Que la vastedad de los universos de DC y Marvel alberga suficientes personajes como para que, a ritmo de dos películas al año por editorial, tuvierámos cintas de superhéroes de aquí a que ninguno de los que estamos leyendo estas líneas sigamos con vida es algo tan obvio como el hecho de que, por mucho que las productoras se empeñen, no todos tienen cabida en una gran pantalla a la que, ni se le pueden suponer las mismas exigencias que a un cómic de 24 páginas ni, por supuesto, maneja los mismos costes en dos horas de metraje que en el reducido espacio del formato aviñetado.
Numerosos y dolorosos han sido los ejemplos que, protagonizados por personajes más o menos populares —énfasis en el más o menos—, han supuesto batacazos sonoros tanto en taquilla como, sobre todo, desde el punto de vista artístico. Doloroso fue por ejemplo, aunque se podría haber evitado muy fácilmente, tener que asistir al destrozo que Mark Steven Johnson hizo de 'Daredevil' (id, 2003) o asistir a lo que la Fox haría poco después con 'Elektra' (id, Rob Bowman, 2005); y doloroso, muy doloroso, fue lo que el citado director y guionista perpetraría, bajo el auspicio de la Sony, con este 'Ghost Rider. El motorista fantasma' ('Ghost Rider', Mark Steven Johnson, 2007).
'Motorista fantasma', el cómic
Retomando el nombre de un personaje ambientado en el western que había publicado años antes, Marvel editaba en 1972 en las páginas de la colección 'Marvel Spotlight' las primeras aventuras del Motorista Fantasma. Nacía así uno de los personajes más icónicos de la compañía y que, paradójicamente, ha tenido menos vida en el formato comic-book. Tanto es así que, tras un par de series regulares que no llegaron al centenar de números, la primera entre 1973 y 1983, la segunda entre 1990 y 1998; Marvel ha ido picoteando con el cadavérico motero de forma irregular con varias colecciones que en ningún caso han llegado a superar la treintena de números.
De entre ellas, no osbtante, cabrían destacar dos miniseries ilustradas portentosamente por Clayton Crain —de él es el dibujo que encabeza esta sección— y con guiones de Garth Ennis que, no sólo suponen lo mejor que se ha publicado sobre el personaje en sus cuarenta y tres años de vida sino que, a la sazón, se alzan como dos de las mejores obras salidas de la pluma del escritor irlandés, el mismo al que los amantes del noveno arte le debemos esa puntal obra del medio que es la magistral 'Predicador' y, por supuesto, la mejor etapa que ha conocido en viñetas 'Punisher', algo que ya apuntamos con motivo de la entrada dedicada a la cinta protagonizada por Thomas Jane.
La genialidad de Ennis a bordo de 'Autopista al infierno' y 'Sendero de lágrimas' es además doble por cuanto una y otra poco o nada tienen que ver más allá de contar como protagonista al motorista: estando la primera protagonizada por un Johnny Blaze dispuesto a arrasar el infierno para liberarse de la maldición a la que le ata su pacto con el diablo; la segunda nos traslada a ese far west hacia el que tanto amor siempre ha profesado el escritor y que aquí se muestra con su rostro más cruento. Ambas, por supuesto, son lecturas imprescindibles.
'Ghost Rider. El motorista fantasma', la película
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y pocas veces habrá tenido en cine tanta aplicación esta perla de sabiduría popular como en el filme que hoy nos ocupa. Imaginar lo que se les pasaría a la cabeza a los ejecutivos de la Sony para plantearse dejar en manos de quien dejó poner en pie una producción de la que podrían haberse obtenido resultados bien diferentes es algo que cualquiera que se haya sentado alguna vez a ver este error encarnado en celuloide se habrá preguntado sí o sí.
Un error supino que, además, no intenta en ningún momento eludir su condición, regodeándose a placer en sus muchas miserias y haciéndose fuerte en las tres que, a la postre, más molestias terminan causando al potencial espectador: su dirección —si es que puede llamársela tal cosa—, su guión —otro que tal— y un reparto del que, con Nicholas Cage a la cabeza, no hay quien se salve. De hecho, tras aquella primera vez que tuve el infortunio de acudir al cine a verla, el primer comentario que recuerdo haber hecho fue algo así como "¡¡¡menos mal que no le dejaron encarnar a Superman!!!".
