santa Sede con una implacable relación de aspecto de 2.40:1 y que hace gala de una variedad de recursos de cámara y esquemas de planificación que impiden caer en la repetición y la monotonía visual.

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No obstante, el trabajo de Fontaine va más allá de la pirueta formal y lo llanamente atmosférico para ponerse al servicio de los personajes. Una colección de complejas piezas ubicadas en un no menos enrevesado tablero de ajedrez dominadas por los claroscuros y los secretos y enriquecidas por unas interpretaciones descomunales —mucho ojo con Ralph Fiennes e Isabella Rossellini en la temporada de premios— que extraen oro del tono cínico de unos diálogos corrosivos dignos de aplausos y risotadas cómplices.

Pero, como decía, más allá de su naturaleza de entretenimiento elevado por las puñaladas traperas entre cardenales, y sin esforzarse en absoluto por intentarlo, 'Cónclave' vela un retrato de una organización con más necesidad que voluntad de renovación que culmina con una revelación final que, además de estar destinada a dar mucho que hablar, se alza como toda una declaración de intenciones. Una puntilla que bien podría equipararse al "amén" que se entona al finalizar una oración y que debería preceder a una fumata blanca para anunciar que, por mucho que algunos se empeñen en pontificar lo contrario, el buen cine sigue vivo.

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