Desde cualquier ángulo que quiera mirarse, los resultados artísticos y comerciales de 'Juez Dredd' ('Judge Dredd', Danny Cannon, 1995) fueron, como ya vimos en su momento, más que insatisfactorios. De una parte, el desarrollo de la historia, y el protagonismo de Stallone —por no hablar de los de Armand Assante o Rob Schneider— eran errores de bulto que hundían de forma alternada la producción. De la otra, el que su taquilla no llegara ni a recuperar la mita del desorbitado presupuesto de 90 millones con los que se financió el filme era garantía de que sería casi imposible volver a ver a la creación de John Wagner y nuestro Carlos Ezquerra en la gran pantalla.
Y así fue durante diecisiete años hasta que, en 2012, se estrenaba la cinta que hoy nos ocupa. Una apuesta que a priori se antojaba como "poca cosa" pero que terminaría ofreciendo un espectáculo mucho más efectivo, directo, brutal, sin concesiones y, sobre todo, respetuoso con el material original que aquél que habíamos visto de mano de la superproducción con alma de serie B protagonizada por el musculoso actor y director; una producción ésta cuyo recuerdo queda completamente obliterado de mano de 95 minutos que son un alarde de economía y ritmo narrativo y que, además, cuentan con un incomensurable Dredd en la piel del espléndido Karl Urban.
'Dredd', sin piedad
Lo que hace John Wagner en el comic es evolucionar a Dredd...en la manera en que se mueve un glaciar: lo miras de un año para otro y ¡¡algo ha cambiado!!. Intenté permanecer fiel a eso. (Alex Garland)
Dejando de lado absurdas comparaciones entre las obvias pero imposibles concomitancias de 'Dredd' (id, Pete Travis, 2012) con 'The Raid' (id, Gareth Evans, 2012) —comparaciones que no tienen sentido desde el momento que el guión de la primera comenzó a desarrollarse en 2006, su producción en 2008 y su rodaje en 2010, un año antes de que empezara el de la soberbia cinta de Evans—, sí habría que lamentar que el estreno del filme que hoy nos ocupa se demorara tanto y tuviera que ver disminuida cierta parte de su efectividad cuando muchos de los comentarios que lo valoraron hace tres años lo hicieron apuntando a 'The Raid' como origen de lo que aquí funcionaba.
Leer para creer. Desechando la idea inicial de centrar la acción en ese antológico antagonista del Juez Dredd que es el Juez Muerte, el guión de Alex Garland terminaría por abandonar un tratamiento que estaba adoptando un cariz bastante complejo y que hubiera requerido un conocimiento previo del personaje por parte del público que, obviamente, no tenía por qué darse. En su lugar, el guionista y director de la magnífica 'Ex Machina' (id, 2015) simplifica y ancla la acción a la realidad a pie de calle de Mega City Uno y desarrolla un relato que sigue al personaje durante un día de su labor como policía, jurado, juez y ejecutor.
Manteniéndose fiel a la máxima que recoge la cita superior, Garland NO desarrolla a Dredd en términos habituales —ese trabajo lo vuelca en Anderson, la principiante que lo acompaña durante la acción—, y toda la efectividad del personaje, que no es poca, se debe casi de forma única a lo monolítico, hierático y desprendido de toda emoción que es la soberbia interpretación de Urban, que se aleja aquí de la vehemencia con la que lo conocíamos a principio de siglo cuando se encargó de meterse en la piel de Éomer, el fiero rohirrim de la trilogía de 'El señor de los anillos'.
Imponente, siempre con el casco puesto —un casco que NUNCA se quita, no como el remedo de personaje al que daba vida Stallone— y ese vozarrón hosco que le caracteriza, Urban es sin duda la mejor presencia de un reparto completado, bien de forma sucinta por Olivia Thirby, bien de forma excelsa cuando hemos de referirnos al gesto de asco y mala uva permanente que adquiere Lena Headey cuando insufla vida a su Ma-Ma, una psicótica ex-prostituta metida a dueña y señora del Peach Trees, megaestructura que alberga a 75.000 personas y que, llegado el momento, se convertirá en trampa mortal para Dredd y su compañera.
Perfecto contrapunto emotivo y vehemente de lo aséptico del protagonista masculino, la furia de Ma-Ma es el desencadenante del grueso de la acción del filme, cerca de una hora en la que escena tras escena de violencia furiosa y desatada que poco o nada se corta a la hora de mostrarse en toda su explícita belleza dejan exigüo descanso al espectador. Muchos son los ejemplos que se adhieren a dicha descripción, aunque de entre ellos, me quedaría con el ataque de las fuerzas bajo las órdenes del personaje de Headey a Dredd y su compañera mediante el uso de un cañón M61 Vulcan —como la Gatling de 'Depredador' ('Predator', John McTiernan, 1986) pero anclada al suelo—. BRUTAL.
En todo momento volcada en intentar sorprender al espectador y arrancar del 3D óptimos resultados, la dirección de Travis es un hallazgo singular que eleva aún más la valoración personal de 'Dredd': reflejo de un constante proceso imaginativo, y con la claridad narrativa como primer y último condicionante, el trabajo de Travis tras el objetivo es también responsable, junto al equipo de efectos visuales, de esa marca del filme que son las secuencias que visualizan los efectos del Slo-Mo, una droga de diseño que afecta a sus usuarios haciéndoles percibir la realidad a un 1% de la velocidad a la que normalmente la verían.
Honesta y muy directa, la franca pretensión de Garland y Travis de construir una cinta de entretenimiento puro no sólo se consigue de sobra, sino que se transforma en una de las mejores adaptaciones que hemos podido revisar a lo largo de este prolongado especial por lo mucho que se aproxima al material original y lo bien que, al mismo tiempo, funciona como hecho cinematográfico aislado. De taquilla moderada, esperemos que algún día podamos ver completada la pretendida trilogía de la que Garland tanto habló en su momento. Mientras tanto, conformémonos con revisar el filme o asomarnos al muy alocado entretenimiento que os dejo a continuación. No tiene desperdicio:
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