A quien le extrañe esta exclamación que repase los artículos que en su momento dediqué en Cine en el Salón a las cinco películas del Hombre de Acero y descubra con detalle, si no lo sabía ya, que durante mucho tiempo se consideró a Nicholas Cage como el heredero en la gran pantalla del manto que había portado Christopher Reeve. Sí, habéis leído bien, a Nicholas Cage. En serio. Es más, tanto deseaba el actor convertirse en superhéroe en la gran pantalla —Cage es un colecconista de cómics de aupa— que cuando le surgió la oportunidad de encarnar a Johnny Blaze, el alter ego humano de Ghost Rider, no se lo pensó dos veces.
Y hete aquí que el resto de los mortales tuvimos que soportar sus muecas, su chulería mal entendida y su estulto semblante junto a un reparto del que, de un extremo a otro, lo único que se salva es la belleza y escultural figura de una Eva Mendes que se aferra aquí con afán al carácter de mujer florero en el que muchas veces se la ha circunsctrito. Y no me hagan hablar —por favor se lo ruego, no lo hagan— de Peter Fonda, Sam Elliot o Wes Bentley, que aquí tocan fondo con intensidad y alevosía y que, comparados con Cage, hasta podrían llegar a salir perdiendo, sobre todo si del que hablamos es del turbador joven que habíamos conocido en 'American Beauty' (id, Sam Mendes, 1999).
Dejando de lado al elenco interpretativo, nos queda cebarnos a placer en lo que Mark Steven Johnson ofrece, de nuevo, en su doble faceta como director y guionista. De la segunda cabe destacar —por supuesto en sentido negativo— que, contando con un personaje con el que hacer una película tenebrosa que se hubiera acercado, qué sé yo, ¿a los cómics de Ennis? Pero no, Johnson tira por la vía difícil, se saca de la manga un McGuffin que interesa lo mismo que la vida sexual del escarabajo pelotero y que menea, por no decir agita descontrolada, una acción que va de aquí para allá sin que el interés por ella sea una cualidad a tener en cuenta.
Con un sentido del humor burdo, que nada casa con el personaje y que explora la desagradable vis cómica de Cage en extremos muy, muy sórdidos y una historia de amor de esas de vergüenza ajena, si por el libreto hubiera cabido la posibilidad de denunciar a Steven Johnson en el juzgado de guardia más cercano, no digamos ya cuando es de la dirección de lo que tenemos que hablar: ramplona y con poco a lo que asirse a la hora de valorarla —o mucho a lo que hacerlo si lo que queremos es echarla por tierra— sólo salvaría de la realización de 'Ghost Rider' la secuencia en la que el protagonista termina recorriendo la fachada de un rascacielos a bordo de su infernal moto.
Valorada ésta última más gracias al trabajo de los efectos visuales que a lo que la realización compete, lo único que realmente no mandaría a la hoguera de este cúmulo de despropósitos que es 'Ghost Rider' es su magnífica música, obra y gracia de Cristopher Young. Recuperando la potencia que atesoran tempranos trabajos suyos como los compuestos para la saga 'Hellraiser' (id, Clive Barker, 1987), Young escribe aquí una partitura llena de sonoridades contrapuestas, mezclando las guitarras eléctricas y baterias propias del sonido industrial con la ampulosidad que otorgan la orquesta sinfónica y los coros para obtener un resultado que gana por goleada a las indignas imágenes a las que tiene que acompañar.
Pues bien, por muy increíble que parezca, y aún considerando que su recaudación en Estados Unidos superó por unos cinco millones a los 110 de presupuesto —acumulando unos 230 a nivel mundial— hubo quién pensó que todavía era una buena idea seguir explotando las aventuras de Johnny Blaze en la gran pantalla. Y cinco años más tarde, ese alguien con la ayuda de otros muchos que se le unieron en tan alocada empresa, logró poner en pie 'Ghost Ride: Espíritu de venganza' ('Ghost Rider. Spirit of Vengeance', Mark Neveldine y Brian Taylor, 2012) una cinta que, vaya por delante, no tendrá entrada propia en este especial.
Basura cinematográfica rodada con el nerviosismo —el histrión, podría decirse— característico de los responsables de 'Crank: veneno en la sangre' ('Crank', Mark Neveldine y Brian Taylor, 2006), esta infumable secuela es de esas que provocan unas ganas insoportables, bien de abandonar la sala despavorido, bien de cortarse las venas a pellizcos, un proceso mucho menos doloroso que el tener que soportar los 96 minutos de metraje, Christopher Lambert mediante. Afortunadamente, ahora que los derechos del personaje vuelven a ser de Marvel podemos descansar algo más tranquilos tras las declaraciones de los estudios de su poca predisposición a volver a rodar una cinta con él de protagonista. Que San Jack Kirby los escuche.
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